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A la mitad del foro

Las vueltas del tiempo

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Escenario en Palacio Nacional el pasado 2 de septiembre con motivo del cuarto Informe de gobierno de Felipe CalderónFoto Marco Peláez
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icentenario en set de televisión montado en el patio central de Palacio Nacional. De modo que no se vieran los murales que narran nuestra historia, ni la grandeza del edificio donde alguna vez trabajaron los mandatarios de nuestra nación; donde se debatió y aprobó la Constitución de 1857. Donde murió Benito Juárez, el gran ausente de los festejos en la era del espectáculo y el olvido intencionado de que cumple cien años la Universidad Nacional Autónoma de México.

Los de la transición en presente continuo festejaron el fin del Día del Presidente, de la marcha triunfal y el conteo de aclamaciones a lo largo del Informe del estado que guardaban los asuntos de la nación. La cosa pública que hoy, junto con la riqueza estructural se ha privatizado, hasta reducir el acto republicano de rendición de cuentas, a mensaje del titular del Poder Ejecutivo ante cámaras y micrófonos del ágora electrónica, donde sus publicistas decidan. Diputados y senadores del Congreso de la Unión hacen mutis: la apertura de sesiones es acto privado y vergonzante manifestación de poder en el vacío.

Ecos del tímido acto de lesa paridad de Porfirio Muñoz Ledo: Me permite, señor presidente. Y ahora que no tenemos César de pacotilla, ¿qué haremos sin cesarismo? Vía libre al mensajero y sus alardes preciosistas de pluralidad democrática que se reduce a uno en el escenario, frente a los notables que se sientan en sillitas de lámina y disimulan su incomodidad con sobrio gesto y esporádicos aplausos, de los que ya nadie lleva cuenta, porque no parece esperarlos ni el mensajero que no informa y condena retóricamente al autoritarismo presidencial; a los poderes metaconstitucionales, invocados en este año de bicentenario y centenario incómodos, en los términos acuñados por Jorge Carpizo, paradójicamente rector de la UNAM y secretario de Gobernación en el ocaso del priato tardío.

Ahí viene el cortejo. Los purpurados, la clerigalla que ignora la realidad y desprecia las normas constitucionales. Da grima la estulticia de jerarcas aferrados al fuero que desapareció con las leyes de Reforma. Dictan cátedra de teoría del Estado. Soy abogado, dijo el inconcebible empresario taurino y obispo, Onésimo Cepeda: el Estado está formado por pueblo, territorio y poder. ¿El pueblo es laico?, no. Los maizales, o sea, el territorio, ¿es laico?, no. ¿El gobierno es laico?, sí. El Estado laico es una jalada. El lenguaje de calambur es lamentable; la ignorancia, imperdonable. Laico, del latín laicus: no eclesiástico, civil, secular, seglar, (lego), según el diccionario. Y el laicismo motivo de la agresividad de lo que Vicente Lombardo Toledano llamaba el clero político, lo define así el tumbaburros: ausencia de influencia religiosa en alguna institución, particularmente el Estado.

En el territorio, cuatro milpas tan sólo han quedado. Los ríos se han salido de madre y se multiplican los damnificados por la tozudez que ha empantanado la economía y paralizado el crecimiento. Los pobres siempre estarán con nosotros, dicen los textos evangélicos. Y los neoconservadores del déficit cero y los millones de dólares en caja, se han encargado de multiplicar a los pobres de esta república nuestra. Pero ya no hay informe presidencial; hay mensaje de los herederos del Plan de Iguala. Y el parte de guerra de Felipe Calderón incluyó la proclama victoriosa de la captura de un narcotraficante.

Los beneficiarios de la división de poderes que precipitó la sana distancia zedillista y consolidó la alternancia en la Presidencia de la República, a costa de detener la reforma política y posponer para las calendas griegas el cambio de régimen, comparten el desdén por la ley y el desprecio por la equidad, fuente y origen del desastre que padecemos, del mal que aqueja a la nación. Mientras sea ley, hay que obedecerla, hay que cumplirla. El caos anarquizante que impera y ha dañado el tejido social, ha impuesto la falacia del consenso, del acuerdo inmediato, del arreglo privado de lo que es público por excelencia.

El infantilismo democrático atiza el temor por el retorno imposible del cesarismo sexenal y lo hace con el lenguaje dictatorial que niega el valor fundamental de la mayoría en la democracia, al hablar peyorativamente de mayoriteo. Los del Poder Legislativo, los del poder de la bolsa, representantes de cada entidad federativa en el Senado, y cada uno de ellos, del pueblo de toda la República, en la Cámara de Diputados, cancelaron la asistencia del titular del Poder Ejecutivo a la apertura de sesiones, acabaron con los fastos del informe y, presas de las fuerzas centrífugas, no integraron la mesa directiva durante la sesión preparatoria del martes 31 de agosto y no designaron presidente de la misma. Luego, en septiembre hubo mensaje de Felipe Calderón en el set de Palacio, y en el Congreso de la Unión, el vacío.

La Ley Orgánica del Congreso General de los Estados Unidos Mexicanos señala que la presidencia de la mesa directiva recaerá en un integrante de los dos grupos parlamentarios con mayor número de diputados que no la hayan ejercido. Uno del PAN presidió de septiembre de 2009 a septiembre de 2010. Y ahí sigue, preside el vacío hasta el 5 del mes de la patria. En tanto que el PRD reclama para uno de su bancada el cargo, con base en un acuerdo plural, en el consenso democratizante. Pero 239 diputados tiene el PRI y son más que los 64 del PRD, según dice Francisco Rojas, coordinador de la bancada y contador público.

Lástima. Porque si hicieran valer los acuerdos, los arreglos plurales, los acomodos de piezas que hicieron presidir a un panista el primer año de la legislatura, los del PRD se verían frente a la dura realidad, lejos de la fidelidad a su propia imagen. Sus aliados electoreros del PAN necesitan acordar, consensar con la diputación priísta. La bolsa manda y hay que discutir presupuesto y gasto público.

En el Senado, Manlio Fabio Beltrones hace valer el nombre y la experiencia: si es cierto que vamos tan bien, entonces, ¿por qué estamos tan mal? Por lo pronto, Felipe Calderón en Palacio y sus secretarios, ebrios de poder y bacanora, a falta de informe presidencial multiplicaron los mensajes en ruedas de prensa. Ministros por un día los que tan penosamente intentan ejercer facultades de secretarios encargados de despacho.

Valga el portento de tentación totalitaria encarnada en Javier Lozano, secretario de Trabajo y Previsión Social: no hay huelgas, hay paz laboral... las quejas y denuncias por haber golpeado y agredido a mineros y electricistas se deben a que el sector sindical no estaba acostumbrado a que se manejaran con firmeza los asuntos, como lo hace este gobierno, dice.

Mala memoria o cinismo. En la paz porfiriana mataron con fiera firmeza a los trabajadores de Río Blanco y a los mineros de Cananea; al nacer el PRI apalearon y balacearon a los petroleros a las puertas de Los Pinos; Othón Salazar y los maestros supieron de persecución, cárcel y atropellos; Demetrio Vallejo, Valentín Campa y cientos de ferrocarrileros fueron golpeados y encarcelados; los electricistas de Rafael Galván padecieron lo que el fascistoide Javier Lozano llama firmeza de este gobierno. Y los jornaleros agrícolas, los ixtleros y candelilleros que navegan el desierto.

A la derecha se le atrasó el reloj. Bicentario con nostalgia por Agustín I. Y ahí viene noviembre para aplaudir a Francisco I. Madero y extrañar la firmeza de Victoriano Huerta.