Opinión
Ver día anteriorDomingo 8 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Daguerrotipo de Lolita Lebrón
L

a llamada telefónica informándome del fallecimiento de la heroína puertorriqueña Lolita Lebrón, de 89 años de edad, me sacudió muy hondo. Mis esfuerzos cotidianos por mantener el control ante la adversidad de todo género me fallaron esta vez. Mi pesar surgió del sentimiento de que prácticamente mis contemporáneos admirados han desaparecido. Y fue inútil que pensara que el recuerdo estimulador prolonga la vida de quien nos ha servido de modelo de estoicismo.

De Lolita Lebrón supe por la divulgación de la prensa mundial, en 1954, del ataque a tiros a la Cámara de Representantes de Estados Unidos en que ella participó, acompañada de Rafael Cancel Miranda, Irving Flores y Andrés Figueroa Cordero, para llamar la atención pública sobre la farsa de dotar a Puerto Rico del estatuto de Estado Libre Asociado, pretendiendo ocultar que el país continuaba siendo una colonia norteamericana.

Emocionado entonces por la valentía y espíritu de sacrificio de los patriotas me sorprendió ver a un grupo de adolescentes, que sin reparar mucho en el fondo del asunto, con el confusionismo propio de la edad, enamorados de la cara bonita de Lolita, recortaban su imagen de los periódicos para coleccionarla, como si se tratara de una artista de Hollywood.

El gesto de los nacionalistas le costó a Lolita 25 años de encarcelamiento, la prisión más larga que haya sufrido alguna mujer en la historia de la humanidad. Y yo tuve la oportunidad de entrevistarla, en diciembre de 1979, a sus 60 años, cuando tenía poco de haber cumplido su sentencia y había viajado a México para participar en el Segundo Congreso Internacional de Solidaridad con la Independencia de Puerto Rico. El resultado de esa entrevista lo incorporé a mi libro Treinta latinoamericanos en el recuerdo, coeditado por el periódico La Jornada y la UNAM. Lo más notable de aquel encuentro fue que me dijo al empezar: Podemos hablar de todo menos de los sufrimientos de la cárcel porque es verdad que estuve 25 años en la prisión, pero la prisión jamás estuvo en mí.

El primer tema que abordó durante nuestra conversación fue su complacencia por el discurso inaugural del Congreso del viejo luchador cardenista Natalio Vázquez Pallares, en que citó la Constitución de Apatzingán, de 1814, obra de José María Morelos, la cual proclamó que el título de conquista no puede legitimar los actos de la fuerza y que ninguna nación tiene el derecho a impedir a otra la utilización libre de su soberanía.

Después discurrimos por diversas cuestiones hasta que, pensando en que su disposición al sacrificio estaba emparentada con el fervor de Pedro Albizu Campos, la figura máxima del nacionalismo puertorriqueño, le pregunté: ¿Y qué impresión personal le produjo el doctor Albizu cuando lo conoció? Su respuesta, con una sonrisa apenas insinuada, fue inesperada y desconcertante: No conocí personalmente a don Pedro, pero le aseguro que lo conocí igual que como conozco a Jesucristo.

De aquella entrevista capté que los grandes impulsos de Lolita tenían una raíz primordial de origen religioso. Lo que demuestra una vez más cómo puede convivir la religiosidad con el sentimiento revolucionario. Me parece hoy que en nuestra conversación de 1979 no logré elaborar un retrato claro y nítido de Lolita Lebrón. Pero al menos alcancé a perfilar un daguerrotipo que advirtió el origen del impulso que la definió para siempre.

La relación que mantuve con Lolita en lo sucesivo fue esporádica y epistolar. Pero siempre he estado atento a la historia de Puerto Rico y, por tanto, me enteré con indignación que en 2001, cuando la patriota puertorriqueña había cumplido 81 años de edad, fue detenida, acusada de participar en las protestas contra el gobierno de Estados Unidos, que había hecho de la isla de Vieques un campo de entrenamiento militar imperialista.

Con el triunfo nacionalista en Vieques se inició una nueva etapa de la lucha por la independencia de Puerto Rico. En esta nueva etapa tendrá que mejorarse la organización nacional y la solidaridad internacional, acompañada del recuerdo y de la inspiración en las grandes figuras de la historia de Puerto Rico, entre ellas Lolita Lebrón, descollante símbolo de la dignidad de su patria.