Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de octubre de 2010 Num: 813

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Memorias de los pasajeros
JOAQUÍN GUILLÉN MÁRQUEZ

Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

500 años de Botticelli
ANNUNZIATA ROSSI

Brasil y los años de Lula
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

Dramafilia
MIGUEL ANGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Manuel Stephens

Héroes bailarines

“¡Viva la República Mexicana! ¡Viva la Independencia! En celebridad de tan grandioso aniversario de 1810, para las noches del domingo 15 y lunes 16 de septiembre de 1872. Suntuosos y muy elegantes Bailes. salón de santa clara núm.18. La Brillante Orquesta ejecutará con su destreza conocida el Himno Nacional, y después, como siempre, las hermosas danzas, schottis, cuadrillas, galopps. Decente alumbrado.” El anterior anuncio es un ejemplo de las tiras que se pegaban en las calles durante el siglo XIX –en este caso en el año que murió Benito Juárez– para que las clases media y baja asistieran a bailar en los salones públicos; el precio de entrada era de cuatro reales y el boleto era personal para los caballeros.

Este tipo de publicidad fue rescatada por el investigador Armando de María y Campos Herrera en el ensayo “Cómo se bailaba entre 1857 y 1880”, incluido en la colección de textos La danza en México. La antología, coordinada por el importante crítico de danza Raúl Flores Guerrero del Instituto de Investigaciones Estéticas, fue publicada por primera vez en 1955 y reeditada nuevamente por la unam en 1980, siendo Colombia Moya jefa del Departamento de Danza.

Otro ejemplo, perteneciente al mismo año que el citado, es el siguiente: “En el acreditado y popular Salón del Beaterío. A reír, a gozar, a divertirse y pasar una noche de verdadero solaz, en el magnífico baile que se verificará [el 4 de febrero] escote de costumbre, por Sr. y Srtas. 4 reales.” La vorágine e inestabilidad política que signó desde sus inicios al siglo xix mexicano –guerra de Independencia, el primer y segundo imperios, la invasión francesa y estadunidense, la pérdida de territorio, la guerra de Reforma, etcétera– no clausuró el hecho de que la población continuara disfrutando de entretenimientos y distracciones sociales: el teatro, la ópera y las corridas de toros, las meriendas campestres y la asistencia a diferentes tipos de bailes.

En “… Y el ‘baile de salón’”, de José Arenas (incluido en la antología citada), el investigador hace un muy peculiar recorrido sobre las capacidades y usos del bailar de quienes fueron protagonistas en las luchas sociales de los dos siglos pasados.

Arenas señala que Ignacio Allende “por su elegancia e infatigabilidad fue el bailarín más famoso de su época”, y que de haber habido concursos entonces él se hubiera llevado las palmas. Don Miguel Hidalgo también era muy afecto al baile, pues después de las representaciones teatrales que dirigía y presentaba en el patio de su casa seguía la fiesta, misma que se prolongaba hasta el amanecer. Respecto a José María Morelos, Arenas informa que “no lucía mucho porque era torpe y bailaba con el pesado paso de un soldado”.

Un caso especial es el de Antonio López de Santa Anna, quien gustaba de organizar saraos –fiestas nocturnas con baile y música– en las cuales (emulando una estrategia de Napoleón) parlamentaba “entre una danza y una contradanza, con las mujeres de los diplomáticos o de sus propios ministros, que lo miraban tímidas detrás de sus abanicos; así jugaba sus cartas”. Cuestiones de orden político se barajaban entre un baile y otro y “la población entera estaba fija en los resultados de las veladas danzantes, y según bailara o no el dictador nada serenísimo con la señora de fulano o mengano, se podía conjeturar su trama y de ahí aventurar la conveniencia de amanecer yorkino o escocés”, es decir, liberal o conservador. Santa Anna utilizaba las reuniones y el baile como un recurso importante que coadyuvaba en su permanencia en el poder, “se servía hábil y cómicamente [de los saraos] para el ejercicio de la política”.

Sobre el “adusto e impasible” Benito Juárez, Arenas nos dice que gustaba únicamente de ver bailar a las parejas mientras él permanecía sentado. Juárez “era más bien bajo de estatura, ancho de cuerpo y de paso duro, y si intentó bailar ‘por compromiso’, debió verse en situación incómoda. Tal vez sólo en este aspecto de su vida pública perdía el paso”. Por su parte, el emperador Maximiliano era célebre por su elegancia al bailar.

Venustiano Carranza organizaba gozosas reuniones durante las treguas del movimiento revolucionario. Francisco Villa –sonríe Arenas– “suponía que bailaba, y nunca se tomó el cuidado de hacerse enseñar”; mientras que Emiliano Zapata solía platicar con las mujeres y nunca se atrevió a bailar vals, “pero le divertían mucho sus sombrerudos golpeando el suelo con los huaraches”.

Bailar es parte de la idiosincrasia mexicana y nadie se salva.