Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de agosto de 2010 Num: 807

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Vamos a matarnos
ALEJANDRO ACEVEDO

Visiones de Teotihuacan
ESTHER ANDRADI

Vicente Leñero y la pasión por la forma
ANDRÉS VELA

Propaganda vs. publicidad
LUIS ENRIQUE FLORES

La novel narrativa argentina
JUAN MANUEL GARCÍA

La fuerza de lo visual
LAURA GARCÍA entrevista con MARGARITA GARCÍA ROBAYO

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Vamos a matarnos

Alejandro Acevedo

“Vamos a matarnos”, le dijo al Nahual. Ambos eran policías y habían amanecido en una cama matrimonial. El Nahual alcanzó la pistola que estaba en uno de los burós, se la metió en su propia boca, pero se acobardó. No pudo jalar el gatillo y le reclamó al que dijo “vamos a matarnos” que de no ser por sus celos no estarían allí desangrándose.

A pesar de su desproporcionada musculatura, el Nahual era un naco muy bien parecido, pero su cerebro sólo le daba para seguir el juego a sus amigos.

Por supuesto que no era el Nahual quien le proponía ir a coger al travesti que la noche anterior se la había pasado provocando al otro policía. “¿Me prestas otra vez al Nahual?” “No.” “Ándale, nada más un ratito.” “No.” “Entonces te lo robo.” “Me lo robas y te mando a la chingada.” El travesti retiró rápidamente la mano de la tranca del Nahual y los tres se rieron de muy diferente manera alrededor de la mesita redonda y chaparra del antro. “Mejor ya vámonos”, le dijo al Nahual sin que escuchara el travesti.

Minutos después, el automóvil se detuvo en una licorería y el Nahual regresó con una botella de champaña. El otro policía nunca había probado el champaña pero le gustó el precio que el Nahual dijo que valía. Y olvidando por esa ocasión los hoteles de paso, el Nahual también pagó una habitación en un hotel de cuatro estrellas.

Después de colgar en el clóset los uniformes de policía que habían sacado de la cajuela del automóvil, el Nahual se la metió al que cinco horas más tarde estará diciendo “vamos a matarnos”. Y se la volvió a meter. Y entonces sí sintió uno de esos orgasmos múltiples que en la tele dicen que experimentan algunas mujeres.

Sumó mentalmente lo de la licorería y lo del hotel, y pensó que por fin el Nahual se había enamorado. Pero enseguida recapacitó: “Me engaño, como se estuvo engañando su mujer que con toda razón le ha pedido el divorcio.” Se durmió pensando en su propia esposa que sólo utiliza de pantalla. Y soñó que lo asfixiaba la celulitis que deforma sus mallones.

Cuando despertaron, telefonearon a “servicio a la habitación”. En la regadera, el Nahual se la metió por tercera ocasión, pero ya ninguno se vino.

Ya uniformados, desayunaban sobre la cama matrimonial cuando empezó a temblar. 8.1 en la escala de Richter. Entre noventa y ciento ochenta segundos… No llegarían a conocer estos datos, pero sí sintieron que el sismo había durado una eternidad.

Cuando se desatolondraron, pudieron ver los enormes pedazos de concreto que les inmovilizaban las piernas. Y vieron también la mancha de sangre extendiéndose en las sábanas.

“¡Puta madre!”, gritó el que estaba a punto de decir “vamos a matarnos”. Pero antes de hacerlo, se percató de la profunda tristeza del Nahual. Supuso que pensaba en el travesti y sintió la patada del abandono en las entrañas.

Cuando logró escapar de aquella maraña de dolor y deseo, fue exactamente cuando dijo “vamos a matarnos”. Obediente, el Nahual se metió la pistola en la boca y no pudo jalar el gatillo.

Pero el que acababa de decir “vamos a matarnos” no se refería a dos suicidios, y le explicó al Nahual: “Nos van a encontrar y se van a dar cuenta de lo que hacíamos”. El Nahual pensó en sus hijitas y las imaginó diciendo: “Tenemos un papá marica.” Y lleno de coraje encañonó al que dijo “vamos a matarnos” mientras le reprochaba sus celos.

“¡No dispares, pendejo! ¿Sabes qué va a pasar cuando me encuentren muerto y a ti te encuentren vivo?” El Nahual movió mecánicamente la cabeza de arriba a abajo. Varias veces. Las suficientes para que el que había dicho “vamos a matarnos” pudiera estirarse y agarrar la otra pistola.

Entonces los dos policías pronunciaron la cuenta regresiva. “Cuatro, tres…” Huecos, opacos, los homicidas disparos se perdieron en medio del estruendo de las paredes que ya empezaban a desplomarse.