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Una semana caliente en AL
C

uatro países dieron de qué hablar en la semana que terminó el pasado domingo 3 de octubre. En orden cronológico: las elecciones parlamentarias en Venezuela; el intento golpista en Ecuador, y los comicios en Perú y Brasil. Son acontecimientos de distinta índole y magnitud, pero todos tienen en común la definición del futuro inmediato de la izquierda latinoamericana. Su lectura puede ser muy variada, pero inevitablemente surge la pregunta: ¿muestran un avance de las izquierdas o, por el contrario, son indicio de su desgaste y dificultades cada vez mayores?

Desde luego, el balance está lleno de luces y sombras si lo tomamos país por país. En Venezuela, por hablar del primer caso, se ha hablado mucho de una derrota en toda la línea del presidente Chávez. Pero visto más de cerca, los resultados no son tan malos: una elección limpia, pacífica y participativa dio al PSUV 98 diputaciones, y a Patria Para Todos tres más. La derrota se supone por no haber alcanzado la mayoría calificada de 110 diputaciones (66.6 por ciento). Pero esa, en todo caso, era la meta superior, no inferior. Lo que es cierto es que la mayoría gobernante tendrá que enfrentar un nuevo escenario que los obligará a redefinir metas, métodos y alianzas.

En Ecuador, el presidente Correa tuvo que enfrentar un serio intento de alzamiento de las fuerzas policiacas, que puso en riesgo su vida y la continuidad de su gobierno. Al final, con el apoyo del ejército, pero también de la movilización ciudadana, logró sortear el conflicto. La Unasur también reaccionó rápidamente. Fueron los alzados quienes hicieron uso de la violencia. Por ello, es un poco ocioso discutir si se trataba de un golpe de Estado o no. Ridículo asegurar que fue un show mediático. Las instituciones democráticas fueron amenazadas abiertamente por un grupo armado. Correa se mantuvo, pero tendrá que revisar sus relaciones con el Congreso y con una parte de los movimientos sociales.

En Perú, uno de los acontecimientos menos comentados: la victoria (por confirmar en tribunales) de Susana Villarán en la alcaldía de Lima representó un triunfo sin precedente para la izquierda en las últimas décadas. Lourdes Flores, su contrincante, representaba claramente la opción de la derecha. Susana tiene larga trayectoria como defensora de los derechos humanos y sociales, y fue impulsada por una coalición en la que participaron partidos de izquierda. Aunque se ve difícil, puede ayudar a construir una gran alianza para las presidenciales de abril de 2011.

Finalmente, en Brasil, Dilma Rousseff, candidata del PT y su coalición, quedó más de tres puntos abajo del mágico 50 por ciento más uno para alcanzar la presidencia en primera vuelta. Pero resulta que Marina Silva, la otra candidata, tuvo casi 20 por ciento de los votos. Los brasileños votaron por las opciones progresistas en una proporción de dos tercios por uno de la derecha. José Serra sólo recibió 32.6 por ciento. Además el PT, por sí solo, se llevó varios gobiernos estatales, y la coalición de centroizquierda ganó la mayoría de los asientos en la Cámara de Diputados y en el Senado. Con esta correlación de fuerzas, el triunfo de Dilma el próximo 31 de octubre parece casi seguro y por amplio margen, pero tendrá que tomar posición en algunos temas tratando de mantener a sus aliados de centroderecha (el PMDB) y, al mismo tiempo, atraer a los electores progresistas y sinceramente verdes que votaron por Marina.

Esta puede ser una visión optimista, pero es muy difícil sacar un saldo completamente adverso para las izquierdas latinoamericanas. El otro lado de la moneda, sin embargo, existe. Hay un nuevo periodo en América Latina que se inició en junio del año pasado en Honduras, con el golpe de Estado. Junto a ello hay que contar las derrotas electorales en Panamá, Chile y Colombia (y la caída de la izquierda mexicana en las urnas durante julio de 2009). La crisis económica mundial pudo haber incidido en contra, pero hasta ahora los gobiernos de izquierda la han librado bien, con excepción de Venezuela. Algunos ya aseguraban que se iniciaba el declive de la izquierda en nuestro subcontinente, que ya había pasado su auge y ahora empezaba un nuevo ciclo de derrotas.

Pero los acontecimientos de la semana caliente nos muestran otra cosa. Las izquierdas siguen siendo exitosas, pero en un nuevo contexto, donde los riesgos y los retos son muy complicados. Este nuevo contexto no sólo pasa por el desgaste del poder después de varios años de ejercicio. También hay una derecha más organizada y belicosa, como en el caso de Honduras y Ecuador (aunque aquí haya fracasado). Una derecha que se apoya políticamente en los grandes medios de comunicación a tal punto que los gobiernos de Lula y Kirchner, por señalar algunos, los ven efectivamente como un partido político que no compite electoralmente ni tiene que reclamar el voto ciudadano, pero que juega casi siempre en contra de las izquierdas. Y finalmente, hay que tomar en cuenta al gobierno estadunidense, que replanteó sus estrategias en América Latina ofreciendo una mejor cara, pero también bases militares en Colombia.

En esta nueva fase, las izquierdas latinoamericanas tienen que demostrar que pueden construir un proyecto de largo plazo, más allá de los líderes y las coaliciones electorales. Y para ello no será suficiente replantearse las alianzas o las agendas de gobierno, sus relaciones con la oposición política y con los movimientos sociales, enfrentar la corrupción gubernamental y la que se filtra en los partidos políticos, definir nuevas políticas en temas como el cambio climático, el combate al crimen organizado y la seguridad pública. También se requerirá entrarle a lo más difícil: un proyecto de integración regional, económica, política y cultural más consistente, que no puede residir solamente en la diplomacia de la Unasur, la OEA y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Ya pasó el momento para las izquierdas que gobiernan América Latina de demostrar que son distintos a los neoliberales. Ya les dio para gobernar varios años. Ahora, cada quien con sus tiempos y sus realidades nacionales, tendrán que demostrar que pueden construir un nuevo proyecto, sustentable, democrático y supranacional, basado en un nuevo paradigma afín a sus anhelos socialistas.