Opinión
Ver día anteriorJueves 30 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Antonia
H

e de confesar que el melodrama, a pesar de su rescate como género que hacen teóricos y teatristas y a pesar de que es evidente su atractivo popular porque conmueve como pocos, no acaba de gustarme. Pero Antonia de Rafael Bernal es un melodrama tan químicamente puro y contiene todos los elementos que se le acreditan, que resulta paradigmático y podría servir de ejemplo en las escuelas de drama, por lo que vale la pena referirme al viejo texto que ahora escenifica Ignacio Flores de la Lama. En efecto, en Antonia encontramos la lucha del bien contra el mal, la acumulación de coincidencias,el sacrificio, y los personajes unidimensionales y convertidos en prototipos, entre otros tópicos melodramáticos. El lenguaje que utiliza Bernal es poco coloquial y fluido, a diferencia del utilizado por otros dramaturgos de su generación, por no hablar de los más contemporáneos, sin llegar a ser poético, y se antojaría totalmente envejecido a no ser por la eficaz dirección de actores de Flores de la Lama que logra hacer propios y creíbles todos los parlamentos.

Tampoco estaría yo de acuerdo con la idea, que puede desprenderse de la obra misma y de las declaraciones del director, de que la Revolución no haya logrado ninguna conquista para los campesinos, porque en los primeros momentos postrevolucionarios el reparto agrario y el ejido fueron muy importantes para la nación, aunque se hayan frustrado y revertido en los últimos años de gobiernos neoliberales. Tampoco creo que sea verdadera la muy machista concepción de que las mujeres del pueblo no entendían nada de los motivos de la lucha y esperaban pasivamente el regreso de sus hombres armados o se prostituían para poder sobrevivir: allí están las llamadas adelitas y las mujeres revolucionarias. A pesar de estas tesis tan conservadoras,la obra tiene la ventaja sobre otras de los festejos centenarios, de que no habla de personajes históricos conocidos sino de combatientes inventados que podrían ser los polos positivo y negativo de la lucha armada, aunque los motivos del desenlace de esta confrontación entre el bien y el mal resulte banal e insignificante en términos históricos ante lo que el transcurso de los tiempos nos ha deparado. Aunque Bernal escribió Antonia a mediados del siglo pasado, estamos viendo la obra con ojos de siglo XXI y esto ofrece otra problemática para el espectador y otros motivos de reflexión.

En un único lugar, la cantina de Ramón que el escenógrafo Arturo Nava –que es también el responsable de la iluminación– diseñó de manera realista y minuciosa, con sus arcos y moblaje adecuados, lo que está muy acorde con obra y dirección, transcurre toda la acción cuyo conflicto se enuncia casi desde el principio, pero la dosificación de ritmos que procura el director, así como el trazo escénico, logran tensión aun en lo más previsible. El final rompe con el realismo que recorre toda la escenificación con una acción simbólica que remite al paradójico futuro de la protagonista. El elenco, con vestuario de Cristina Sauza, cuenta con muy buenos actores, entre los que cabe destacar en los principales papeles a Alejandra Maldonado como Antonia, Marco Pérez como Rito, Jorge Celaya como Tena, Carlos Aragón como Ambrosio López y Jorge Zárate como Perea. Completan el reparto también con eficacia Ofelia Guisa como Rosaura, Roberto Uscanga como Ramón, Wendy de los Cobos (que alterna con Aileen Hurtado) como Hortensia, Lever Aíza como Jovito, Mario Morales como Pablo, Cuauhtli Jiménez como Cosmito, Miguel Ángel Vázquez como el oficial y los soldados José Luis Contreras, Martín Villarreal, Yoshimar Sánchez y Aldo Escalante. La música original es de Lázaro Rivera.

Aunque se esté en desacuerdo con muchas cosas del texto, hay que reconocer que se presta para el debate y la reflexión de dónde estamos parados a cien años de distancia y que se trata de una producción costosa y muy cuidada por lo que no se entiende bien la tendencia en los teatros de la Unidad Cultural del Bosque de dar temporadas mínimas con muy pocas representaciones. Esto ha incidido también en las obras del Drama Fest, de las que me ocuparé en mis siguientes colaboraciones, cuando les tocó estos escenarios.