Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de septiembre de 2010 Num: 812

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Pedro Infante y el revolucionario romántico
MIRIAM JIMÉNEZ

Los dioses de Berlín Alexanderplatz
LOREL HERNÁNDEZ

La visita cariñosa de la Patria
ALEJANDRO ARTEAGA

La literatura del narcotráfico
ORLANDO ORTIZ

Los papeles del narco
JORGE MOCH

El Museo del Gordo y el Flaco
RICARDO BADA

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Columnas:
Galería
ADRIANA DEL MORAL

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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EL REGISTRO DEL PASO HACIA LA MÚSICA

RICARDO YÁÑEZ


El agua pasa pero el cauce queda (antología),
Ernesto Flores,
(selección y prólogo de Jorge Souza),
Conaculta/CECAN/La Zonámbula,
México, 2009.

“El agua pasa/ con su lento depósito de vida./ El agua cae en el acantilado./ El agua vibra y nunca permanece/ a nuestros ojos que también arrastra.// Olivia como un río./ Estoy mirándome, mirándola:/ como llama y crisálida de seda.// Olivia, estoy mirándote./ Olivia...// El agua pasa pero el cauce queda.” Tal el final de “La mecedora”, poema no propiamente de aliento, pero largo, de donde se ha tomado el nombre de esta antología preparada por Jorge Souza; final o fragmento que muy bien puede leerse como unidad en sí mismo, una unidad loable.

Nacido en Santiago Ixcuintla, Nayarit, Ernesto Flores ha radicado en Guadalajara gran parte de su vida y se ha hecho merecedor a los premios Jalisco y Juan de Mairena. Es maestro emérito de la universidad pública de esta última ciudad.

He de suponer que en entrevista –Souza ha sido periodista mucho tiempo–, Flores hace esta muy poética confidencia relativa a una “bellísima” maestra de primaria: “Se llamaba Margarita Tarabay. Todos estábamos enamorados de ella. Si nos hubiera dado el directorio telefónico para estudiarlo nos lo hubiéramos aprendido.” Dice el prologuista que desde entonces Flores quedó “herido de literatura”.

Escritor de los libros A vuelo de pájaro, El pasado es un país desconocido, El viaje y Todos somos los ángeles oscuros, Ernesto Flores, cuya pasión por la música, la investigación, la edición, a más de la enseñanza, lo ha vuelto una figura indispensable de la cotidianeidad cultural del occidente del país, de pronto parece permeado por ese fino gusto por la provincia y, justamente, la cotidianeidad, que mostraron algunos de sus muy queridos Alfredo r. Placencia y Francisco González León, y como por éstos filtrado el llamado padre soltero de la poesía mexicana, Ramón López Velarde. Y quizá un poco más allá alcance, en el mismo sentido, a Federico García: “Ah Lola de limón:/ bórdame en un pañuelo con tu blanco hilo.// La tarde, color vino, cae./ La máquina de toser, al traca traca, terca,/ impulsa más y más/ el punzón que atraviesa,/ hiriente,/ tu corazón de vieja.// Lola de naranjo agrio:/ bórdame de acero/ mi pañuelo albo.” (Fragmento de “La bordadora”).

Con un oficio, el suyo, marcado por el indiscreto oficio de las horas (y aquí un parentesco natural con Pacheco), “Sumisión al tiempo”, se llama uno de sus poemas. Pero citemos el final de “La profesión de extraño”, de métrica imantada por la tradición: “Me arrancaré algún día/ estas facciones que he sobrellevado/ desde siempre./ Y esta mirada que se nos desmadeja:/ podrido polvo, sucio, hecho de nada.” Sólo porque hablábamos de la tradición, veamos esta espléndida imagen, contrastante con la anterior, de una “Naturaleza muerta”: “Y aromas: la caoba/ de la color frutal de los mameyes.”

Y volvamos al “Tiempo”, uno de sus textos, un sencillo haikú, más (re)conocidos (de hecho lo pongo de memoria): “El instante/ gacela de brisa/ se desliza.” Qué ganas de citar algo más, sobre todo a la Rufinita de “Palomas.” Pero conformémonos indicando que las palabras de Ernesto Flores saben saber de pronto a “las profundas/ aguas de la otredad rumbo a la música”


APROXIMACIONES A ISAIAH BERLIN

RAÚL OLVERA


El estudio adecuado de la humanidad,
Isaiah Berlin,
Fondo de Cultura Económica-Turner Publicaciones,
México-España, 2009.

Isaiah Berlin (1909-1997), a quien alguna vez confundiera Churchill con un compositor estadunidense durante una recepción, gozó fama de ingenioso, culto y sagaz. Sus informes diplomáticos, durante la segunda guerra mundial y la postguerra, fueron famosos por estar redactados en dos versiones: la exotérica o abierta a todos, pormenorizada y vivaz, y otra más condimentada con comentarios punzantes, reservada a un uso cuasi familiar y privado, la cual hacían circular sus amigos; precisamente fue ésta la que llegara a manos de sir Winston, por la que le resultaba conocido el apellido.

Estando ya consolidada la carrera de Berlin, a partir de 1974, Henry Hardy del Wolfson College de Oxford se dio a la tarea de recoger en volúmenes o colecciones de ensayos sus escritos dispersos. Hasta entonces se tenía una visión de Berlin muy distinguida en cuanto a su pertenencia al establishment, pero muy flaca en cuanto a su seriedad y consistencia como estudioso. Su temprana salida de Oxford, su distancia del ambiente universitario con raras excepciones, la aparición un tanto desordenada de sus artículos en revistas culturales y especializadas contribuyeron, y no poco, a crear una visión de dandy de la cultura, más relumbrón que sólido. Hardy, además de expurgar el estilo de Berlin, en relación con una serie de problemas como la extensión de las frases, el uso de la puntuación y el no incluir por lo general suficientes referencias, se asoció con Roger Hausheer, experto en alemán, en esta selección o antología de ensayos que él mismo titulara The Proper Study of Mankind (1997), vertida al castellano como El estudio adecuado de la humanidad. Traducir significa elegir un término y renunciar a muchos otros.

El libro, dada la amplitud y difusión de que ha sido objeto, ofrece una oportunidad sin igual para acercarse a este autor, un tanto desconocido para las nuevas generaciones. La fama que Berlin tuvo en su día habría de convertirse, más tarde, en una suerte de maldición. Sorprende un poco que la edición en español sea un muestrario tan variado y tan vasto de erratas e imprecisiones. Algunas, herencia del pasado, trasmitidas de Berlin a Hardy y Hausheer, y de éstos a sus perplejos y algo sumarios traductores y editores mexicanos. Confusiones con palabras en italiano, títulos de obras mal escritos, inconsistencias frecuentes en la trascripción de nombres rusos más apegada a los usos ingleses que españoles, amén de una serie de vacilaciones e imitaciones serviles de la puntuación hipercorrecta del inglés (¿fueron ésas las enmiendas de plana de Hardy, con las que pretendió atraer la atención hacia sí?) y otros descuidos básicos con trasposición de grafías, omisión de palabras y un montón de false cognates, es decir barbarismos del inglés que se cuelan en el español en apariencia decente y funcional.


ELOCUENCIA DEL EUFEMISMO

ANTONIO SORIA


Olvidar el futuro,
Agustín Ramos,
Tusquets Editores,
México, 2010.

Si nombres como los de Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox, Norberto Rivera, Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín y Felipe Calderón, entre otros, no aparecen con todas sus letras en ésta, la novela más reciente de Agustín Ramos (Al cielo por asalto, 1979; Como la vida misma, 2005), quizá sea porque el recurso a la literalidad pudo haberle parecido al autor un defecto de lesa obviedad. Es decir, llanamente, porque poca o ninguna falta le hacía al relato que esos personajes fuesen designados con sus nombres de pila para que el lector sepa, y muy a las claras, de quién se está hablando.

No puede acusarse pues, a Ramos, de que la mano le haya temblado a la hora de no haber puesto “Carlos Slim” donde finalmente puede leerse “el señor” una y otra y otra vez, hasta que la atosigante verbalización de este neoliberal y falso mantra cumple su tarea de sintetizarlo todo pero sin decir en el fondo nada; sin dejar claro, porque jamás dejará de ser un absurdo monumental –aunque la novela va pespunteando la génesis del poder y la riqueza monstruosamente acumulados–, cómo fue posible que el dueño oficial de Teléfonos de México, Telcel, América Móvil, Sanborns y Grupo Carso, entre incontables empresas y negocios, cuya nacionalidad –del “señor”– corresponde a la de un país con más de la mitad de la población bajo la línea de pobreza, haya llegado a ser el hombre más rico del mundo –materialmente hablando, claro está.

Olvidar el futuro es, en ese sentido, el reflejo literario de un muy mexicano atributo idiomático: el de hacer alarde de elocuencia, valiéndose para ello del eufemismo empleado casi como acto reflejo. Serán escasos los lectores –y no podrán ser mexicanos– que no sepan, sin lugar a dudas, quién es “el amigo secreto”, ex presidente de la República y cabeza de un maximato hábil para el disfraz; de quién se trata cuando se habla del cardenal que ha protegido pederastas de su misma orden religiosa; quién es, indudablemente, la lectora de noticias por televisión –que no periodista– que vive convencida de que hilar tres sinónimos en cada frase pronunciada, es sinónimo de inteligencia o de agudeza. Y así y así, un personaje tras otro: el historiador que se ha vuelto justificador dizque ideológico de la ocupación del poder por parte de quienes actualmente lo detentan; el otro historiador que medró en virtud de su capacidad acomodaticia, más un etcétera que configura la galería del sistema político padecido actualmente en México.

La realidad es la que es elocuentemente eufemística, o eufemísticamente elocuente, parece decir Agustín Ramos, y a la literatura –por lo menos a la que no juega el juego de la evasión, literatura por ende inútil para evadir a la realidad– no le queda de otra que espejear los horrores presentes, incluida la dificultad que aquí tantos padecen para llamar a las cosas por su nombre.

En cambio –y en congruencia con el sustrato básico de la propuesta narrativa del autor–, de los que sí se da santo y seña, los que sí son claramente enunciados, son los hechos que se cuentan en Olvidar el futuro. Cada uno más aciago que el anterior, todos tienen como punto de partida el encuentro fatal de la punta de la broca de un taladro con la frente de su propietario, pero la novela no escatima referencias al antes y al durante de ese hecho que detona la acción, thrilleresca o noir, de “este cuate”, protagonista que narra de a ratos –ya que ese es su oficio, el de escritor– lo que sucede en general y lo que le pasa a él en particular, desde el momento en que tuvo a bien blandir el aludido taladro y hasta que busca refugio contra la realidad que él mismo se ha encargado de precipitar, hacia un futuro que tanto él como cualquier lector más o menos informado, pueden imaginar y temer, más que olvidar.

Futurismo en tiempo presente, traducción literaria-literal de la estructura del poder en México –económico, político, militar, criminal y cultural–, Olvidar el futuro tiene, entre otros, el valor de anticiparse a un porvenir todavía evitable, así como el de proveer al aquí y ahora nacionales de un retrato que estremece por lo fiel y por lo crudo de sus trazos.


Allende marxista

Leí con gran interés el artículo acerca de Salvador Allende, de Marco Antonio Campos, “El pasado no pasa”, publicado en La Jornada Semanal el 19 del mes en curso. Agradezco, como chilena y como allendista, ese homenaje a nuestro Compañero Presidente en el trigesimoséptimo aniversario de su muerte.  Sólo agrego una precisión: Allende sí era marxista. Fue fundador, en 1933, del partido que en su declaración de principios dice:  “El Partido Socialista adopta como método de interpretación de la realidad el marxismo.” 
Además, lo declaró en innumerables ocasiones. Una de ellas, en la Universidad de Guadalajara, el 2 de diciembre de 1972, ante estudiantes:

”Los teóricos del marxismo -y yo declaro que soy un aprendiz tan sólo, pero no niego que soy marxista...”

En sus memorias, el cardenal Raúl Silva Henríquez, mediador en el fallido intento de diálogo entre Salvador Allende y Patricio Aylwin, dirigente del opositor Partido Demócrata Cristiano, relata: “Mientras se sentaba, Allende declaró con satisfacción ‘Esto es Chile. El Presidente de la República, masón y marxista, se reúne con el jefe de la oposición en la casa del cardenal. ¡Esto no ocurre en ningún otro país!”Pero, sobre todo, el marxismo de Salvador Allende queda de manifiesto en su proyecto sostenido durante cuarenta años de vida política como dirigente estudiantil, parlamentario y ministro y en el programa y las acciones de los tres mil días de su gobierno.

Atentamente
Ximena Ortúzar