Opinión
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Estereotipos de guerra aprendidos de pequeños
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Harry Truman, entonces presidente de Estados Unidos, anuncia a periodistas, el 14 de agosto de 1945 en la Casa Blanca, la rendición de JapónFoto Ap
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finales de los años 50, mi padre iba a la papelería Reynolds, en la calle Maidston Hight, a comprar tabaco para su pipa e historietas para mí. Historietas de guerra, 64 páginas de violencia de bolsillo en que los heroicos británicos recibían disparos, puñaladas; eran estrangulados y bombardeados por alemanes o japoneses. Jinetes del Aire, Patrulla Birmana, Estalingrado, Hijos de la Gloria, Puñetazo Armado, El Cielo en Llamas, todos estos títulos digeridos con avidez por Robert, de entonces 12 años.

Ahí, en la página cinco de Guerra de un solo Hombre, un jactancioso Rommel, en 1940, decía a sus oficiales que el ejército francés estaba derrotado. Excelente, dice uno de ellos. Y esos perros británicos serán arrasados. Un soldado armado con un rifle a bordo de un avión Stuka dispara y el piloto grita: Retuérzanse bajo la Luftwaffe, ingleses... ¡AAAGH! (...) Esos cerdos ingleses han usado todas sus municiones, arenga otro nazi. Sepulten en el valle a toda esa carroña británica, vocifera un soldado de los Cuerpos Africanos de Alemania. Hundan a esos cerdos ingleses, ordena un oficial alemán después del Día D. “Donner und Blitzen! (¡Truenos y rayos!), ¡son los estadunidenses!, ACHTUNG!”, ese fue siempre mi diálogo favorito. Así como cuando el cabo David Fisher le rompe el cuello a un soldado alemán y le dice: A dormir, cabezudo.

Desenterré estos horrores de a céntimo el otro día de una caja de cartón que mi madre –quien, como yo, almacenaba como una urraca– tuvo en el ático de su casa durante medio siglo. Ahora, a 12 años de su muerte, encontré la caja repleta de decenas de historietas publicadas por Amalgamated Press (ahora IPC), con las que generaciones de escolares aprendieron que los alemanes y los japoneses eran infrahumanos y nosotros, los británicos –y también a veces también los franceses, estadunidenses y soviéticos–, luchábamos valerosamente contra esas hordas.

Las ilustraciones eran muy detalladas, en ocasiones dibujadas por hombres que habían estado en batalla. Las balas eran líneas rectas que atravesaban las cabezas y vientres de los alemanes y laceraban a los miembros de la patrulla birmana. Cuando dichas balas le daban a los nuestros, éstos gemían ¡UGH!, y no ¡AAAGH!, como los alemanes.

Los vehículos militares y los tanques Panzer de los alemanes, los bombarderos Mustang y Yak eran retratados con detalle obsesivo. La mayor parte de los conflictos era verídica –El Alamein, Dieppe, la batalla de Bulge, la de Bismarck, la de Estalingrado, el Blitz–, todo esto confería una fantasmal autenticidad a las ingeniosas sentencias de uno de los arrojados pilotos que derribaba aviones alemanes sobre las blancas colinas de Dover: Deberías fijarte por dónde vas.

Tómense un trago a mi salud, muchachos, dice un oficial canadiense a su regreso de Dieppe. Ojalá volvamos a trabajar juntos, son un gran equipo. La batalla de Dieppe, señala el autor, fue una hazaña magnífica pero que fracasó. Entre otras cosas, hubo 3 mil 500 bajas canadienses, muertos y heridos en la tan vanagloriada operación de Mountbatten.

Los civiles eran objeto de bombardeos en las calles de Londres, en las estepas rusas y los malayos estaban bajo ocupación nazi. Todos estos son personajes entrañables, pero los civiles alemanes y japoneses no existen. “Mike Thompson pilotea su Lancaster durante el primero de los mil bombardeos que se lanzarán contra Colonia, un importante centro industrial”, afirma el autor de Alas de Guerra a sus jóvenes lectores. Ni una palabra sobre los 411 civiles muertos. Cuando Thompson bombardea Hamburgo, el autor de Avión Explorador admite que siguieron dos horas y media de terror para aquellos en tierra y que una lluvia de fuego creó un tifón nunca antes visto. Cinco borrosas y diminutas figuras negras que corren por entre las llamas son el único indicio de los 50 mil civiles que murieron esa noche.

Los ataques de la Real Fuerza Aérea sobre la ciudad francesa de Caen, ocupada por los nazis, tienen como fin devastar las defensas enemigas, y nuevamente no se menciona a los mil 150 civiles franceses muertos. Cuando los aliados destruyen el monasterio de 10 siglos de Monte Cassino, se nos contó que al caer, las bombas espantaron a los monjes de este fabuloso monasterio. ¿Lo ocupaban aún los alemanes? Eso nunca lo sabremos. De hecho, los únicos alemanes que quedaban en el recinto eran los que estaban tan mal heridos que, según el testimonio de un soldado polaco, parecían animales salvajes. Nada vimos de ellos en la versión de historieta.

Muy ocasionalmente, los alemanes se convierten en humanos, cuando los doctores británicos los atienden cuando están heridos. En el título Scramble!, un piloto alemán reta a sus rivales de la Real Fuerza Aérea a un duelo al pelotón conocido como los chicos de Abberville. En dicho duelo, ambos participantes resultan heridos pero sobreviven.

En su manifestación más racista, las historietas cubren la guerra con los japoneses. El emperador nos ha ordenado aleccionar a estos perros ínfimos para que entiendan que somos hijos de Japón, dice un japonés sobre los británicos en Malasia. Pero no teman, un vivaz soldado esta ahí para acabar con todos los japoneses al grito de ¡Vengan y retáquense, changos risueños!

Curiosamente, dado que la guerra fría estaba en su punto álgido cuando empezaron a imprimirse estas historietas en 1958, el camarada Stalin y los soviéticos son tratados con respecto. Estalingrado incluso tiene una historia de amor (que involucra, desde luego, a una enfermera), si bien resulta improbable que un soldado del Ejército Rojo arengue a sus camaradas al grito de por San Nicolás, mientras dejan tras de sí baños de sangre.

La colección Biblioteca Ilustrada de Combates llegó a incluir enfrentamientos posteriores. Los gallardos soldados chinos luchando contra los japoneses en Los Tigres del Aire se tranforman en los diablillos amarillos que atacan a las fuerzas estadunidenses en Corea. En Dien Bien Phu, un artillero Viet Minh grita ¡Fuego contra el hospital!, mientras un oficial médico francés observa: Es un crimen contra la humanidad disparar así contra los heridos.

La guerra es terrible y gloriosa. Acaben con los hunos y los nipones. No se preocupen por los civiles enemigos. Si, ya sé que los nazis y japoneses eran el mal personificado. Pero me queda la idea de que otros adolescentes que leyeron estos absurdos podrían incluir a algunos altos funcionarios y diplomáticos que nos mandaron a la guerra en Afganistán, en 2001, y a Irak, en 2003.

¿Será que estas historietas marcan a los jóvenes? Me pregunto si a esto se debe que hayan llamado a Saddam Hussein el Hitler del Tigris, y que los talibanes se hayan convertido en los nazis de Kabul.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca