Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de agosto de 2010 Num: 807

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Vamos a matarnos
ALEJANDRO ACEVEDO

Visiones de Teotihuacan
ESTHER ANDRADI

Vicente Leñero y la pasión por la forma
ANDRÉS VELA

Propaganda vs. publicidad
LUIS ENRIQUE FLORES

La novel narrativa argentina
JUAN MANUEL GARCÍA

La fuerza de lo visual
LAURA GARCÍA entrevista con MARGARITA GARCÍA ROBAYO

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Alonso Arreola
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Lady Gaga en un mar de brazos

Festival Lollapalooza, agosto de 2010. Chicago, Illinois. Una masa compacta de aproximadamente tres mil personas asiste a la presentación del grupo Semi Precious Weapons, en alguno de los escenarios del mítico evento. Eufórica, no puede creer que Lady Gaga, máxima estrella del orbe, esté echándose un palomazo, golpeando tambores y pegando de gritos junto al exótico cantante bisexual Justin Tranter. Menos todavía puede creer lo que pasa momentos antes del final, cuando la intérprete de “Poker Face” realiza el llamado stage diving (aventarse hacia la gente). Acto típico del rock and roll, el de entregar el cuerpo a la audiencia, no es común en los entertainers pop, mucho más recatados y miedosos frente la histeria masiva. Claro que hay otros de tal especie que lo han hecho, pero normalmente en ambientes y foros controlados como ceremonias de premios televisadas.

Imagen que le dio la vuelta al mundo en 24 horas, la de Gaga se amplifica por su desnudez casi total. La distinción que hacen los milímetros de un pantalón y una camisa se vuelve enorme en tal contexto, pues al acto de entrega-posesión se suma el de una alegoría sexual recíproca. Dejándose cargar y tocar a través de la rota y transparente malla que dejaba expuestos sus pechos, dos clavados en este mar de brazos fueron suficientes para que una de las mayores fronteras entre géneros musicales se viera traspuesta, justificando plenamente la idea de incluir a intérpretes mucho más comerciales en un festival otrora exclusivo para bandas alternativas (esta fue la segunda aparición de la cantante en el mismo escenario en tres años).

Sumándose a metaleros, punketos y raperos, el impulso de Lady Gaga nos hace recordar los de Peter Gabriel, Iggy Pop y Kurt Cobain con sus rabiosas huestes, así como los de otros cuya fe en el público mantuvo a flote sus huesos. Algo distinto a lo sucedido a incontables, ingenuos y soberbios individuos como Method Man, hiphopero a quien su audiencia dejó caer al suelo tras un elevado salto desde las bocinas; o como Mira Craig, cantante noruega que se rompió la pierna luego de un valiente brinco hacia lo que ella juraba eran sus fans, y no un gran vacío de duro fondo. Todo lo contrario al regocijo del cantante de Boy Hits Car, quien fue recibido por sus fieles seguidores tras un lanzamiento de más de diez metros de altura, sin duda el máximo récord en tan rara actividad.

Dicho esto, lo visto en Lollapalooza nos gusta como pretexto dominical para reflexionar sobre el cambio de aquellos gestos escénicos revolucionarios que, como siempre pasa, han sido integrados a la cultura del abuso. De los antes rudísimos Alice Cooper, Ozzy Osbourne y Kiss a las jóvenes poperas mexicanas Belinda y Anahí, los trucos con sangre, fuego o máquinas de tortura actualmente resultan bobos y anacrónicos, tanto que muchos de sus pioneros forman parte de cínicos reality shows que los exponen como símbolos del humor involuntario. Así las cosas, nada debería sorprender más que la música en sí misma, aun condimentada con luces y video. Quedarían entonces para el museo las imágenes de Keith Moon (The Who) destrozando la batería, de Jimi Hendrix prendiendo fuego a la guitarra en el Monterey Pop Festival y hasta de Gustavo Cerati rompiendo la suya contra el suelo en el regreso de Soda Stereo. Pero no. La euforia colectiva sigue reavivando brasas, celebrando la misma liturgia de siempre.

Con ello, empero, el abandono del cuerpo del artista en el multiplicado cuerpo de la audiencia será eternamente poético, alegórico de un sacrificio soñado, pues en esta disolución momentánea parecen salvarse las enormes distancias económicas y geográficas entre el uno y los demás, las barreras que nacieron cuando en los cabarets europeos las tarimas comenzaron a ganar altura, telón y alejamiento ante las mesas; cuando en Estados Unidos crooners como Sinatra y figuras como Elvis llegaron a la televisión y el cine; cuando en Inglaterra los Beatles y los Rolling Stones integraron su voz a la de millones de adolescentes haciendo del concierto un negocio de culto y endiosamiento.

Patética, desenfrenada, sucia, rota, estrujada, armada hasta los dientes en la portada de la revista Rolling Stone… talentosa… Lady Gaga vive sus días de gloria entendiendo a la perfección la suma de los rasgos que posee. Canta bien, toca el piano con soltura, baila, provoca, juega con el escándalo y, en el pináculo de lo conquistado, se tira desde las tablas recordando a los melómanos que la amabilidad del pop ha sido inoculada por el salvajismo del rock, y que ella está dispuesta a proponer otros niveles de entrega, de ésos a los que ni la Madonna más arriesgada se atrevería. Veremos hasta dónde llega su personaje y quién es el siguiente en nadar sobre la carne.