Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de agosto de 2010 Num: 807

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Vamos a matarnos
ALEJANDRO ACEVEDO

Visiones de Teotihuacan
ESTHER ANDRADI

Vicente Leñero y la pasión por la forma
ANDRÉS VELA

Propaganda vs. publicidad
LUIS ENRIQUE FLORES

La novel narrativa argentina
JUAN MANUEL GARCÍA

La fuerza de lo visual
LAURA GARCÍA entrevista con MARGARITA GARCÍA ROBAYO

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Javier Sicilia

El tercero

Para Ricardo Vinós

Los misterios son realidades que aparecen en un momento de la historia, pero cuya interpretación poética las vuelve tan insondables que sólo desde la fe pueden aceptarse y profundizarse. Los dogmas, en el orden del cristianismo, pertenecen a ellos. Se encuentran concentrados en esa profesión de fe que se llama el “Credo”, que se dice en el oficio de la misa y que entrelaza todo el misterio que habita en un hombre que convulsionó la historia: Jesús de Nazaret.

Uno de ellos –tan escandaloso como el de la encarnación: el Dios que se hace hombre, muere como un delincuente, resucita con su carne y asciende a los cielos donde está a la derecha de Padre –es el de la trinidad: ese mismo Dios que se encarna y es tres en sí mismo: padre, hijo y espíritu santo.

No pretendo hablar de ese misterio sobre el que mentes muy luminosas han escrito inmensos tratados, sino del vínculo que los une y sin el cual sería imposible comprender el nuevo amor –la caritas– que Jesús trajo al mundo. ¿Por qué uno son tres o tres son uno?

Esta idea cristiana, que sólo podía venir de ese amor que Jesús predicó: un amor de elección –expuesto muy ilustrativamente en la parábola de “El buen samaritano”: un hombre que, transgrediendo las leyes étnicas que dicen que sólo tienes deberes con los tuyos, va al encuentro de su enemigo herido y lo toma a su cuidado–, tiene como característica algo que los griegos, para entender el amor erótico, habían representado como un tercero: Eros, cuyas flechas hacen que los hombres dejen su soledad y se unan en la cópula carnal hasta convertirse en uno solo: en el andrógino original del que habla Aristófanes en “El banquete”, de Platón.

A partir de Jesús y de la interpretación cristiana, ese tercero que no sólo une a uno con otro en la cópula erótica, sino a un enemigo con otro hasta crear un yo plural nuevo, un nosotros ya no basado en las leyes étnicas sino en la libertad, es Cristo que revela que Dios es amor. El vínculo que une a Dios –el padre–, con Jesús –el hijo, hecho carne–, es también un tercero: el amor, que la tradición llama el Espíritu santo y representa como una paloma. Dios y Cristo, son así, uno en el amor. El hombre es así también uno en ese tercero que, como en las palabras copulativas de la gramática que unen dos oraciones distintas en un solo sentido, une a aquellos que la naturaleza y las leyes jamás podrán unir. Por ello la tradición cristiana medieval llamó a Cristo, entre otros muchos epítetos, el concopulatore, el tercero que une lo que las leyes de los hombres no pueden unir, el que permite la existencia de ese nuevo yo plural que es la comunidad de hombres y mujeres que se eligen a sí mismos para vivir en comunión, siempre abiertos a los demás y cuyo relato más hermoso se encuentra en los Hechos de los apóstoles 4, 32-36. Por ello, también, los cristianos primitivos tenían en sus casas una vela encendida: símbolo de Cristo y del yo abierto a su llegada en la presencia de otro que llamara a la puerta. Un constante recordatorio de que, a partir de la revelación de ese tercero en Cristo, la comunidad, el yo plural, el nosotros, nacido del amor, nunca puede estar cerrada sobre sí misma.

Lo dice hermosamente el Tratado de la amistad espiritual, escrito por Aelred de Rivaulx en el siglo XII. Ese tratado, compuesto como un diálogo entre el autor y un monje, tal vez a la luz de una vela, comienza con estas palabras reveladoras: “Henos aquí tú y yo y también un tercero que es Cristo.”

Pensando en ello, en mis amigos, en mi mujer y en el vínculo que une a los amantes, como una metáfora de la comunión, del yo que se vuelve plural y se abre al acogimiento, escribí alguna vez, en un poema que lleva por título el de este artículo:  “él está allí diciéndose en el enlazamiento de los cuerpos,/ en el borde sagrado de sus precipitaciones,/ en la celebración del gemido que acoge lo inefable convocando lo Abierto,/ y al encarnar al dios en su trina intimidad/ nos dicen el anuncio de nuestra dicha en él,/ como si entre ellos,/ desbordados de fuego en el umbral de sus cuerpos,/ el dios prefigurara nuestra resurrección”.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO y llevar a Ulises Ruiz a juicio político.