Opinión
Ver día anteriorJueves 12 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Arizona: no roosters in the desert
Y

a Carlos Paul se refirió en estas páginas a la génesis de la obra, y su excelente reportaje fue ampliado con una entrevista a la autora que aparece en la parte final del muy oportuno volumen que la Editorial Godot presentó en su estreno en México, en la traducción de Eva Tessler y Andrés Volovsek, con prólogo de Francesca Gargallo Celentani. La dramaturga y activista estadunidense Kara Hartzler es al parecer discípula de la investigadora Ana Ochoa O’Leary que trabaja para el Binational Migration Institute coordinado por Raquel Rubio-Goldsmith de la Universidad de Arizona que es esposa del teatrista Barclay Goldsmith, bien conocido entre nosotros por sus montajes mexicanos (La mujer que cayó del cielo y Cita a ciegas) y que dirigirá el estreno en inglés en Tucson. Esta afortunada mezcla de teatro y activismo a favor de los inmigrantes es la que produjo tanto la obra como su escenificación casi simultánea en nuestro país y dos ciudades estadunidenses. Resulta más que oportuna ahora que se plantea la racista Ley SB1070 pero, además contiene valores propios.

Arizona: no hay gallos en el desierto, como sería la traducción española –el título en inglés se conserva en el programa de mano y en las notas periodísticas a saber por qué– hace referencia a lo que le dice Jesús a San Pedro, de que lo negará antes de que el gallo cante tres veces. Hay solidaridad entre estas cuatro mujeres, pero también existe la traición y el abandono por la urgencia de sobrevivir y no hay gallos en ese terrible desierto que canten ni una vez antes de la negativa de apoyo, lo que da perfiles muy creíbles a sus personajes. La dramaturga hace hincapié en la brutalidad de la migra, pero en lo que narran las mujeres, tres mexicanas y una guatemalteca, se percibe la pobreza expulsadora de seres humanos y el machismo rampante de nuestras sociedades, aunque no se llegue a hablar de los talibanes guanajuatenses, porque es otro el propósito.

La magia está presente en las historias –reales o inventadas– de la tradición oral tzotzil que narra Luisa y que en el mundo no onírico resultan parábolas de la historia de cada una de las mujeres, a veces premonitorias, lo que también es magia, y hay que recordar que la autora vivió algún tiempo en Chiapas y supo de las crueles costumbres contra las mujeres que el EZLN ha logrado erradicar en sus zonas de influencia. La difícil travesía en el desierto tras ser abandonadas por los polleros se alternan con esas narraciones y con las escenas de entrevistas en otra área, pero también en otro tiempo en que el desierto ya es pasado. Los muy bien dibujados caracteres son resumen de las más de cien mujeres entrevistadas por Ana Ochoa O’Leary con escogidos rasgos distintivos y contrastantes, lo que otorga mayor interés al resultado.

Víctor Carpinteiro y Alberto Estrella en colaboración con National New Play Network y con Barclay Goldsmith como productor asociado la presentan en el Círculo Teatral bajo la dirección de Rocío Belmont y con cuatro actrices egresadas de la escuela del Círculo. La mayor, Olga Gottwald, cumple con cierta dignidad como Marcela, pero son las tres jóvenes las que ofrecen excelentes actuaciones. Micaela Lobos es una Alejandra entusiasta y generosa, Adriana Reséndiz transita como Guadalupe de ser hosca y racista a madre tierna y conmovida con el recuerdo de sus niños, Jennifer Moreno es la tzotzil tímida y obediente, pero también es la transformada contadora de hechizos que, vuelta a su ser real, no oculta la sonrisa maliciosa ante el enojo de Guadalupe cuando se identifica con la mujer de la historia. Las tres con muy buen manejo corporal en ese desierto de duras rocas diseñado por Mónica Kubli y con cambios en el espacio de entrevistas que se deben tanto a su capacidad como al trazo de la directora. El vestuario es de Lupita Peckinpah y la música original de Rodney Steve.