Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de agosto de 2010 Num: 808

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Juan Bruce-Novoa: Only the Good Times
ALBERTO BLANCO

El síndrome de Procusto y la política científica
JUAN JOSÉ BARRIENTOS

Monet, impresionista
Presentación

Los deudores de Monet
FRANCISCO CALVO SERRALLER

Los ojos de Monet
JOHN BERGER

Ella casi bella
GUILLERMO SAMPERIO

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Jorge Moch
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Y una cohorte de beatas

Agotada hace mucho la opción preferencial por los pobres, la dirigencia católica, salvo incómodas excepciones entre sus prelados, es un club de señores ricos, acomodaticios, hipócritas, que se pasan años pontificando máximas y dogmas, rodeados de servidumbre, con la mesa bien dispuesta pero con arrestos de cinismo para preconizar humildad en el hacer y el decir. Pasa el tiempo y allí siguen, escamoteando a la hacienda pública su aportación, a menudo lucrando con patrimonios familiares que alguien, en presunto arrebato místico, quitó a sus propios descendientes para dárselo a curas o monjas porque así, prevaleciendo anacronismos, habrá de ganarse “la salvación”. Curas, monjas y príncipes de la Iglesia que raramente frotan codos con el lumpen y, en cambio, de albos hábitos y bien planchadas sotanas, con sus casullas ornadas y no pocas joyas en dedos, cuellos y pechugas, procuran estar cerca de la oligarquía: cerca de los poderosos banqueros; cerca de los señores de la industria y el comercio y cerca, siempre cerca de quienes ponen y quitan en la derechizada y arcaizante clase política del México actual. La relación del alto clero con los dueños del poder y el capital es cosa sabida e históricamente contradictoria, porque, aunque de dientes para afuera sus prédicas hablen de amor, igualdad y compasión, sus gustos, arrebatos, pendencias y aficiones tienen que ver, no con los andrajosos, sino con aquellos que hacen de la explotación, la arrogancia y hasta la estafa su modo de vida. La religión, la teología y la doctrina, en este caso el cristianismo, terminan a menudo en un bien aplicado barniz cosmético. Lo que hay de fondo es la misma corrupción venal e idiosincrásica de todos y de siempre: el obispo en cuyas homilías brillan palabras de conciliación y desprendimiento para con los demás, pero que ante el niño desarrapado de la calle que se acerca a su auto, con nariz alzada y gesto de impaciencia sube la ventanilla mientras indica de mal modo al chofer que apure la salida. Incólumes en su hipocresía, hacen un escándalo de una resolución judicial y aún se arrogan la pueril pero riesgosa osadía de acusar a un órgano superior de la República de corrupto, porque les resulta enojosa una decisión soberana del Poder Judicial, ellos, los impolutos, los incorruptibles, bah.

Hinchados con el inmerecido poder que obsequia la candidez de una feligresía que no se caracteriza por su gregaria vocación crítica, sino más bien por un tenor de resignación y acatamiento que enraízan en añejos procesos históricos de opresión, de ignorancia y de fanatismo, los clérigos manipulan estamentos gubernamentales con los que evidencian pactos y supeditaciones indebidos (allí la vergonzante conducta del gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, por citar un ejemplo), para apuntalar una imagen ridícula de superioridad moral y hasta de privilegio extralegal, de fuero. La ponzoña vertida en los medios nacionales en contra de la Suprema Corte de Justicia, el Gobierno del Distrito Federal y la comunidad homosexual en México hace evidente la urgencia de la paradoja: que los funcionarios del ejecutivo federal, salidos de las filas de la derecha tradicionalmente cómplice de la clerecía, sean quienes acoten los abusos discursivos y mediáticos del clero, de su odioso revisionismo social, de su desenfrenada campaña de redivivos, viejos rencores, porque siguen sin poder soportar la separación de Iglesia y Estado vigente desde el gobierno decimonónico y liberal de Benito Juárez, ese anatema.

Es obligación, no asunto vocacional del Estado mexicano, llamar al orden a los clérigos y a su cohorte de beatas y meapilas que, desatados en los medios, pretenden imponer bajo un doble discurso de libertad de expresión un credo autoritario y un pensamiento de corte vertical. El clero tiene el apoyo incondicional de los dueños de los medios masivos –miembros de esa misma oligarquía– y éstos no tienen empacho en torcer la realidad, en hacer ver a los funcionarios que se oponen a los dictados de la curería como los malos de la película, y hasta llegar al extremo, como en los noticieros de Televisa, de afirmar, cuando los ministros de la Corte se pronunciaban ya en mayoría a favor del orden constitucional, que sólo cuatro de once estaban a favor. El viejo truco de retorcer la información para obligar a la realidad a plegarse a un grupo de poder.

Es ya urgente que ante la conducta histérica del arzobispado mexicano, simplemente se aplique la ley.

Y acallen las beatas sus chillidos.