Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de agosto de 2010 Num: 805

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Donceles y el tiempo
LEANDRO ARELLANO

Soneto
RICARDO YÁÑEZ

El arpa enlaza el cielo a la tierra
EDUARDO MOSCHES

¿Quién es Bolívar Echeverría?
STEFAN GANDLER

Occidente, modernidad y capitalismo
CARLOS OLIVA MENDOZA entrevista con BOLÍVAR ECHEVERRÍA

Una calle para Monsi
JESÚS PUENTE LEYVA

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Marco Antonio Campos

Palma real

En una coedición Visor-Ediciones Continente salió publicado el año pasado el libro Palma real, con el que el poeta argentino Jorge Boccanera ganó en Madrid en 2008 el VIII Premio Casa de América de Poesía Americana.

Los poemas de Palma real son producto de la residencia de Boccanera en Costa Rica de 1988 a 1997, pero también por zonas de vegetación cerrada de México y de países de Centroamérica. En Costa Rica, país que Jorge conoció tan bien, escribiría y describiría meticulosamente imágenes y situaciones: al norte, de Dos Ríos, de Upala, de Tortuguero y del río San Juan, y al sur, del parque Corcovado y las montañas de Monteverde.

Aquí a la selva se le imagina y la selva se imagina a sí misma. Es el centro del centro:  “lo que no es selva es ruina”, dice Jorge. El mundo no gira alrededor del sol, sino de la selva. Breve y concentrado, con una música suave y tersa, el libro es un ventanal abierto a la imaginación y las imágenes se abren. Boccanera tiene un oído educadamente fino y es capaz de oír y reproducir los sonidos múltiples y la música callada de la selva y del bosque húmedo. En un tiempo en que la gente, incluyendo por desgracia a los poetas, han olvidado los nombres de animales, de moluscos, de peces, de insectos, de aves, de árboles y plantas, Bocannera da un gran ejemplo: su poesía está poblada de nombres propios. En sus andanzas por la selva y el bosque húmedo, el poeta argentino parece fijarlos con los ojos y los oídos, los anota en un cuaderno, y los vuelve después poesía: escarabajos, hormigas, libélulas, abejón cornizuelo, mariposas destellantes, el pájaro trogón, el pájaro sombrilla, el colibrí garganta de fuego, el quetzal resplandeciente, “el tucán arcoiris”, delfines, el pato aguja que sabe que “un amor divide las aguas”, la rana dorada, iguanas verdes, tortugas, la lapa roja, guapotes, robalos, el caimán, el mono congo, el mono ardilla, el halcón, el cuervo, el zopilote rey… Todo en la selva –en el mundo–, parece decir Jorge, se ve desde la altura de la palma real.

Es curioso: Boccanera admira a profundidad el barroco de Góngora y Lezama; a diferencia de ellos sus imágenes tienen por lo común una sencillez tersamente exacta. Cada tanto hay en el libro poemas como interferencias para variar y dar descanso al lector ante el tropel de imágenes de la selva y del bosque húmedo, como los escritos a personajes emblemáticos: Frida Kahlo, donde por fortuna no cae ni en el color local ni en la curiosidad turística; el violinista Jacobo Fijman que “entra en el bosque”; la niña Ana Frank, que escribe a una amiga una carta sin destino; el poeta español Pedro Garfias, quien vivía en México entre la guerra perdida y sus legendarias borracheras; la poeta luxemburguesa Anise Koltz, que hace contar a la tortuga baule –a través de un poeta sudamericano– de deliciosos besos vengativos... ¿Y en los bellos poemas de amor? ¿Qué se encuentra? Ante todo, el deseo de la mujer y la realización del deseo que se ha deseado.

Como Quevedo, Boccanera concluiría que de aquello que estamos hechos es de lo fugitivo y lo será en esta vida y siempre. Lo fugitivo es lo que permanece y dura. Por eso vivimos despidiéndonos. “Nacemos para decir adiós”, nos dice.

Hay versos que me maravillan o conmueven: “Los insectos astillan el aire […],  “Una lágrima verde rueda en la lengua del jaguar” […], ”Hay un bosque quemado en el centro de mi juventud”[…], “Cada noche se desprende una página que nunca vamos a escribir.”

Pero permítaseme al menos reproducir dos poemas que son brevedades encantadoras: uno, que se lee al final con una sonrisa y un toque de ternura: “El pájaro trogón, capucha negra, cola de/ presidiario, deja en el aire este mensaje:/ ‘Y tú no me conoces,/ nos amamos,/y yo no te conozco.’”  Y el otro, donde rítmicamente parece que sentimos en el cuerpo el golpeteo de la lluvia y el agotamiento por ese golpeteo:  “Gotea, garúa, taladra, atronador, la lluvia es a morir. Chorrea, escurre, es a baldazos, grita, fluye, se filtra, una cortina, un canto, cantarina y a cántaros./ Dan ganas de pedir la rendición.”

No sé cuántos años haya tardado en escribir Jorge Boccanera el libro; la espera valió mucho la pena.