Opinión
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35 Festival de Toronto
Las trampas de una programación numerosa
T

oronto, 17 de septiembre. En Toronto el nivel de satisfacción depende, en gran medida, de lo que uno elija de un programa tan diverso. Todo suena bien en papel –y más aún cuando los comentarios del catálogo alcanzan a elogiar con hipérboles cada uno de los 258 largometrajes en exhibición. Pero las trampas están a la orden del día.

Uno puede confiar en prestigios, como el del veterano cineasta danés Jorgen Leth, cuya anterior Las cinco obstrucciones (2003) fue un despliegue de ingenio narrativo. En Erotic Man (Hombre erótico), el hombre visita diversas ciudades exóticas del mundo donde tuvo encuentros amorosos en su juventud, en un intento de recuperar esas impresiones. El resultado parece más bien el diario audiovisual de un viejo cochino que utilizó los poderes alcahuetes de la cámara para convencer a varias morenazas voluptuosas a dejarse filmar desnudas. Un universal taco de ojo, sin duda, para cualquier heterosexual de sangre caliente pero, salvo algunos apuntes sobre la memoria, no muy diferente a un video de Playboy Channel.

El sudcoreano Kim Jee-Woon había llamado la atención por sus hiperactivos ejercicios de género. Su reciente Akmareul boattda (Yo vi al diablo) es un thriller gore sobre un asesino en serie que secuestra, mata y descuartiza a mujeres. El prometido de una de ellas localiza al culpable para vengarse, pero en lugar de matarlo de una vez, lo tortura y frustra en sus nuevos intentos de asesinato. También se topan con otro colega que se come cruda la carne de sus víctimas. Si eso suena repugnante, lo es. Justificado por la coartada moral de que la violencia sólo genera más violencia, Kim da la impresión de ser quien más se divierte ejerciendo la crueldad sádica sobre sus personajes.

Por lo contrario, la española Iciar Bolláin peca de bienintencionada. En También la lluvia, coproducción con México y Francia, describe el esfuerzo de un equipo de filmación por recrear el encuentro de Colón con los indios taínos, usando como locación la región boliviana de Cochabamba, simplemente porque así sale más barato. Aquejado por un guión esquemático de Paul Laverty (culpable de que el cine de Ken Loach haya adquirido un sesgo panfletario en años recientes), la película ofrece paradojas al dos por uno. Obviamente, los cineastas se descubren favoreciendo la misma explotación de los indígenas que pretendían denunciar. En su favor, es justo decir que Bollaín ha mejorado como directora. Las situaciones se desarrollan con agilidad y son verosímiles hasta cierto punto. Ahora sólo le falta cambiar de guionista, aunque sea su marido.

Quien no tiene excusa es el británico Gareth Edwards, cuya opera prima Monsters (Monstruos) ha sido incluida en la sección Vanguard, a saber por qué. El catálogo anuncia una inventiva similar a la de Zona 9, del sudafricano Neill Blomkamp. Eso lo ha de haber inventado un publicista. La película plantea que, por culpa de una cápsula espacial, todo el norte de México ha sido invadido por criaturas extraterrestres; un fotógrafo y la hija de su jefe intentan regresar a Estados Unidos, atravesando la zona contaminada por monstruos que parecen pulpos gigantes de muchos tentáculos. Brincos diéramos que hubiera una metáfora sobre cómo el narco se ha apoderado de nuestro país o, cuando menos, una ironía en cuanto a que dos gringos intenten cruzar la frontera como ilegales. Ante la muy esporádica amenaza, los protagonistas no se ven más contrariados que unos turistas estafados en Garibaldi. Y uno no deja de pensar que Los Zetas, por ejemplo, hubiera acabado con los estúpidos pulpos en cuestión de días.

Nuevamente cabe preguntar si vale la pena programar tantas películas en un solo festival, cuando las actuales leyes de la vida indican que 90 pr ciento de cualquier producto no es recomendable.