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Ver día anteriorDomingo 12 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El baile del centenario
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echo de gran importancia entre las clases pudientes en el siglo XIX y los inicios del XX eran los bailes. Como era de esperarse, el rey de todos tenía que ser el que se celebró en Palacio Nacional para festejar el centenario de la Independencia. Las reseñas ocuparon páginas enteras de los principales diarios de la época.

Doña Clementina Díaz y de Ovando, destacada historiadora, cronista de la UNAM, transcribe parte de ellas en su magna obra de tres volúmenes Invitación al baile: arte, espectáculo y rito en la sociedad mexicana de 1825 a 1910, que reseña la vida de esa época alrededor de los bailes.

La obra comienza con el primer baile que se celebró en el México independiente, y concluye con el gran baile que ofreció Porfirio Díaz en Palacio Nacional para festejar el centenario de la Independencia. Asistieron los invitados que habían venido de distintas partes del mundo y desde luego la aristocracia capitalina, anfitriona en sus mansiones de muchos de ellos.

La decoración llevó varias semanas, ya que el enorme recinto se transformó en un palacio de las Mil y una noches. Se instalaron 30 mil lámparas eléctricas. El patio principal, las galerías y los salones del buffet de honor se cubrieron con una lona encerada de 4 mil 500 metros cuadrados.

El palacio se cubrió de follaje, plantas tropicales y adornos florales, que eran el marco para los cortinajes, gobelinos, pinturas, tibores, esculturas, espejos monumentales y demás ornamentos de lujo, que prestaron las familias de abolengo para enriquecer la colección del propio inmueble.

Se realizó una plataforma con columnas de mármol para el lucimiento de los 150 músicos que amenizaron el baile. Dice la crónica: “A las nueve y media de la noche se presentó el señor Presidente de la República acompañado de su distinguida esposa, para recibir a los invitados... Entre tantas elegantísimas ‘Toilettes’, con las últimas creaciones de los modistas parisinos destacaba doña Carmen Romero Rubio de Díaz, con un riquísimo vestido de seda de oro... El corpiño y la falda adornados con perlas y canutillo de oro. En el centro del corpiño, un gran broche de brillantes. Gruesas perlas en el cuello y una diadema de brillantes en el tocado”.

La reseña de los trajes y joyas de las invitadas es larguísima al igual que la de los múltiples detalles de la decoración. El menú de la cena ¡en francés!, menciona entre varios otros platillos: los Petit Patós a la Russe, el Foie gras de Strasbourg en Croûtes, Filet de Dindes en Chaul Froid, brioches, musselines y los Desserts. El acompañamiento etílico: jerez español, vinos franceses, champaña Mumm y licores. Las delegaciones extranjeras y los embajadores declararon que no habían asistido a una recepción semejante en ninguna parte del mundo.

Hace unos días asistimos a la inauguración en Palacio Nacional de la exposición México 200 años. La Patria en construcción, con la que se estrena la Galería Nacional, de lo que hablaremos en futura crónica. Lo que quiero mencionar aquí es el contraste con el festejo porfirista. El presidente Felipe Calderón llevó a cabo la inauguración y después de visitar la exposición, presidió una cena en el antiguo Salón de la Tesorería. Su esposa Margarita llevaba unos aretes mexicanos de filigrana y un precioso rebozo color buganvilia. El menú de la cena mostró el rico mestizaje que ha conformado la cocina mexicana: Joroches que son unos tamalitos campechanos hechos a base de pescado, bañados con salsa de pepita. Enseguida sopa de chipilín con quelite, grano de elote y bolitas de masa de maíz. El plato fuerte fue uno de nuestros mejores moles: el manchamanteles. El postre: una suculencia de mamey y almendras. Todo exquisito.

El conjunto instrumental Capilla Virreinal de la Nueva España acompañó la cena, entre otras, con música barroca que se compuso para la Catedral Metropolitana en el siglo XVIII. Salimos contentos de un festejo muy republicano.