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A la mitad del foro

Divagaciones de un gato con los pies de trapo y los ojos al revés...

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Integrantes y dirigentes del PRD, en el pasado Consejo Nacional, realizado en septiembre pasadoFoto José Antonio López
L

a izquierda responde a movimientos centrífugos. Sin proyecto firme, sin un programa que responda a la realidad y a sus horizontes utópicos, la izquierda se fragmenta, se diluye en luces fantasmales y evanescentes: juego de abalorios sin nada que mantenga los cristales en el molde que le permitiría retomar forma y concentrar los anhelos de victoria en accionar concreto, en la persecución y consecución del poder. Del poder político que hace posible el poder social; la izquierda misma.

Entre nosotros vino y sentó sus reales en el momento estelar de la generación de la Reforma. El Voto particular de Ponciano Arriaga es punto de arranque de lo que Jesús Reyes Heroles supo distinguir y definir como el hilo conductor del liberalismo social mexicano. No es poca cosa. Aunque el salinismo buscara ahí el aval a su abandono del Estado rector de la economía, al aproximarse el desplome del sistema político instituido por la Revolución, en trance de dar el vuelco al centralismo para ser capaz de constituir al Estado mexicano moderno. Otras rutas hubo. Y ahí siguen. Río Blanco, Cananea, el reparto agrario, la expropiación petrolera; las marchas de Nueva Rosita, de los ixtleros y candelilleros; las movilizaciones magisteriales de Otón Salazar; y las matanzas del eterno retorno, de la persistencia del antiguo régimen.

En estos tiempos de efemérides, de atentos llamados a la memoria sin rencores y al revisionismo histórico que pueda paladear el conservadurismo que llegó al poder después de más de siglo y medio de haber sido derrotado por los hombres de Juan Álvarez, la izquierda ha retomado el 2 de octubre y así lavado la cara del peladaje. Lo de 1968 fue formidable estallido generacional de mexicanos atrapados en el bimbalete de la revolución que degeneró en gobierno; agobiados por el autoritarismo y la fiereza del anticomunismo compartido por el PRI hegemónico y el PAN monopolista de la oposición que adornaba sus puertas con letreros de colores: ¡Cristianismo sí, comunismo no! Por una vez, no llegamos tarde a la cita. El 68 es patrimonio universal. La Primavera de Praga y mayo de París hermanaron el llamado a la libertad, fundieron en fuego fatuo a las izquierdas del Gulag y las derechas del fascio, de la falange, de Tlatelolco.

Y en el año del bicentenario y del centenario, el 2 de octubre casi se le olvidó a las izquierdas herederas del cambio que acabó por venir de un desgajamiento del viejo tronco del PRI. Por lo visto, estamos destinados a poner en escena el 18 Brumario a cada paso, en cada vuelta a la noria, en los devaneos sonámbulos de la transición en presente continuo. En 1988, Cuauhtémoc Cárdenas supo sumar y pudo mantener el impulso del movimiento para convertirlo en partido político; no habría de repetir el ciclo trágico de otras rupturas de revolucionarios opositores, que eran derrotados, iban al ostracismo y volvían al seno del PNR-PRM-PRI en cuanto transcurría el sexenio. Era oposición ad hominem. En el mejor de los casos. Del 88 nació el PRD. Guste o no a los del caos anarquizante, la fusión se dio en torno al cardenismo.

Con el vuelco finisecular llegó la alternancia. ¿Cómo ignorar el asesinato de Luis Donaldo Colosio y el destape de Ernesto Zedillo en voz del sonorense y a través de un video? Y las idas y venidas de Manuel Camacho. Y el amanecer de las fuerzas del subcomandante Marcos en San Cristóbal. Y las muertes que siguieron. Y los procesos putrefactos de Raúl Salinas. Y el miedo de Ernesto Zedillo; la sana distancia de un partido al que nombró, al que impuso, seis dirigentes nacionales en seis años. Y el desplome de la economía. Ahí, sí, aunque Carlos Salinas lo ha documentado y no quita el dedo del renglón: se hundió el país, haya sido de quien haya sido el error de diciembre.

La izquierda se refugió en las probetas de la democracia sin adjetivos y los partidos políticos sin objetivos. Los ojos al revés y las vueltas a la noria. Los dueños del dinero apostaron a los bárbaros del norte. Manuel Clouthier era energía pura de la burguesía rural del noroeste. Lo mismo pudo haber sido obregonista que agricultor y exportador en las tierras que se hicieron de riego con las obras hidráulicas de la Revolución. Pero su empuje animó a los del dinero a recrear al conservador de cepa, al ranchero abajeño, de los lares del Iturbide, de Lucas Alamán, de la cristiada, del sinarquismo. Hágase Vicente: Y Fox se hizo. Espino, su auxiliar de El Yunque, dice hoy que su jefe era incapaz de usar lenguaje vulgar y agresivo; que no es como Felipe Calderón, quien desde Los Pinos declara que Andrés Manuel López Obrador es un peligro para México. Va de nuevo.

Cuando llegaron los payasos, Vicente Fox pateaba un dinosaurio verde de plástico en los mítines; y aseguraba al pueblo que iba a aplastar a las víboras prietas, a las tepocatas y otros bichos en los que encarnaba el priísmo de todos tan temido. Muy serio el abajeño. Pero atinó al cantarle al oído a las izquierdas dispersas, derrotadas y fracturadas por disputarse el control de los dineros públicos que fueron suyos al ganar puestos electorales (entre otros el Distrito Federal, nada menos) y en las prerrogativas de los partidos del pluralismo. Mefistófeles de mentiritas, Fox les repitió: Cuauhtémoc no puede derrotar al PRI; yo, Vicente, sí puedo. Y el voto útil fue la daga florentina. La izquierda hizo ganar a la derecha ignara de la incontinencia retórica y los negocios de la corrupción a la antigüita y las finanzas sin regulación alguna.

Hace cuatro años culminó la campaña electoral bajo el lema de López Obrador es un peligro para México. Felipe Calderón hubo de rendir protesta en condiciones vergonzantes. López Obrador convocó a los suyos a ocupar el Paseo de la Reforma y la avenida Juárez. Se alzó un campamento, un auténtico vivac. Ahí estaban los cabales, convencidos de que le habían robado la elección a su candidato. El tabasqueño se declaró presidente legítimo, doña Rosario Ibarra le puso una banda tricolor al pecho. No hubo barricadas. Cuando se dio la orden de marcha, la multitud caminó rumbo a Chapultepec. Y López Obrador empezó la larga marcha, el recorrido más extenso y detallado que aspirante alguno haya hecho a lo largo de nuestra historia.

El PAN de Calderón perdió en todas partes y en todas las elecciones habidas en sus años de padecer el fracaso económico y combatir sin tregua la guerra contra el crimen organizado. ¿Y la izquierda? Fracturada, dispersa, presa de ambiciones grandes de hombres pequeños, decidió orar en al altar del voto útil que llevó a la derecha al poder. Manuel Camacho maniobra a favor de Marcelo Ebrard y, fiel a su espejo diario, postula la alianza con el PAN de Calderón que efímeramente preside César Nava, para derrotar al PRI, para acabar con los cacicazgos de viejo o nuevo cuño, y hacer posible la democracia sin adjetivos y consolidar los partidos sin objetivos. Jesús Ortega y sus socios buscan ganancias de tahúres: La izquierda sola no puede ganar. Dan grima.

El Paseo de la Reforma es sede del circo romano de la era del espectáculo. Al final de la fiesta erigirán de nuevo el falso Coloso que dejaron tirado el 15 de septiembre.

Menos mal que Mario Vargas Llosa obtuvo el Premio Nobel de Literatura 2010. Y que el Colegio de México, la vieja Casa de España, cumplió 70 años. Hay que volver a leer La guerra del fin del mundo. Y Conversación en la catedral. ¿Cuándo se jodió México?