Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de octubre de 2010 Num: 813

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Memorias de los pasajeros
JOAQUÍN GUILLÉN MÁRQUEZ

Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

500 años de Botticelli
ANNUNZIATA ROSSI

Brasil y los años de Lula
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

Dramafilia
MIGUEL ANGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Jorge Moch
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Yo que quise ser roquero, chingado (II Y ÚLTIMA)

Para Roberto, Jorge, Perico y Paolo,
y reverencia para usted, don Alonso

Alguna vez vencí timidez y falta de dinero para formar mi propia banda. El rock en español era esporádica, estrambótica entelequia. La televisión en 1980 empezó a darle espacio al rock en mtv, pero pronto Madonna tumbó a Iron Maiden. Llegaron el New Wave, el Brit Pop, y por entonces brillaron Thomas Dolby, Eurythmics, The Police o Howard Jones, pero también Duran Duran. Luego Thriller del todavía afroamericano Jackson anegó de melcocha el mundo audiovisual. Los roqueros cerramos filas. Yo soñaba vivir como mis ídolos, de greña larga –anatema en mi familia–, motocicleta –tabú– y sin otro horizonte que el diapasón de una Stratocaster, que en mi caso fue una guitarrita que ni a marca llegaba pero de la que yo, que ni idea tenía de cómo tocarla, me sentía muy orgulloso. El primer patético intento se llamó Fuzz, quizá porque era puro horrible zumbido aquello que hacíamos para desespero de mis padres y vecinos. En la casa de atrás vivía una señora a quien por exigir silencio –hoy me solidarizo con su memoria– apodamos Doña Cabrona hasta el día que la buena mujer dejó este mundo. Mi madre decretó severas reglas: nada de ruido después de las siete. Ni volumen estratodecibélico; orden y respeto, cepo al rocanrol.

Con una alineación capaz de hacer más que sólo ruido –excepto yo, que no tocaba ni la puerta pero hablaba inglés y me impuse como vocalista–, conspiré con los hermanos Jorge y Roberto Amaro, un primo suyo al que apodábamos Perico (se llama Juan Carlos) y Paolo Rossi, que ya a los catorce era un mago de la lira, para formar un grupo que se llamó Axys y fue mi cúspide musical. El otro día mi hija encontró mi viejo tablero de ajedrez, y debajo una calcomanía de nuestro logo, horrible a decir verdad, pero qué lindos recuerdos.

Lindos no: chingones. En Axys la bronca, como siempre, era el dinero. Un día convencí con engaños a un compañero de escuela hijo de buena familia con coche propio y, sin explicar mi plan, conseguí meterme a la sala de música de un seminario salesiano que estaba a dos cuadras de mi casa y nos robamos a plena luz y a pesar del susto de mi amigo, al que no le había yo dicho de qué iba la cosa hasta el perentorio “¡corre, pendejo, y agarra la tarola!”, una batería Yamaha con todo y baquetas. Era blanca como dicen de la túnica de Cristo. El rock era, efectivamente, vida de crimen y perdición, como se pontificaba por ahí, pero qué iba yo a hacer, si por musa tenía una dominatrix implacable y ni un clavo en los bolsillos. Éramos fanáticos consuetudinarios de los canadienses Rush –Jorge Amaro, aunque tocaba la guitarra porque el de la bataca era Perico, era capaz de rifarse Tom Sawyer en la batería a escasos centímetros de los talones –o debo decir tambores– del mismísimo Neil Peart. Una vez tuve la pésima idea de prestar mi batería pecaminosa. Los tarados a los que la presté la transportaron …a pie. Frente al seminario les echaron el guante. Adiós, batería, o como dice su grey: dios da y dios quita. Luego pudimos comprar un amplificador usado para bajo a Andrés Haro, hermano de Javier, el maestrísimo y hoy desaparecido fundador de El Personal. Andrés lideraba Plasmodia, banda que rendía tributo fiel a Dire Straits. Los grupos de rock tapatío empezaban su lucha. José Fors dirigía Traxx a años luz de La Cuca. El Cala se lanzaba con Rostros Ocultos. Maná no se llamaba así, sino Green Hat (luego traducido a Sombrero Verde) y su vocalista se llamaba Fernando Olvera, no Fher… En Axys canté poco tiempo. Mis camaradas decidieron que mi berrido era demasiado nasal y me sacaron del grupo aunque fuera uno de los fundadores. Prefirieron los chillidos del Morgan, un gringo enorme que al menos pronunciaba como dios manda Whole lotta Rosie. Jorge Amaro siguió en la industria. Por un tiempo fue el baterista de Kenny y los Eléctricos cuando el rock en español tuvo por fin su trampolinazo. Hoy se gana el pan como productor. Roberto su hermano es empresario y Perico creo que terminó en el diseño gráfico o industrial. Paolo tiene una banda de música regionalista latinoamericana en Australia. Nunca salimos en la tele.

Como ayer, hoy casi no hay apoyo a músicos de talento que podrían izar el rock mexicano a donde nunca ha llegado. La música que me gusta es inexistente en la radio mexicana, y en la televisión difícilmente se ve algo más que Shakira o Lady Gaga, esa basura. No importa. Yo sigo soñando tener mi buena bataca y que digan un día: mira nomás ese ruco, medio la mueve, el güey, a sus años. Que ni son tantos.

Miren a Watts…