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Ver día anteriorLunes 13 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Centro musulmán cerca de la zona cero polariza a la opinión pública

E

n Dios confiamos está grabado en todo billete y moneda estadunidense, expresando la consigna oficial nacional. Pero al parecer, en pleno siglo XXI, en el país más avanzado del mundo, hay una feroz disputa sobre cuál Dios es el confiable.

Justo desde donde se derrumbaron las Torres Gemelas parece surgir ahora una torre de Babel donde nadie se entiende. Todo el país, al parecer, está polarizado sobre si se debería permitir la construcción de un centro musulmán (con propósitos ecuménicos) en la zona cero, mientras se reportan ataques contra musulmanes en varias partes del país y figuras derechistas alertan del peligro que representa el Islam a Estados Unidos y su Dios.

Ahora, el presidente Barack Obama, entre otros, advierte que por la creciente intolerancia religiosa está en riesgo el alma de Estados Unidos. Sus enemigos responden acusando que él es musulmán clandestino.

La historia oficial afirma que este país fue colonizado primero por refugiados de la intolerancia religiosa en Inglaterra, y que por ello está fundado sobre el principio de la tolerancia y la libertad religiosa: hasta está en la Constitución. Esto nunca ha sido cierto (aunque, por supuesto, hay una rica historia de lucha por éstos y otros derechos civiles y humanos básicos).

Los inicios de este país fueron marcados no por tolerancia, sino por lo que algunos historiadores han llamado un genocidio de los pueblos indígenas junto con la represión de su religión (prohibiendo hasta sus danzas sagradas). Fue este país cristiano y tolerante el que consideraba a los esclavos africanos y sus descendientes como propiedad durante décadas.

Cada ola de inmigrantes que llegó a este país fue víctima de la intolerancia y la discriminación racial, religiosa y política. En tiempos no tan lejanos, aún hay recuerdos de anuncios solicitando mano de obra que advertían: no se aceptan irlandeses. Los alemanes estadunidenses fueron puestos bajo sospecha durante las dos guerras mundiales. En los años 50 había anuncios en albercas públicas de Baltimore que decían: se prohíben perros y judíos. Éste fue un país que durante la Segunda Guerra Mundial colocó en campos de concentración a unos 100 mil japoneses estadunidenses. Hoy día los inmigrantes chinos y los mexicanos siguen contando historias parecidas.

El columnista Nicholas Kristof, del New York Times, señala que un paralelo a la islamofobia actual es un movimiento en el siglo XIX que advertía de la amenaza católica alegando que el Papa impulsaba un complot para derrocar la democracia estadunidense. Las corrientes antisemitas advertían que los judíos buscaban destruir a Estados Unidos: un sondeo en 1940 registró que 17 por ciento de los estadunidenses consideraban a los judíos una amenaza a Estados Unidos.

Mucho de esto no sólo era por el temor a extranjeros sino, al igual que hoy, estaba también políticamente motivado tanto para dividir y enfrentar comunidades como porque entre los inmigrantes llegaron rebeldes de todo tipo –anarquistas, socialistas, comunistas, sindicalistas y más– que contagiaban a los estadunidenses con ideas ajenas.

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Dentro de la polémica sobre si construir o no un centro musulmán cerca de la zona cero de Nueva York, el cineasta y documentalista estadunidense Michael Moore (en imagen de archivo) opinó: si no se construye, esto ya no es Estados UnidosFoto Ap

Hoy esa amenaza ajena es el Islam. Las encuestas registran que casi una mitad de los estadunidenses tienen una visión desfavorable del Islam, el nivel más alto desde el 11 de septiembre, y cada día se reportan más crímenes de odio contra la comunidad musulmana. Elementos derechistas han logrado que cada vez más gente crea que Obama es musulmán (18 por ciento hoy comparado con 11 por ciento en 2009) con lo cual se pone en duda su patriotismo y hasta su ciudadanía (sólo 34 por ciento atina a la verdad, que es cristiano).

Comparado con otros países avanzados, Estados Unidos no se ha secularizado. Más de la mitad de los estadunidenses (la gran mayoría cristianos, incluyendo católicos, sólo con 5 por ciento afiliados a otras religiones y 16 por ciento a ninguna) afirman que la religión desempeña un papel importante en su vida, atienden servicios religiosos rutinariamente y rezan todos los días, según el sondeo más extenso y reciente sobre el tema, realizado por el Centro de Investigación Pew en 2007.

Para algunos, eso es parte del problema actual. Deepak Chopra, autor y figura importante en el movimiento alternativo de salud y bienestar, comentó a la revista del New York Times que cuando le preguntan cuál es su religión, responde: “Dios les dio la verdad a los humanos, y el diablo llegó y dijo: ‘vamos a darle un nombre y llamarla religión’”.

De repente, el debate aquí parece reducirse a algo que pertenece a otro siglo de guerras entre moros y cristianos, y algunos creen que esto puede destruir el país. Michael Moore, el cineasta y documentalista, opina que si no se construye el centro musulmán cerca de la zona cero esto ya no es Estados Unidos.

Kristof señala que los estadunidenses han llamado a que los moderados en países musulmanes se proclamen contra los extremistas y defiendan la tolerancia en la que dicen creer. Nosotros deberíamos tener el valor de hacer lo mismo aquí en casa.

Pero tal vez esto es como cuenta Tom Lehrer, un gran cómico satírico de los años 60, quien compuso una canción cuando el presidente en ese tiempo anunció algo llamado Semana Nacional de la Hermandad a fin de mejorar las relaciones entre diferentes clases, razas y religiones:

Oh, la gente pobre odia a la gente rica

Y la gente rica odia a la gente pobre

Y toda mi gente odia a toda tu gente

Es tan americano como el pay de manzana

Oh, los protestantes odian a los católicos

Y los católicos odian a los protestantes

Los hindúes odian a los musulmanes

Y todos odian a los judíos

Y sigue con que durante la Semana Nacional de la Hermandad todos pueden fingir que se quieren, y concluye que por lo menos hay que agradecer que esto dura sólo una semana, y no todo el año. Hoy, al parecer, no duraría ni 24 horas.

Al parecer, el Dios oficial estadunidense es bien desconfiado.