Sociedad y Justicia
Ver día anteriorLunes 27 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
Ya sólo me quedan los recuerdos
 
Periódico La Jornada
Lunes 27 de septiembre de 2010, p. 43

El Instituto Nacional para la Atención de las Personas Mayores (Inapam) cuenta con seis albergues en el país. En cada uno de ellos viven en promedio 15 ancianos. Algunos que tienen familia reciben visitas los fines de semana. Otros fueron olvidados por sus parientes. Durante el día hacen terapia física, ocupacional, juegan dominó o leen.

“En el salón California me llamaban El suavecito. Las chicas y las señoras se peleaban por bailar conmigo”, recuerda Camilo. Tiene 72 años. Perdió sus piernas en un accidente automovilístico hace casi un año. Sentado en un sillón, su figura de bailarín se ve pequeña. Delgado, de tez blanca y con manchas en el rostro, esboza una ligera, tímida sonrisa cuando vienen a su mente los días en que iba a bailar. Ya sólo me quedan los recuerdos, lamenta.

Sus pensamientos se remontan a la infancia. A los 10 años comenzó a trabajar la herrería. Después logró tener su propio negocio, su especialidad era el hierro forjado. Hizo innumerables puertas y ventanas. Están por toda la ciudad. Se casó con una enfermera militar que conoció en un hospital, cuando regresó de Estados Unidos, donde vivió un año y trabajó en el ferrocarril. Con ella, menciona, tuvo un hijo que ahora es médico. No estuvieron juntos mucho tiempo.

Guarda silencio para evitar el llanto. De todo lo que tenía, nada me quedó, añade en voz baja. Hace más de un año sus hijos lo echaron de su casa. Es alcohólico. Sentado en la banqueta un carro lo atropelló y le destrozo las piernas. La historia que él cuenta es diferente: en ella no existe el alcoholismo ni el abandono.

Estuvo varios meses en un hospital del IMSS. Sus hijos nunca aparecieron. De allí fue enviado al albergue del Inapam, donde se realiza la entrevista. Quizá mi ex esposa venga por mí un día de estos, para cuidarme. Tiene una casa muy grande. También tengo una amiga, una chaparrita, que quiere hacerse cargo de mí. Luego dice que sus prótesis son muy bonitas. Tiene la esperanza de salir. Bailé de todo, menos tango. ¡Me falta bailar tango!. Todavía sueña.

***

En una casa de una colonia de clase media del centro de la ciudad, construida en los años 60 y donada por la familia López Portillo, funciona desde hace 28 años un albergue del Inapam. Adaptada para los ancianos, el área de la estancia, con mesas de madera austeras y sillas de plástico, se ocupa para juegos, hacer manualidades, ver televisión, leer y comer. Tienen habitaciones comunes y un patio con bancas, donde toman el sol.

Aquí vive Heriberto Filiberto. Vio morir a sus amigos, se quedó solo a sus 83 años.

Otros habitantes son Dolores y Francisco, de 76 años, llegaron hace dos años. Él está enfermo de la próstata y, aunque ya lo operaron, lleva 17 años con una sonda para orinar. Ella lamenta que su media hermana los corrió del cuarto donde vivieron más de una década. “Yo la crié. ‘Es más tu hija, que mía’, me decía mi mamá. Y no se tentó el corazón para echarnos”.

Tiene 84 años. Sigue sin entender por qué su hermana la corrió. Aunque admite que siempre los trató mal. Cortaba la luz, mi esposo estaba a oscuras hasta que yo llegaba. No nos dejaba cenar, siendo que yo le daba toda mi despensa, no me quedaba con nada. El día que no podía dársela, le llevaba tres o cuatro kilos de azúcar.

Su mirada, vidriosa por las lágrimas que están a punto de brotar, se detiene en la espalda de su esposo, sentado frente a una mesa con otros ancianos. Hacen figuras de plastilina. Recuerda el día en que su media hermana la corrió. “Era un martes. Me dijo que me llevara mis cosas, porque en la noche ya no me dejaría entrar. No le creí. Me fui a trabajar, a una casa donde era sirvienta. En la noche, cuando regresé con mi esposo, no nos dejó pasar. Incluso mi sobrina le decía: ‘déjala mamá, que entre’. Pero no. Ni mis cosas me dejó sacar”.