Opinión
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Toros
La fiesta en paz

Pancarta

E

l doctor en historia y en filosofía, investigador, poeta, ensayista, pintor, viajero incansable, entusiasta del beisbol y aficionado taurino de amplia perspectiva Jesús Flores Olague, sabedor de que los que sólo saben de toros tampoco saben de toros, envía su texto titulado Pancarta, para compartirlo con los lectores de este espacio:

“Logré sobrevivir durante muchos siglos, incluso a calumnias tan duraderas como la que me atribuyó, sin pruebas, que durante mis largos años de prisión devoraba carne humana, como si yo fuera uno de esos tantos dioses insensibles que alguna vez poblaron al mundo.

Es más no soy siquiera un dios, sí el producto de la pasión de mi madre por la fuerza, la gallardía y la presencia de un ser tan atractivo y bravío que todavía hoy, a pesar de la creciente estupidez de los humanos, convoca multitudes.

Encerrado primero en un laberinto, fui después libre en las feraces tierras arábigas de Al-Andaluz, en la Nueva España, en la Gran Colombia y todavía, en tiempos recientes, pude andar a mis anchas por las tierras solemnes de la Salamanca hispana, por los terregales andinos de Ecuador, Colombia, Venezuela y al pie del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl.

Vivía, por así decirlo, en paz; pero de pronto una serie de humanoides sin quehacer, sometidos a quienes pretenden ser los dueños del mundo y de su historia, me declararon la guerra y decidieron desaparecerme de la faz de la tierra. Me llamaron salvaje, inculto, responsable casi único y directo del atraso político, social y hasta económico de quienes se decían mis admiradores o amigos.

Así, el jueves 9 de septiembre de 2010, mientras portaba una cartulina en mi pecho y me manifestaba con otros compañeros frente a la embajada de España, en el barrio comercial de Polanco, fui nuevamente asesinado, sólo que ahora por mis defensores y mis enemigos a la vez.

Llamados a declarar y a reconocer el cadáver del hombre muerto, quien llevaba una máscara de toro, única víctima de aquella singularísima manifestación que no logró siquiera alterar el tráfico de la concurrida zona capitalina, Ariadna y Teseo dijeron que el occiso llevó en vida el nombre de Asterión, hijo de un tal Apolodoro y una tal Pasifae. Agregaron, además, no saber qué quiso decir el desaparecido con lo escrito en la minúscula y pectoral pancarta: Cataluña, asesina de la libertad. Ningún diario, noticiario televisivo o radiofónico dio la nota de este singular deceso.”