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El cazador de la fotogenia cultivó amistad con artistas como Cantinflas y Pedro Infante

Murió Armando Herrera, el fotógrafo de las estrellas

Trabajó en el apogeo de la industria fílmica nacional

Su obra alcanzó el nivel de indispensable, refirió Monsiváis al prologar libro que incluye imágenes de Tin Tan, María Félix y otros artistas

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Posó en 1943 con una cámara portatil de 8x10 pulgadasFoto Tomada de Armando Herrera: el fotógrafo de las estrellas
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María Victoria posó en 1948Foto tomada del libro Armando Herrera: el fotógrafo de las estrellas
 
Periódico La Jornada
Jueves 12 de agosto de 2010, p. 8

Armando Herrera, considerado el fotógrafo de las estrellas, falleció la madrugada de este miércoles a los 97 años, en la tranquilidad de su casa y rodeado de su familia, informó el Fondo de Cultura Económica.

Herrera es considerado una especie de historiador gráfico de cientos de miles de familias de todos los estratos sociales que se retrataron en su estudio del Centro Histórico, pero es reconocido porque sus fotografías de artistas alcanzaron el carácter de indispensables en la llamada época de oro del cine mexicano y constituyen un acervo de más de ocho mil imágenes.

El sello editorial citado publicó el libro Armando Herrera: el fotógrafo de las estrellas, coordinado por su hijo, Héctor Herrera, y con textos del también fallecido Carlos Monsiváis. De hecho, la presentación de este volumen el año pasado fue la última aparición pública tanto de Monsiváis como del propio Herrera, a quien el escritor consideraba su amigo.

Grandes figuras

Por la lente de la cámara de Herrera pasaron, entre 1934 y 1996, las grandes figuras de la música, la televisión y el cine mexicanos, como Agustín Lara y Toña La Negra, Mario Moreno Cantinflas, Pedro Infante, Germán Valdés Tin Tan, María Félix, Silvia Pinal, Pedro Armendáriz, Jorge Negrete, Yolanda Montes Tongolele y Emilia Guiú, entre muchos otros.

De acuerdo con su hijo Héctor, don Armando murió en la tranquilidad de su casa, a consecuencia de los males propios de su edad y rodeado de su familia. Ya estaba muy cansado, aunque completamente lúcido, dijo.

Más allá de una forma de vida, la fotografía fue para Armando Herrera una oportunidad de tratar a la gente en su mejor momento, sobre todo en el caso de los artistas que retrató, ya que había una imagen que trabajar para el público, el cual muchas veces sólo tenía acceso a sus estrellas a través de esas fotografías.

Decenas de anécdotas rodearon la vida de don Armando, quien siempre fue un bohemio y cosechó amistades entrañables con personajes como Pedro Infante y Cantinflas.

En el prólogo del libro mencionado, Monsiváis relata: En su estudio, Armando Herrera observa el ánimo de su cliente o su clienta, con frecuencia sus amigos, y estudia el cúmulo de sus miedos y vanidades; ningún artista está tan seguro de la eternidad de su público, ni dispone tampoco de un motivo único de orgullo. Herrera está acostumbrado a las reacciones de las estrellas o de quienes desearían serlo, e incluso al empezar ya tiene el hábito de la cacería de facciones, transmitido por su padre don José María y afinado por su tenaz aprendizaje y dominio del oficio de los distintos estudios fotográficos que va montando. Y al cliente o a la clienta lo que pida, siempre y cuando sus deseos no interfieran con los niveles de exigencia y el profesionalismo de Herrera (...)

Continúa Monsiváis: “Armando Herrera trabaja en el apogeo de la industria de las imágenes de los ídolos. Sin embargo, sus fotos alcanzan con rapidez el nivel de indispensables, como sucede con varias de Pedro Infante, María Félix, Agustín Lara, Tin Tan y Tongolele. Herrera capta y estimula el pacto entre los que adquieren las fotos y las imágenes requeridas. El actor no la actriz, los cantantes, los músicos que demandan el trabajo de Herrera saben lo que quieren o lo que creen que quieren: la promoción de sus rasgos, de su vestuario, de su lenguaje corporal y, si es posible, de su temperamento. Pero no están conscientes de lo que ya conoce Herrera: el papel de la fotogenia, esa realidad engendrada por las películas, pero ya no sujeta a ellas en todo. La fotogenia es un don al que los artistas de la cámara contribuyen ampliamente, pero de ningún modo determinan; es un convenio cuya explicación arraiga en el enigma”.

Herrera entabló amistad con las luminarias de esos años dorados del cine nacional. Cantinflas fue uno de ellos. Un día, como recuerda el propio artista de la lente en el volumen citado, Mario me dijo que yo debería tener un estudio grande, y me ofreció un piso de un edificio que él había comprado en Insurgentes 377, el Rioma, como se llamó su compañía de cine.

Herrera se mudó a ese edificio, construyó una barra de cantina para los que esperaban, con una chimenea falsa, trajo una mesa de billar –como la que había en la casa de las Lomas de Cantinflas para la gente que hacía antesala–, llenó las ventanas de sus rostros fotográficos, pero sin abandonar su estudio frente a las XEW, donde cazaba a todos los artistas. Cantinflas le dedicaría su película El señor fotógrafo (1952).

La mañana de ayer su familia le dio el último adiós en el panteón Francés, donde también fueron cremados sus restos.

Se realizará una misa en honor del fotógrafo el sábado 14 de agosto, a las 19 horas, en la iglesia del Pedregal.