Opinión
Ver día anteriorMiércoles 1º de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Guerrero: sin futuro
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ara salvar cara, la dirigencia partidaria de la izquierda elige a la que, piensa, es su única opción ganadora. Va por el puesto haiga sido como haiga sido. El proyecto transformador de esa agrupación progresista, de tener éxito la tontería armada por su burocracia central, quedará arrumbado y las posibilidades de ganar en 2012 se verán, sin duda, afectadas. La pequeñez de miras queda, así, estampada en sus maniobras, ofensivas para la sólida base militante guerrerense.

El personaje escogido para la tarea de rescatista de un conjunto de cabecillas sin destino, resultó ser un priísta irredento de conocida estofa. Todos los reflejos del señor Aguirre (Ángel Heladio se llama el susodicho), sus concepciones (si las tiene), sus modos de trabajo, el equipo que elegirá, el presente y también el pasado que lo condiciona, serán idénticos a los que empleará en su futura tarea en caso de triunfar. Aquellos que esperen posturas distintas o acciones diversas, enfocadas a tratar de solucionar algunos cuantos problemas ancestrales de los guerrerenses, se toparán con hechos decepcionantes. Tanto, o más graves, que aquellos dejados a lo largo de sus pasados años como titular interino en ese estrujante rincón del sur.

Al igual que el actual gobernante de Guerrero (Zeferino Torreblanca) el señor Aguirre, si triunfa, tendrá que plegarse a los dictados de la administración federal. No porque los obliguen a modelar sus trajes al estilo del sastre mayor, sino porque coincidirán con sus programas, modos, trafiques, valores y sus muchas urgencias, que en el caso de guerrero son cotidianas y salvajes. El señor Aguirre será, en todo caso, una redición del actual en el mejor de los deseos. Es decir, un subproducto del sistema establecido. Podrán alegar honestidad, buenas intensiones y hasta habilidades empresariales, como las que trató de lucir Torreblanca, pero sus resultados apuntarán a más de lo mismo. La postración de los guerrerenses seguirá por la ruta de las frustraciones crecientes.

Sería inútil repartir culpas. Sólo se atisba una realidad opaca y densa que se cierne sobre la izquierda local. Desde el trampeado año de 88 cardenista se manifestó el deseo masivo por romper ataduras con lo establecido. Desde ese contrariado tiempo poco se ha trabajado para crear y pulir figuras de dirigentes atractivos al pueblo. 2006 les presentó una oportunidad adicional que fue desaprovechada. Torreblanca no ha sabido –tal vez no quiso– sembrar y cuidar la factible cosecha de prospectos con arraigo. Por el contrario, abrió la puerta para la derrota y las divisiones. Sus ensayos fueron de poca monta, conflictivos o habilidosos sin la consistencia debida. Nadie que destacara por sus ímpetus de grandeza o arrestos de equidad. De esa clase de dirigentes que pudieran conducir sus anhelos de construcción, justicia y renacimiento. Se quedaron, ahora se sabe con toda certeza, en la medianía, en ensayos, en hombres o mujeres incapaces de levantar polvaredas de esperanza y cambio. Los que surgieron como posibilidades se atascaron (o fueron muertos) en la ruta a su consolidación. Al final, quedaron unos cuantos suspirantes que se plegaron a las consignas de los burócratas que los aleccionan. Ninguna rebeldía que resaltar.

A la militancia de izquierda, que en Guerrero es numerosa, fiel, consistente, el apoyo que se le impone para respaldar al señor Aguirre será un calvario. Algunos recurrirán a toda su disciplina y le darán su voto. Pero muchos optarán por caminos diversos: la abstención o el castigo. Pocos, muy pocos, se convencerán de la corta maniobra diseñada por los burócratas partidistas, ahora en su papel de habilidosos estrategas: derrotar al PRI, vencer a los caciques. Al margen quedarán entonces los afanes de encontrar, de diseñar los puntos de apoyo para nutrir un cambio prudente. Ese cambio que nace desde abajo, que se alimenta del renacer de las conciencias, organiza su trabajo político y logra el concurso masivo para acercar la efectiva transformación del estado de cosas reinante. De esos llamados no se oirán en Tierra Caliente ni en las dos costas, por más artilugios que difundan los propagandistas del señor Aguirre.

El costo de haber optado por semejante ruta que asegura un despeñadero anímico, conceptual e ideológico puede desembocar en un desbarajuste político. Ya sea en la derrota o el éxito en la conquista del puesto ansiado, tal y como se ha visto en los demás experimentos, los recientes y los pasados resultados serán negativos. ¿Qué ganará la izquierda o la población con Malova, en Sinaloa, o con Moreno Valle, en Puebla? A juzgar por recientes encuestas, una propensión de voto es bastante menor a las 10 unidades. ¿Qué se obtuvo con los señores Chavarría y Sabines, además del Torreblanca ya mencionado? Habría que volver los pasos y recalar en el caso del Distrito Federal, como señero ejemplo, o en Michoacán a pesar de los titubeos habidos y, si se quiere, en Baja California Sur, para aquilatar lo que la izquierda puede hacer por los demás o la manera en que puede prolongarse con dignidad.

Guerrero es, en verdad, un triste ensayo. Una serie de ineptitudes y descuidos que han traicionado las ambiciones del pueblo. Los desplantes de actores sin fondo legítimo, las tareas reivindicatorias pendientes de los elegidos para aliviarlas, los ensayos frustrados de dirigentes en ciernes o los intereses sin recato y el manipuleo de los mandones de ocasión son la constante. Su viejo partido, al señor Aguirre, le dio más, mucho más de lo que merecen sus cortas aptitudes. No le asiste razón alguna para decirse traicionado. La cultura que lo envuelve es la priísta y así seguirá hasta su retiro político en caso de derrota. El triunfo no le limpiará el estigma que lleva dentro. En todo caso, le ahondará remordimientos, le recrudecerán sus rencores y le quebrará las promesas que hubiera hecho. Ojalá y sea ésta sólo una predicción salida de los deseos más recónditos por ver un Guerrero pujante y no, como será, otro momento perdido entre esas centurias de oscuridad que se ensañan con un estado al borde de ser, uno más, de los territorios liberados del crimen organizado.