Opinión
Ver día anteriorMartes 10 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ruinas
L

a palabra más suave para referirse esta vez a Elba Esther Gordillo es la de caradura (cualquier sinónimo es sensiblemente más rudo). No hay sorpresa: a un buen número de los políticos mexicanos, conforme más años pasan en el ejercicio de la política, la paquidermia les avanza hasta volverlos insensibles. Resisten no digamos la crítica, que ni cosquillas les hace, también, sin chistar, merecidas descalificaciones. Nosotros tenemos mucho tiempo de lucha y hemos aprendido a resistir, pero también a ganar, y lo vamos a hacer porque tenemos la razón legítima; de veras, eso dijo al participar en el seminario La nueva sociedad. Una nueva educación y una nueva política.

Es verdad que la Jefa de todos los jefes, más sus ejércitos, tiene muchísimos años de lucha política, con las consecuencias paquidérmicas aludidas, pero eso de que tiene la razón legítima, es un exceso: quién sabe de qué diablos habla.

Si la legitimidad jurídica se refiere a la ley, la legitimidad política se refiere al ejercicio del poder. Dado que hablamos de una poderosa vieja política, tenemos que referirnos forzosamente a su legitimidad política. La legitimidad la otorga el consenso. Como la educación básica es asunto de toda la sociedad, Gordillo delira si cree que su razón cuenta con el consenso de la sociedad mexicana.

Sus muchos años de lucha política ciertamente tienen muy poco que ver con la educación. Han tenido que ver, sí, con la política-política. Señora Gordillo: ¿cree usted que en este país alguien no lo sabe?

¿Acaso no sabe medio mundo que usted pone funcionarios en la SEP y en las secretarías de Educación de las entidades federativas?, ¿acaso no sabemos que las normales rurales, antes de que empezaran a escapársele de las manos, eran escuelas de politicastros para engrosar sus ejércitos, haciendo de ellos, por ejemplo, presidentes municipales o diputados locales?, ¿acaso no se ha opuesto usted a brazo partido, mil veces, a la evaluación de la educación básica y sus mentores?, ¿acaso no han salido reprobados los profesores de los niños de este país, en su inmensa mayoría, cuando finalmente pudo hacerse un somero examen de sus conocimientos?, ¿qué tiene que ver su trabajo con la educación que no sea estropearla mediante su lucha política? ¿Todo ello le confiere una razón legítima?

Imagine por un momento el caro lector, que los muchos años de lucha política de Gordillo hubieran estado dedicados a asuntos de la educación básica: bien, al alimón la camorra Gordillo y sus cómplices históricos de la SEP lograron hacer de la educación básica, ruinas. Sólo la insania que asoma a su dura cara puede traducir ruinas como legitimidad.

Como monarca del poderosísimo SNTE, su asunto es la materia laboral de los profesores. Como ciudadana, como cualquier otro ciudadano, puede tener opinión sobre el lastimoso presente y el incierto futuro de la educación, pero como Jefa de todos los jefes, no le corresponde derecho especial alguno. Ocurrió pero mostró haberse probado ruinoso.

La entera educación de México requiere una profunda reforma de los modelos pedagógicos y de su organización institucional. El SNTE es, en efecto, un obstáculo formidable, en el supuesto de que las autoridades quisieran esa reforma. Para llevar a cabo tan titánica tarea es preciso conocer a fondo lo que ocurre con la educación en el mundo. Los dueños del SNTE con Gordillo a la cabeza no tienen sobre la materia, me temo, ni la menor idea.

La educación es ciertamente uno de los problemas más atroces de la sociedad mexicana. Entre 8 y 10 por ciento de los niños abandonarán las ruinas, y 5 por ciento de los egresados, no demandarán escuela secundaria. Posteriormente, 22-23 por ciento abandonarán ese nivel, y 15 por ciento no demandarán ingreso al bachillerato propedéutico. Dado que la eficiencia terminal del bachillerato es de alrededor de 60 por ciento, tendremos un egreso cuantitativa y cualitativamente raquítico –téngase presente la prueba y Pisa y otras evaluaciones–, que configurará una socialmente escuálida demanda potencial a la educación superior cuya estructura, sin embargo, no encontrará una oferta correspondiente.

La semana pasada, el doctor José Narro Robles, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, llamó la atención sobre el hecho de que la cobertura de educación superior en México es inferior a la media latinoamericana: una vergüenza. Agregó que México requiere urgentemente duplicar su cobertura de educación superior que, si bien nos va, llegará en 2012 apenas a 30 por ciento. Pero al día siguiente, diputados de PRI y PRD declararon, ante una iniciativa de ley que tiene varios años archivada, que la educación media superior obligatoria no es una prioridad.

Así, el bono demográfico se esfuma año con año, y la posibilidad de la duplicación de la cobertura de educación superior, también. Como es claro, la educación, como principalísima palanca del desarrollo en el mundo, se halla en México extremadamente flaca, y el drama no tiene salida en el futuro previsible.

Hay problemas múltiples en el conjunto de la educación, pero es transparente como el aire que nada relevante puede hacerse en la cúspide de la educación si no ponemos de pie las ruinas de la educación básica a cargo de Gordillo y sus camaradas que fungen como autoridades de ese nivel educativo.