21 de agosto de 2010     Número 35

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


FOTO: Archivo Histórico del Gobierno del Estado de Sonora

El territorio como hermano

Los trazos de la nación comcáac

Mauricio González González

Los comcáac o seris, descendientes de infranqueables bandas nómadas que llevan el orgullo de un pasado indómito, es uno de los pueblos que actualmente dan vida a la costa de Sonora. Su lengua forma parte de la agrupación hokano-coahuilteca, única en el país que contrasta con cualquiera de sus vecinos hablantes de yuto-nahua, como el yaqui, mayo, pima y pápago. Son un pueblo pescador-recolector con vocación artesana, que por su historia se sabe guerrero. Los comcáac son uno de esos pueblos que ha resignificado el término de “tribu” para autoafirmarse y además se reconocen nación.

Bajo exterminio hasta la segunda década del siglo XX, hoy día se asientan principalmente en dos poblados: en Punta Chueca, municipio de Hermosillo, y El Desemboque, en el de Pitiquito. No obstante, detentan un majestuoso territorio; por un lado, en la zona costera se encuentra el ejido que desde 1970 les dota de 91 mil 322 hectáreas. Hacia el mar, el Canal del Infiernillo es zona de exclusividad pesquera desde 1974 y desde 1975 la Isla Tiburón la más grande del país con 120 mil 756 hectáreas es territorio comunal, refugio milenario que les había sido vedado a inicios de los años 60s y que, junto a la Isla Patos, conforman su posesión insular.

Pero la territorialidad de este pueblo no se limita a la condición de posesión material y, basados en su espiritualidad, conciben al cielo, al mar y la tierra como hermanos mayores, conformando una sociedad ampliada con fuerte arraigo a linajes. La tradición caracteriza diferentes tipos de personas cuya fuerza deviene del “Gran Espíritu”. Se busca contacto con él para sanar, pensar con claridad, tener buena fortuna e, incluso, lanzar infortunios. Ceremonias y cantos son la materia para tratar con este poder.

Lo radicalmente extenso de estas familias establece diversos sistemas de ayuda mutua. Así, el kimusi da derecho a todo miembro de la “tribu” a la comida que se consume en cualquier casa, mientras que el amaj impone el intercambio de bienes entre diferentes familias durante algunas fiestas. En ellas las mujeres utilizan pintura facial, delineando diferentes figuras en sus mejillas. Usan collares de conchas, semillas, de chaquira y torote que en ocasiones se acompañan de piezas de hueso, palo fierro o palo blanco. La pintura facial denota salud, alegría, conflicto, cortejo o buena suerte. En los ritos de pubertad, funerarios, año nuevo (celebrado el primer día de julio), en la fiesta de la caguama Siete Filos y en la de la canasta signan la condición de convivencia.

Y si esos trazos son los que dan rostro a su pueblo, no lo son menos los aprovechamientos que establecen en todo el territorio. Si bien la pesca es la principal actividad, diferenciada por épocas, especies, zonas y género, hoy en día la combinan con manejo cinegético de borrego cimarrón y venado bura. Asimismo, diversas actividades de conservación son realizadas por equipos técnicos de cada comunidad. Mediante observación y censo llevan el control de población de varias especies y la gestión de permisos, cuidando a su vez la formación de jóvenes. Asimismo, en El Desemboque se ha iniciado un proyecto ecoturístico que cuenta con todos los servicios para estancias recreativas y de investigación, acompañadas de recorridos, pesca deportiva y caza.

Sin embargo, aunque el de los seris es un territorio ampliamente reconocido, también es uno al que le imponen numerosos conflictos. Es común encontrar barcos sardineros y camaroneros bordeando las islas y el Canal del Infiernillo, que no sólo depredan fauna a la que llaman de acompañamiento, sino que en el caso de los camaroneros destruyen el fondo marino a causa de sus arrastres. Asimismo, la caza furtiva, tanto de campamentos pesqueros en la Tiburón como en los linderos del ejido, obliga la vigilancia constante de la guardia tradicional. Aunado a ello, los circuitos de comercialización de producción pesquera y de artesanía les son ajenos, por lo que la batalla no sólo se ejerce en el aprovechamiento y la defensa territorial, sino también en el mercado.

Pero guerreros como son, enfrentan la adversidad bajo el saber tradicional que les permitió trascender el tiempo, saber que se fomenta no sólo en el aprovechamiento de especies marinas y del desierto, sino en la recuperación de herbolaria y gastronomía, en la protección del palo fierro y el mezquite, así como en la recuperación de danzas y cantos. El rastro de la nación comcáac es indeleble y nadie como ellos lo sabe.

INAH/UAM-X/CEDICAR



FOTO: Tia Foundation

La otra cara de los desplazados:
pimas y guarijíos de la sierra

Mauricio González y Néstor B. Ramos

Los pimas y guarijíos son pueblos indígenas que se asientan en Sonora y Chihuahua, descendientes de bandas nómadas provenientes de Canadá y del suroeste de Estados Unidos. Se calcula que arribaron a México hace unos dos mil años, siendo cazadores-recolectores y pescadores que desarrollaron una incipiente agricultura, lo que les permitió semi-sedentarizarse en algunas partes de la Sierra Madre Occidental. Al pie de la misma, en Sonora, hoy se localiza a los guarijíos en una región atravesada por el Río Mayo y pequeños afluentes, en comunidades de difícil acceso aledañas a los municipios de Álamos y El Quiriego. Por su parte, la presencia de pimas en Sonora se concentra en el municipio de Yécora, principalmente en la comunidad de Maycoba, y en el municipio de Arivechi.

Fueron evangelizadores jesuitas quienes fundaron las misiones-pueblo en toda esta región, espacios en donde se les catequizó y ocupó en minas, misiones y presidios. Ese fue el gran giro que produjo su gran transformación, aquella que les hizo totalmente sedentarios y que les condujo a consolidar su agricultura. Actualmente, tanto pimas como guarijíos tienen una economía de subsistencia basada en cultivos como el maíz, frijol y calabaza, que en ocasiones incluye trigo, papa y algunas hortalizas. Complementan sus actividades económicas vendiendo su fuerza de trabajo en la industria minera, en empresas forestales y como jornaleros en campos agroindustriales.

Las condiciones de marginación, pobreza extrema e inaccesibilidad de las comunidades han favorecido fenómenos como el desplazamiento y la desterritorialización de estos pueblos, ya que su región es estratégica para que grupos delictivos disputen su control, provocando un clima de violencia que se suma a los legendarios abusos del racismo de los “blancos” y de “la guerra contra el narcotráfico”. Las sórdidas disputas de bandas criminales provocan que los pobladores ya no quieran circular por la carretera que une a Hermosillo con Chihuahua, pues temen asaltos y el encuentro con dichos grupos. La situación de violencia que viven estas comunidades ha alcanzado niveles inimaginables, tal como ocurrió el pasado nueve de abril, cuando un comando armado con más de cien sicarios tomó la carretera interestatal y las comunidades de Maycoba y Kipor, mató a dos habitantes pimas, quemó las instalaciones de la Policía Estatal Investigadora y sembró el terror en los alrededores.

Estas circunstancias han propiciado que numerosas familias abandonen sus hogares, emigren, dejando atrás una tierra marcada por la sangre de sus ancestros y por todo un legado cultural desplegado por la historia de estos pueblos, saldos de una disputa que ellos no buscaron y a la que se les arroja en condiciones desventajosas.

¿Estas dos importantes culturas estarán condenadas a la desaparición? ¿Se perderá para siempre la celebración del yúmare?, festividad guarijía en la que se agradece con danzas los beneficios otorgados durante el año. ¿Acaso San Francisco de los Pimas entristecerá por el dolor de un pueblo devoto al que la inercia y sinrazón de la violencia impide el curso de su vida? ¿Se olvidará la tenaz búsqueda del padre Pfeifer por introducir la espiritualidad de estas “tribus” en la vida de la Iglesia?

Los pimas y guarijíos son pueblos ya de por sí reducidos. Se calcula que en Sonora habitan tan sólo 732 guarijíos, siendo un total de 917 los hablantes de esta lengua en todo el país. Por su parte, el o’ob o pima suma 349 hablantes en Sonora, siendo 337 los que se encuentran en Maycoba

La pregunta está en el aire pero, de seguir esta tendencia, se destruirá el invaluable patrimonio intangible de estos pueblos, su lengua, ritualidad, mitos, producción artesanal, gastronomía, normas y regulaciones, saberes y formas de aprehender el mundo inéditas al devenir de la humanidad. De seguir en esta vía estamos por perder lo más sólido que da fortaleza e identidad a este país, la vida y cultura de sus pueblos indios.

Maestría en Desarrollo Rural, UAM Xochimilco



FOTO: Archivo

Mayos: de la inversión del orden
al reverdecimiento de los valles

Fidel Camacho Ibarra

Ubicados en la región fronteriza de los actuales territorios de Sonora y Sinaloa, los yoremem o mayos integran uno de los grupos indígenas del noroeste que más han padecido el embate contra sus instituciones.

Las políticas de dominación desarrolladas por el Estado repuntaron durante la segunda mitad del siglo XX, cuando las entidades federativas superaban los niveles de productividad agroindustrial. Si el reconocimiento parcial del territorio yaqui por el gobierno federal en la década de los 30s supuso un éxito relativo para esa “tribu”, este hecho “oficializó” la derrota de los mayos. Con ello, el gobierno posrevolucionario legitimó la nueva colonización de los valles del Mayo y del Fuerte sin ningún tipo de concesión para los poblados yoremem.

También implicó que a los mayos les fuera negado injustamente su desempeño en la lucha armada, pues fueron de los primeros en alistarse en los batallones obregonistas y de los que continuaron en la contienda bajo su propia bandera (aunque ya diezmados y sin capacidad política de negociación). Desde entonces, las subsiguientes administraciones gubernamentales han rehusado reconocerlos, por omisión o ignorancia, como actores sociales con demandas auténticas. Una visión inmerecida que continúa ocasionando estragos sensibles en las comunidades mayos.

A pesar de esta adversidad, los yoremem conservan uno de los sistemas religiosos más coloridos y fastuosos de los habidos en la región. En efecto, los lazos rituales lograron reactivar su cultura aun bajo el clima de la represión: una estrategia de persistencia que sigue favoreciendo la autoafirmación y el imaginario sobre el otro. Así, para los mayos, ser miembro del grupo significa, más que ninguna otra cosa, participar en el tekipanoa: el trabajo ritual dedicado a los santos. En este sentido, la reconfiguración de elementos en el complejo ceremonial permite, por ejemplo, la simbolización del rechazo de la dominación mestiza. Es el caso del “Malhumor” o Judas, el monigote al que le han adaptado la figura del yori o mestizo para quemarlo el Sábado de Gloria. Entre tanto, el ciclo de Pascua, conformado por la Waresma y la Semana Santa, es una de las festividades más difundidas y famosas de los mayos. En la ribera de los ríos que bautizan ambos valles, se localizan principalmente aquellas comunidades que dan soporte al complejo ceremonial a niveles subregionales. En Sonora, podemos contar a Pueblo Viejo Navojoa, Etchojoa y El Júpare; en Sinaloa: San Miguel Zapotitlán, Tehueco y Mochicahui, entre los más emblemáticos.

La dramatización de la venida de Jesucristo o Itom Atchay O’ola revela el espacio físico de los mayos como contenedor de “secretos”. Se dice que por Él cobra nuevo verdor el valle y se abren las flores; también, que nazcan en los próximos días las crías de venado. El drama de la muerte y resurrección del O’ola simboliza, en cierta forma, la victoria sobre el período de la sequía primaveral. La Pascua da la bienvenida, con las primeras lluvias de mayo, al principal ciclo de tormentas que va de junio a agosto. No obstante, para que se produzca este “milagro” es necesario que los chapakóobam o judíos lo persigan y le den “muerte”: sólo cuando hayan desparramado la sewa (flor) por los valles, es que éstos reverdecerán. La aparición en las comunidades de dichos captores le confiere la representatividad indígena al ceremonial Pascual. Su atributo es antropomorfo: destaca la máscara de cuero de chivo, muy peluda, de orejas y nariz grande; una sabanilla que cuelga de la espalda y los característicos tenábarim (capullos de mariposa acordonados en las pantorrillas); nunca hablan y se comunican mediante pantomimas. Con su destrucción, se espera que los ventarrones lleguen junto con los calores de más de 40 grados. Atrás ha quedado el rastro de la pajko, con la cual los mayos han conseguido invertir el orden social y favorecido la germinación de la vida en los valles.

Epílogo. La lluvia arrecia y el agua se trasmina por la enramada. Los fiesteros drenan a chorros el agua estancada a lo largo de un camino que han excavado alrededor de la estancia y del fogón. El aguacero hace que nos concentremos en un solo lugar. Constantemente limpiamos de nuestros rostros el agua salpicada con lodo. Casi por instinto atrapo un insecto que se ha parado en mi hombro. Lo observo con curiosidad y, como si se aprestara a detenerme, el rezador me sorprende: “¡No lo mates, no lo mates! Es un ‘torito’. Dicen los antepasados que les echaban ceniza y les decían: ‘vuela, ve por agua’, y los dejaban ir”. Abro el puño y lo veo alejarse, libremente, en la tormenta.

Escuela Nacional de Antropología e Historia



FOTO: Elisa Ramírez

Conservación indígena en el
Golfo de California

Mariana Báez y Thor Morales

La tierra es nuestro cuerpo. El agua, los mares y los ríos son la sangre que corre por nuestras venas; el viento es el espíritu, la vida y el corazón, es quien convive con la naturaleza amándola y respetándola… Y el corazón somos todos. Efraín Estrella QEPD, Consejo de Ancianos de la Nación Comcáac

El dominio histórico de esta etnia iba desde el Delta del Río Colorado hasta Guaymas, pasando por Hermosillo y navegando hasta las Grandes Islas del Golfo de California. Muchas cosas han cambiado en la forma de vida, pero otras tantas también han quedado y los comcáac de hoy, como sus antepasados, siguen teniendo un vínculo muy fuerte con el mar y el desierto. Hoy en día la mayor parte de ellos y ellas tienen un enérgico ímpetu por conservar sus recursos naturales y su tradición. Esto los ha llevado a un “cambio de ideas”, como lo dice Alfredo López Blanco, miembro del Consejo de Ancianos, lo cual ha permitido la llegada de visitantes.


FOTO: INI-fonapas

En este compromiso por conservar han buscado nuevas formas de usar sus recursos, encontrando en el ecoturismo una oportunidad para mejor la situación económica a la vez que compartir su conocimiento y hermoso hogar. Gabriel Hoeffer, uno de los jóvenes que se destacó por su labor de conservación de tortugas marinas, ahora dirige Hoeffer’s Adventour’s, que ofrece actividades cinegéticas, paseos en lancha o kayak, caminatas guiadas, safaris fotográficos o bien un rato de relajamiento en lindas cabañas frente al Mar de Cortés. Alfredo López, quien es ecólogo tradicional, es guía experto para grupos de turistas, científicos y estudiantes de diversas partes de México y Estados Unidos.

Éstas son dos de las tantas estrategias para conservar la naturaleza, seguir sus tradiciones y mejorar la situación económica. Los comcáac siempre nos han dicho que ese pedazo de tierra y mar lleva la sangre de sus antepasados, no es sólo un conjunto de “recursos naturales”. Es parte de su familia, protegerlo y respetarlo no es algo necesario para ellos, es innato. Cuidarlo significa ver por sus hijos, honrar la memoria de sus ancestros y asegurarse un futuro.