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No descansan ni después de muertos, pero el pueblo los vitoreó

Eso de ser prócer también da satisfacciones
 
Periódico La Jornada
Lunes 16 de agosto de 2010, p. 7

Allá van de nuevo los huesos errantes de los héroes que nos dieron patria.

Son casi las 10 de la mañana y se hacen los últimos preparativos para que reanuden el peregrinaje que les impone su condición de huesos ilustres. Poco antes han sido despedidos en el alcázar de Chapultepec en solemne ceremonia, con los 21 cañonazos que dicta el protocolo militar. Permanecían en el inmueble desde el 30 de mayo, cuando fueron sacados de su mausoleo en la Columna de la Independencia para ser remozados. La próxima estación es Palacio Nacional, donde serán mostrados al público durante 11 meses.

Esto de ser héroe tiene sus inconvenientes: no descansan ni después de muertos, no conocen ni la paz de los sepulcros y tienen que estar disponibles para cualquier cosa que se ofrezca. Por ejemplo, la celebración del bicentenario de la Independencia.

Lo cierto es que no han tenido reposo. Primero, en 1823, los restos fueron llevados al Altar de los Reyes, en la Catedral Metropolitana de la ciudad de México (los huesos del cura revoltoso y excomulgado, descansando en la sede de la Iglesia católica mexicana); la segunda, en 1895, cuando Porfirio Díaz los sacó a pasear y luego los depositó en una capilla dentro del mismo recinto, para rescatarlos del abandono; la tercera, cuando Plutarco Elías Calles dispuso el traslado de las osamentas a un sitio sin connotaciones religiosas: la Columna de la Independencia.

Las carrozas que esta mañana cargan con el peso de la historia –es un decir– están formadas en la calzada que sale del Bosque de Chapultepec por un costado del Museo de Arte Moderno hacia Paseo de la Reforma. Son cinco y cada una está enganchada a un par de magníficos caballos percherones, adornados con borlas blancas en las crines. Los paseantes domingueros se embelesan con el espectáculo, algunos montan a sus hijos en los cuacos, les toman fotos, hasta que llegan los vehículos militares que traen las urnas con las osamentas desde lo alto del Cerro del Chapulín a ese punto. Integrantes del cuerpo de Guardias Presidenciales las colocan en las carrozas.

A las 10:06 empieza el recorrido. Espontáneamente surgen y se multiplican gritos que se repetirán prácticamente a lo largo de todo el trayecto: ¡Viva Hidalgo! ¡Viva Morelos! ¡Vivan los héroes que nos dieron patria! En la avanzada va un grupo de mujeres militares a caballo, integrantes del cuerpo hipomóvil, portando banderas de México. El cortejo avanza al centro de unas vallas dispuestas a cada lado de los carriles de ida de Paseo de la Reforma. Desde ahí la gente aplaude, vitorea y lanza los claveles blancos que les repartieron los organizadores. Entre los héroes también hay clases: unos son más importantes o populares que otros. En la urna transparente que encabeza el cortejo van los cráneos de los próceres de más renombre, pero a la distancias es difícil precisar cuál es de quien: ¿el cráneo más entero es el de Hidalgo o de Morelos? ¿Y aquel al que le falta casi la mitad?

Quizá la parte realmente emotiva del desfile la conforman las mujeres, los hombres, los niños que gritan con un fervor que estremece. Puede decirse que así como ocurre en la lucha libre, en las telenovelas o en el teatro, el público ha aceptado una convención: da por verdadera la historia que se le cuenta y se compromete emocionalmente con los personajes. Da por hecho que los huesos son auténticos y pertenecen a los héroes que se dice que pertenecen. ¡Gracias, gracias, grita al paso una mujer, mientras que otra, una indigente en los linderos de la tercera edad, recuerda a la única mujer cuyos restos figuran en la comitiva: ¡Viva Leona Vicario!

Las multitudes no se han desbordado para presenciar el cortejo, la fila de gente se interrumpe con huecos aquí y allá. A partir del monumento a Cuauhtémoc la asistencia parece algo más densa. La tersa civilidad de la manifestación, la monotonía apolítica de sus exclamaciones, marcada por la admiración que despiertan los jinetes del cuerpo de Guardias Presidenciales, sólo se ve interrumpida esporádicamente. Por ejemplo, cuando tras la valla aparece un hombre con una máscara de Felipe Calderón, sobre la cual se ve una leyenda que lo increpa. O frente al Hemiciclo a Juárez, cuando un grupo de manifestantes grita: ¡Si los héroes vivieran, con nosotros estuvieran!

Alrededor de las 11:15, el cortejo entra al Zócalo por Cinco de Mayo. Rodea la plancha y se detiene frente a Palacio Nacional, donde una comisión recibe las urnas con las osamentas para llevarlas dentro, a la ceremonia que encabezará el jefe del Ejecutivo. Tras las vallas que separan a la gente del cortejo y de palacio, un hombre exhorta a su familia a retirarse: Vámonos, ya se los llevaron a Calderón y a sus cuates, el pueblo que se friegue. Adentro, el Presidente señala la importancia de honrar a los héroes que dieron su vida para que los mexicanos pudiéramos ser libres.

Durante 11 meses, el público podrá apreciar de cerca los huesos ilustres. En julio de 2011 volverán a la oscuridad del mausoleo al pie del Ángel. Hasta dentro de cien años. O antes. Nunca se sabe cuándo volverá la patria a necesitar los servicios de sus héroes.