Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de octubre de 2010 Num: 813

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Memorias de los pasajeros
JOAQUÍN GUILLÉN MÁRQUEZ

Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

500 años de Botticelli
ANNUNZIATA ROSSI

Brasil y los años de Lula
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

Dramafilia
MIGUEL ANGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Francisco Torres Córdova

PERSONA(JE)

Yo también la veo. Su andar es sinuoso y distraído. Con sus pantalones anchos y su vieja gabardina, camina por las calles aparentemente sin rumbo, pero hace tiempo que sabe, con sosegada claridad, a dónde no quiere ir. De su cabello desordenado se desprende un aroma fresco, casi tangible, y es brillante, limpio, como sus ojos cuando los fija en ti, con una levísima sonrisa en los labios resecos. Entonces lo ves: su lúcida tristeza, su ira guardada. Tiene las uñas pintadas de morado y lleva en las manos un extraña quietud, que es más intensa cuando duerme y su cuerpo recuerda lo que sueña, lo que le duele. Su nombre es María Nefeli; es joven, pálida y bella. Su presencia es incierta, pues si le hablas nunca responde. Algo calla, sí, y sin embargo mueve los labios en un continuo susurro, acaso un grito que apenas retiene en el umbral del silencio: “He levantado la mano en contra de las negras montañas y los demonios de este mundo. He dicho al amor ‘por qué’ y lo he arrastrado en el suelo. Ocurrieron las guerras y volvieron a ocurrir y no quedó ni siquiera un andrajo para ocultarlo profundo en nuestras cosas y olvidarlo. ¿Quién escucha? ¿Quién escuchó? Jueces, popes, gendarmes, ¿cuál es su país? Un cuerpo me queda y lo doy. En él cultivan, los que saben, lo sagrado.” Y más adelante, en voz baja, como al oído, pero con letras grandes:  “La ley que soy/ no me someterá.” (María Nefeli, Odysseas Elytis.)
Pienso también, y muy al azar, en el emperador Adriano cuando recuerda a Antínoo:  “Su presencia era extraordinariamente silenciosa; me siguió en la vida como un animal o como un genio familiar. De un cachorro tenía la infinita capacidad para la alegría y la indolencia, así como el salvajismo y la confianza. [...] Sólo una vez he sido amo absoluto; y lo fui de un solo ser.” (Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar.) O un objeto que resulta un actor tácito, su dueño, bajo la inmensa tutela de Borges: “En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal su sencillo sueño de tigre.” (“El puñal.”) O sólo unas palabras que en la complejidad del personaje, Fuensanta, la delinean con sobrecogedora precisión, y a la vez, pues de eso también siempre se trata, ponen en evidencia a su creador:  “Oh santa, oh amadísima, oh enferma.” (“En el reinado de la primavera”, Ramón López Velarde).

¿Cuál es, pues, la situación o el momento en un cuento o una novela, o el verso en un poema, que cristaliza, cohesiona y vincula de golpe a un personaje y entonces le da eso, aliento, y lo hace persona? Hay infinidad de ejemplos y todos son relativos, pues cada lector es diferente ante las claves del autor. Sin embargo, también es cierto que tarde o temprano el personaje se yergue pleno de una realidad recién delineada, en un momento preciso que la palabra, si es fina y certera, apuntala y proyecta. Al final, poco importa si se trata de un personaje real o ficticio: en la letra es ambas cosas. De lo que somos a lo que decimos ser, también nosotros.

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