Opinión
Ver día anteriorDomingo 17 de octubre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Año bisiesto
U

na habitación propia. Laura (Mónica del Carmen), joven periodista free lance de origen oaxaqueño, vive encerrada en un pequeño departamento de la ciudad de México que es a la vez su lugar de trabajo y el territorio al que introduce con cierta regularidad a sus ligues sexuales, siempre anónimos e intrascendentes. Recibe ahí también, pacientemente, los reclamos laborales, las llamadas de su madre y las esporádicas visitas de un hermano menor que le platica sus cuitas amorosas.

En un calendario marca metódicamente los días que faltan para el 29 de febrero, fecha ritual en que se cumplen cuatro años del fallecimiento de su padre. Para su familia, Laura se inventa una vida paralela, más animada que la rutina de su enclaustramiento voluntario, mientras a sus conquistas ocasionales les reserva un empecinado anonimato. Desde el inicio de la cinta, Laura aparece como una figura enigmática, de hermetismo insondable. Paulatinamente el espectador tendrá algunas claves, todas ellas azarosas, para entender su conducta.

Año bisiesto, primer largometraje del australiano afincado en México Michael Rowe, elabora durante los primeros 30 minutos de su narración un elaborado retrato de la joven solitaria, atenta a la sensualidad de su cuerpo y a las faenas amorosas de los vecinos que espía desde su ventana, asaeteada por fantasías eróticas que se resuelven en el onanismo, proclive también al sadismo desde aquella escena en que, de manera ociosa, aplasta un cigarrillo encendido sobre una hormiga. Este breve acto de crueldad prefigura el estilo de relación que finalmente sostendrá con su encuentro erótico más significzativo: Arturo (Gustavo Sánchez Parra), un hombre que combina de modo perturbador una ternura extrema con el placer de humillar y someter a vejaciones físicas a su nueva pareja.

Muy pronto rompe Laura, a lado de este verdugo providencial, su rutina de comidas instantáneas frente al televisor y la tristeza de sus anteriores aventuras carnales. El domicilio que hasta ese momento era sólo un moroso espacio de duelo por el padre desaparecido, se transforma en un nuevo laboratorio de sensaciones extremas que mezclan el sufrimiento consentido con un goce erótico finamente calculado. Imposible decidir en esta dialéctica del amo y el esclavo, quién controla a final de cuentas la disciplina sexual en el nuevo arreglo doméstico.

Michael Rowe ha escrito el guión de esta cinta en colaboración con Lucía Carreras, y es evidente que en él los dos han plasmado una ambigüedad y una malicia que está muy por encima de las interpretaciones psicológicas o sociales que de la cinta ha ofrecido no sólo la prensa internacional, sino también el propio realizador. Poco importa en definitiva saber si Laura acompaña su duelo del recuerdo lacerante de un posible abuso sexual en la infancia, perpetrado tal vez por su progenitor, o si su sometimiento incondicional es producto de una autoestima muy baja, o si sus rasgos marcadamente indígenas añaden un toque de novedad a la representación tradicional de los conflictos de la pareja en el cine mexicano (algo que sólo habrá de intrigar o apasionar al público de festivales europeos, atento siempre al exotismo), o si Eros y Tanatos libran de nuevo, varias décadas después, la vieja batalla de El imperio de los sentidos (Nagisa Oshima, 1976).

Lo novedoso aquí es el rigor formal y la sutileza expresiva con que el realizador presenta las pulsiones eróticas de sus dos protagonistas, sin un asomo de moralismo y sin posturas maniqueas, mostrando las dosis de vulnerabilidad y azoro que comparte la pareja en la escenificación ritual de sus excesos. Basta detenerse en la mirada perdida y nerviosa de Arturo en sus momentos de reposo, o en el cuadro de la pareja desnuda sobre un diván, casi ausente en su ensimismamiento afectivo, o en la resignada perplejidad de Laura ante la posible reedición de un fracaso, para advertir que muy lejos de ser una película sensacionalista o manipuladora (pornográfica, dirán algunos), este elegante ejercicio estilístico de lentos planos secuencia y apuntes minuciosos, es en realidad una estupenda historia de amor contrariado.