Opinión
Ver día anteriorSábado 21 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La nueva columna, ¿de qué?
M

éxico, capital de la República, tiene como toda gran urbe, lugares hermosos y emblemáticos, barrios elegantes, bulevares, monumentos, plazas, edificios, amplias calles y un conjunto armónico central que envidiaría cualquier otra ciudad del mundo. Ciertamente, también encontramos en ella carencias, hacinamientos y barrios y colonias deprimentes.

Uno de los lugares más bellos y conocidos de ella es sin duda la glorieta del Ángel, como se le llama popularmente, situada en medio del Paseo de la Reforma y con la esbelta y proporcionada columna que la distingue. Como es sabido, en su remate, luce la escultura dorada de la victoria alada y en el pedestal, otras excelentes de nuestros héroes. Todo el hermoso conjunto, es conocido como la Columna de la Independencia y su inauguración fue en septiembre de 1910, para celebrar el inicio del levantamiento insurgente. Ciertamente no conmemora la Independencia, que se logró once años después del Grito de Dolores, pero sí, justamente, la lucha que le abrió camino.

El actual gobierno citadino adoptó al Ángel (que en realidad es Ángela) como su emblema sexenal y en forma estilizada y moderna, muy bien lograda, lo presume con orgullo en papelería, vehículos y edificios.

El monumento es conocido y apreciado; ahí las novias se toman fotos con su velo y sus ramos, ahí se celebran triunfos deportivos, los turistas se emboban y el lugar es referencia para reuniones, citas y festejos; desde la glorieta del Ángel salen marchas y manifestaciones políticas y es lugar de concentraciones, plantones y hasta de un Grito alternativo.

Todos saben lo que el monumento celebra: la Independencia. Por cierto, Porfirio Díaz, que toleró desigualdad social y que no tuvo nada de demócrata, se caracterizó, en cambio, por mantener al país independiente y con una respetada dignidad en el exterior. No toleró injerencias; artilló, por si las moscas, los puertos del codiciado Istmo de Tehuantepec, Salina Cruz, en el Pacífico, y Puerto México, en el Golfo; rescató al presidente José Santos Zelaya, de Nicaragua, con un cañonero de la armada mexicana, que navegó cerca de la flota estadunidense que pretendió impedirlo y cuando se entrevistó con el presidente William Howard Taft, lo hizo en la línea fronteriza, muy serio y cada uno de su lado, en su propio territorio.

La columna que mandó construir para celebrar el primer centenario de la gesta de Hidalgo recibió, por ello, el nombre correcto y congruente de Columna de la Independencia. México en efecto lo era, a pesar de todo y el mismo dictador, cuando fue un eficiente militar del ejército libertador, contribuyó a afianzarla.

Pero ahora, la torre que se construirá al final del Paseo de la Reforma para esta segunda efeméride centenaria, ¿qué nombre llevará?, ¿cómo le dirá el pueblo?

No sería congruente que esta columna luminosa, de más de cien metros de altura con sólo nueve de diámetro, de acero importado y cuarzo translúcido de Brasil, se llamara también de la Independencia, por que se erige precisamente cuando estamos en épocas de mucha dependencia. Lo somos en lo económico, en lo político y en lo social, (de lo militar ni hablamos) y si no nos hemos convertido de plano en un protectorado estamos a las puertas de serlo.

La Independencia nos confirió soberanía y ésta se nos achica cada vez más; la Revolución, que también tiene su monumento y también se celebra, tampoco puede ser la referencia para la nueva torre, pues sus valores han sido postergados y traicionados; no hay sufragio efectivo, ni municipio libre, ni educación gratuita para todos, ni hay tierra ni libertad. Entonces, ¿cómo le pondremos al atrasado monumento? (se concluirá hasta 2011)

Carlos Monsiváis seguro hubiera encontrado un nombre adecuado, pero ya no está; el pueblo le encontrará a su tiempo el calificativo identificatorio, por lo pronto podremos decirle la columna al desconcierto, al vacío, a la decepción.