Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de octubre de 2010 Num: 813

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Memorias de los pasajeros
JOAQUÍN GUILLÉN MÁRQUEZ

Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

500 años de Botticelli
ANNUNZIATA ROSSI

Brasil y los años de Lula
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

Dramafilia
MIGUEL ANGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Hugo Gutiérrez Vega

UN LIBRO PARA LA UNAM

Para Paco García Noriega

Leyendo el excelente libro Los 100 años de la UNAM, que recoge los principales momentos del acontecer de nuestra Universidad Nacional, recordé los días pasados en la Casa del Lago y en la Dirección General de Difusión Cultural. Pienso que, junto con los dos años de la rectoría de la Universidad Autónoma de Querétaro, fueron los más intensos, creativos, emocionantes y erráticos de mi ya larga y un poco cariacontecida existencia (la muerte de Carlos Monsiváis me sigue sacudiendo la vida). El libro celebratorio muestra el esfuerzo de una comunidad por crear, consolidar y mejorar constantemente a la más antigua universidad de nuestra América.

El talentoso diseñador gráfico Francisco García Noriega y un equipo jornalero en el que destacan Rosa Elvira Vargas, Arturo García y Arturo Jiménez, reporteros capaces de alcanzar las difíciles alturas de la síntesis y de unir la claridad de estilo con la precisión de los datos históricos, son algunos de los autores de esta aventura del diseño, la edición y la escritura puestas al servicio de una obra que recoge los cien años de historia de esa actitud del espíritu de un país y de una cultura que es la UNAM.

Mi oficina de la Casa del Lago abría sus ventanales a un paisaje de agua tranquila en la que habitaban cisnes, gansos, patos y parejas que se besaban en las inestables barcas de alquiler. Los muebles del poco estudiado presidente Adolfo de la Huerta me permitían vivir épocas pasadas e impresionar a visitantes como Peter O’ Toole, Charlotte Rampling, Max Von Sydow y Anjelica Houston que, invitados por actrices y actores mexicanos, pasaban un buen rato en la Casa del Lago viendo teatro y oyendo música.

Por esos años, Juan José Gurrola regresó a la Casa de la que se había ido junto con Juan Vicente Melo, Juan García Ponce y otros escritores y artistas que habían entrado en conflicto con la dirección de Difusión Cultural. Juan José regresó a la Casa con un espectáculo notable: Tú, yo mismo, basado en un poema de Salvador Novo. Sus actrices, Clara Zurita y Alejandra Moya, y sus actores, Salvador Garcini y el flaco Ibáñez, decían los versos de Novo, los bailaban y cantaban, mientras que los inolvidables Hilario y Micky los acompañaban y apoyaban. Este espectáculo, junto con las Fábulas de Monterroso, adaptadas y puestas en escena por el querido gordo Alcaraz y con el Misterio bufo, de Dario Fo, dirigido por Nancy Cárdenas, fueron algunos de los momentos estelares de la Casa del Lago (las colas de espectadores llegaban a Reforma). Salvador Garcini llevó a escena con talento, fidelidad e imaginación una de las grandes obras de Genet, El balcón. Recuerdo la Madame Irma hecha por Tina French, a Sara Elías Calles, Tina Romero, Alejandra Moya, José Ángel García y el estimado gordo Yáñez. Nicolás Núñez dirigió Antropo de e e cummings e hizo un collage de dos obras, una de Ibsen y otra de Strindberg, al que dio el acertado nombre de Noramelia. Helena Guardia fue una poderosa Amelia y una audaz y pionera Nora. Eduardo Ruiz Saviñón, apoyado por el inolvidable poeta, editor y traductor, Manuel Núñez Nava, caminó por los senderos de Lovecraft, Belknap Long y Edgar Allan Poe. Su puesta en escena de La caída de la casa Usher fue su mayor acierto. La adaptación del terrible cuento era de Debussy, que siempre tuvo el proyecto de hacer una ópera sobre la sombría y enferma casona de los Usher. Nicolás Núñez y Eduardo Ruiz Saviñón se unieron para llevar a la escena algunos fragmentos de obras de Gil Vicente, Calderón de la Barca y Valle Inclán, acompañados (o enriquecidos) por poemas de Quevedo, Sor Juana, Santa Teresa, Villaurrutia y Gorostiza. El collage se tituló Sabaoth, la muerte en la literatura española. El nombre del señor de los ejércitos inspiró este laborioso entramado que partía de La barca del infierno, de Gil Vicente, y culminaba con el “Baile” de Muerte sin fin, de Gorostiza. Helena Guardia, Patricia Bernal, Alejandro Camacho, José Ángel García y este bazarista formábamos el reparto de una obra que se estrenó ante los obreros de Ciudad Sahagún, viajó por España y tuvo una breve temporada en el Arcos Caracol. Anduvo, además, por La Paz, Guadalajara y otras ciudades del país. Cierro los ojos, oigo la música escogida por Eduardo (rock duro) y veo al excelente actor Alejandro Camacho esgrimiendo la guadaña del señor de la guerra y de la desolación. Helena y Patricia soliviantaron con su belleza y prestancia a los estudiantes de Madrid, Segovia, Sevilla y Salamanca. Los pobres habían pasado por los años y los daños de la represión política y moral del espadón Franco y los días del destape apenas estaban empezando.

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