Opinión
Ver día anteriorSábado 18 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Restauración: incapaces contra capaces de todo
L

as restauraciones no son repeticiones del pasado. Alexis de Tocqueville en su libro El antiguo régimen y la revolución, enfatiza sobre todos los hilos de continuidad que trascienden las grandes rupturas revolucionarias, como en Francia de fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Esta similitud sustentada en dos rasgos, centralización administrativa y democracia restringida, se agudiza muchas veces en vez de disminuir en el cambio de régimen.

En la coyuntura actual el término mismo de restauración se ha vuelto controvertido porque en los procesos electorales recientes y en los que se avecinan, restauración se ha usado en clave anti-priísta. Tres preguntas emergen inmediatamente: cuáles son los signos de esa restauración, quiénes impulsan esa restauración y, qué tan diferente sería el régimen restaurado.

Los signos son múltiples y su eje son los gobiernos locales. La forma como han hegemonizado las entidades que gobiernan. Las dificultades para que se exprese el pluralismo político y social que avanza a ritmos desiguales en todo el país. Los asaltos exitosos a la autonomía de órganos del Estado como las comisiones electorales, de derechos humanos, de transparencia. La ausencia de mecanismos efectivos de rendición de cuentas y de evaluación del gasto público en particular. El uso patrimonialista de los recursos y la corrupción para socavar la división de poderes en las entidades federativas.

Pero la expresión más nítida proviene de la manera como la corriente que encabeza el gobernador Enrique Peña Nieto afronta el tema crucial del México del siglo XXI: cómo gobernar el pluralismo social y político. Asumirlo como problema y más aún como amenaza sólo puede conducir a propuestas que buscan sustituir cuando no escamotear la soberanía popular a través de una ingeniería electoral que se legitima a partir de una supuesta eficiencia para gobernar.

Es cierto que la última década se ha significado por una enorme ineficiencia para gobernar y una incapacidad para construir acuerdos que rompan la parálisis. La conmemoración del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución apenas si ilustra esta incapacidad para gobernar. Primero, ninguna de las obras públicas conmemorativas estuvo a tiempo. Parece ser que el único recordatorio que dejará este gobierno de las celebraciones es el megapuente de las fiestas patrias, es decir los cinco días de asueto. Segundo, la falta de voluntad para generar un acuerdo de partidos, organizaciones y personalidades que hubiera permitido promover una vasta reflexión sobre nuestra historia, nuestro presente y nuestro futuro. Aparentemente en los gobiernos panistas se trasmina una indisposición a revisar los grandes momentos históricos desde su verdadero avatar ideológico, que es distinto y generalmente divergente a las versiones ortodoxas de la historia patria. En el campo progresista se dio ese revisionismo histórico como uno de los más importantes productos del movimiento estudiantil de 1968, particularmente en la década de los setentas. Desde las distintas derechas ha habido una larga tradición también de revisionismo, pero la dirigencia panista ha eludido asumir ese patrimonio.

Así pues además de incapacidad, el gobierno federal de la alternancia se ha significado por una renuncia a asumir con claridad su propia visión del país y de sus símbolos salvo en casos como el aborto o los matrimonios gay. Hay aquí también otro intento de restauración de valores diferentes o visiones derrotadas militarmente pero que se han reproducido tanto en ámbitos religiosos como en los espacios seculares.

Se podría decir, siguiendo al dirigente del Partido Radical de Italia, que estamos presenciando también en México la confrontación de dos coaliciones distintas: la de los incapaces contra la de los capaces de todo, y sin embargo imbricadas por propósitos restauradores.