Cultura
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El filósofo declara
C

omo en su primer texto dramático, Muerte parcial, en este segundo Juan Villoro juega con las apariencias, pero ahora de una manera mucho más intrincada y definida. En El filósofo declara nada es lo que parece ser, desde la absurda farsa que preparan el Profesor y Clara a la espera del Pato Bermúdez, que incluye el ensayo de delirantes parlamentos y el fingimiento de parálisis del filósofo, hasta el disfraz irónico de un sometimiento total por parte de Clara que oculta su sometimiento real, como los hirientes comentarios del marido ocultan un amor que los dos conocen y saben verdadero. Los ingeniosos parlamentos del Profesor enmascaran un recuerdo de nobleza infantil que se ha perdido en la fragilidad de la feria de vanidades y nada escapa a este enredo, ni la verdadera misión del chofer Jacinto o, mucho tiempo atrás, la creencia en el amor y el sexo libres que ha dejado cicatrices tanto en el Profesor y en Clara, que finalmente no son ni fueron Sartre y Beauvoir, como en su relación con Bermúdez.

La impostura como sustituto de la lealtad al propio pensamiento parece ser lo que nos dice Villoro. Mientras el Pato Bermúdez ha hecho una brillante carrera de intelectual ligado al sistema, que lo ha llevado a ser presidente de la Academia de Filosofía, el Profesor se refugia en lo que cree –y espera que todos crean– su integridad de pensador puro y ajeno a las glorias del mundo, pero las revelaciones del antiguo amigo y contrincante dan cuenta de un fingimiento más. No es de extrañar la reacción final de Pilar, la sobrina escritora, que es ajena a todo este tejemaneje pero que algo intuye en el momento de absoluta veracidad del confundido Bemúdez. Si hay que resaltar los chispeantes e ingeniosos diálogos, que en todo se emparentan con la brillante obra en ensayo y narrativa del autor, también hay que referirse al fondo que enmarcan, de realidades y su reflejo o de realidades y sus máscaras.

Mónica Raya, que es también responsable del vestuario, diseñó una eficaz e inteligente escenografía que permite dar los tres escenarios que la obra requiere en el pequeño espacio del teatro Santa Catalina, con ese largo mueble con ruedas que se convierte en mesa de cocina y la pared cuadriculada cuyos cuadrados pueden ser pequeños cajones de los que se extraen diversos objetos. Por cierto que el hallazgo en uno de ellos de la pantufla acerca de la cual el Profesor intenta una reflexión filosófica, y que es una de las ingeniosidades más ácidas del texto, resulta un tanto forzada porque nada lleva al protagonista a abrir la puertecita, pero por lo demás el trazo escénico de Antonio Castro es muy limpio y fluido y su excelente dirección de actores logra que ninguna intención pase desapercibida.

Arturo Ríos confirma como el Profesor que es uno de los mejores actores con que contamos. Pone el énfasis donde corresponde, rezonga cuando es necesario, se yergue y se derrumba, resulta convincente en su confesión y grotesco en su ira, usa toda la envenenada malicia de su personaje para dar cuenta de lo lamentable que puede ser un triunfo final, que también es apariencia pura. Junto a él, Pilar Ixquic Mata no desentona actoralmente en el extraño personaje de Clara, la esposa que finge ser devota y entregada para ocultar con sus exageradas actuaciones que lo es en verdad hasta límites casi inverosímiles en una expiación de veleidades pasadas, en constante duelo con el amado contrincante. Emilio Echevarría es el tercero en discordia, el Pato Bermúdez, el intelectual que escala puestos y que hasta cierto punto se ha burocratizado, pero que resulta más honesto que el amigo al que apoya en secreto. Fabiana Perzabal es Pilar, la sobrina autora de un best seller escrito en India y cuyo retorno precipita el recuerdo del noble acto infantil del Profesor y del cariño a su hermana, lo que también lo une a Bermúdez y a lo mejor incide en las confesiones que hace a éste. Muy gracioso Édgar Parra como el torpe Presocrático, el chofer que no lo es y como el verdadero Jacinto. Rafael Mendoza, diseñador de iluminación; Miguel Hernández, diseñador de audio, y Amanda Scmelz, diseñadora de maquillaje, contribuyen a esta escenificación.