Opinión
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Reminiscencias orientales
E

n el castizo barrio de La Merced, tan lleno de riquezas arquitectónicas, históricas y humanas, sobresale en la esquina de República de Uruguay y Correo Mayor una de las torres más bellas de la ciudad, recubierta de azulejos amarillos y azules, remata en un elegante campanario con original diseño en la colorida decoración vítrea. Pertenece al templo de Balvanera, que era parte del convento del mismo nombre, demolido a raíz de la aplicación de las leyes de Exclaustración de los Bienes Religiosos emitidas en 1861.

El origen de la institución fue la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, que se fundó en 1572 por un grupo de caballeros que establecieron un recogimiento para mujeres españolas que, arrepentidas, quisieran alejarse de la mala vida. Los miembros recolectaban limosnas para sostener la institución, que originalmente se llamó de las Recogidas y después de Jesús de la Penitencia.

Esto se debió a que el antiguo oficio de la prostitución había proliferado en la ciudad de México, a pesar de que se había buscado reglamentar con el establecimiento de casas de mancebía, lo que sucedió en 1538, a petición del Ayuntamiento, con autorización por real cédula. Estas se edificaron en la actual calle de Mesones, en donde se conservan algunas de las bellas construcciones que las alojaron.

Para dirigir el establecimiento, el arzobispo ordenó a cinco monjas concepcionistas que dejaran su convento y se hicieran cargo; la abadesa fue doña Ana de San Jerónimo, quien impuso severas normas y un total enclaustramiento. De las sobrevivientes, en sentido real y metafórico, pues muchas deben haber muerto de tristeza, las más habrán saltado las bardas, en busca de otra vida, aunque no fuese tan santa. Las que permanecieron, muchas de ellas tomaron los votos y así surgió el convento de Nuestra Señora de Balvanera.

Vale la pena recordar que la zona ha sido hogar y continúa siendo sitio de trabajo de cientos de libaneses, que llegaron a México en la primera mitad del siglo XX y que imprimieron gran auge comercial a la antigua ciudad de México. Aún tenemos muchos vestigios de su presencia en el rumbo, entre otros, múltiples restaurantes, entre los que podemos mencionar el Edhen, en Venustiano Carranza 148; el edificio tiene su interés histórico, pues ahí vivió el sacerdote y líder insurgente Mariano Matamoros. Tienen una sucursal en la calle de Gante.

El Emir, en República de El Salvador 146 altos, continúa con la atención de la familia que lo fundó hace más de 40 años, igual que en el Líbano, situado en la misma calle que el anterior, en el número158, también en los altos. Y la joyita, que es Al Andalus, en sus bellas casitas del siglo XVII con sendos patios y unas agradables terracitas, para comer admirando la añeja arquitectura; está ubicado en Mesones 171. En todos ellos la comida es excelente. Entre mis platillos favoritos se encuentran el kepeh crudo, el tabule con lechuga, las brochetas de chorizo árabe y los deliciosos pastelillos, acompañados desde luego del incomparable café árabe y una copita de Arak, el anís de esa región.

Actualmente la iglesia de Balvanera está a cargo de la comunidad maronita, católico libanesa. Como es de esperarse, en el interior del hermoso templo, con sus dos portadas características de los conventos de monjas, ocupa lugar relevante San Charbel, el venerado santo libanés a quien se agradecen los favores colocándole listones de vivos colores. Esta costumbre nació en México, en donde era uno de los objetos que vendían los libaneses en sus cajones con los que recorrían la ciudad. Al paso del tiempo muchos de ellos se convirtieron en prósperos empresarios.

Curiosamente la torre que mencionamos del templo, con sus azulejos amarillos y azules, tiene fuertes aires orientales, que deben hacer sentir en casa a sus actuales custodios y queridos vecinos originarios de la lejana tierra del cedro.