Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de octubre de 2010 Num: 815

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El último cierre
FEBRONIO ZATARAIN

18avo día o El nuevo
orden de cosas

KATERINA ANGUELAKI-ROUK

Mitos y realidades
de la masonería

ADRIANA CORTÉS KOLOFFON entrevista con MA. RUGENIA VÁZQUEZ SEMADENI

Antonio Plaza, un poeta descastado
LEANDRO ARELLANO

Bertrand Russell, el caballero de la lógica
MARIO MAROTTI

Russell epistológrafo
RICARDO BADA

Alianzas para la gobernabilidad
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

Dramafilia
MIGUEL ÁNGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Dilma Rousseff

Alianzas para la gobernabilidad

Hernán Gómez Bruera

Prendo la  televisión y me encuentro una vez más con la imagen más vista a lo largo de toda esta campaña, la más explotada por toda suerte de políticos: los de izquierdas, los de derechas y quienes en Brasil no son ni una cosa ni la otra sino todo lo contrario. No veo a un santo inmaculado, pero sí a un político de notables cualidades; a uno de los líderes más populares desde los tiempos de Getúlio Vargas. Pero si Vargas era considerado “el padre de los pobres”, Lula es el padre de la nueva clase media brasileña, esa a la que se han sumado 30 millones en los últimos ocho años.

Todos los políticos –incluidos algunos opositores– han buscado retratarse junto a él. Propios y extraños, sin importar ideología, verían con buenos ojos que esa figura totémica los presentara ante los electores, en horario prime time, con ese mensaje intimista y sereno que surge de su áspera voz: “Como presidente aprendí lo importante que es tener mayoría en el Congreso para aprobar los proyectos que interesan a la población. Por eso confío en Wilson Santiago y Vitalzinho para llevar la voz de Dilma Rousseff al Senado”.

Mensajes como éste, a través de los cuales Lula promovió a los candidatos de esa variopinta coalición de diez partidos que apoyó la candidatura de Rousseff –unos progresistas, otros conservadores–, se repitieron en todos los rincones del país. No llama tanto la atención que el presidente participe tan activamente en una campaña electoral. Después de todo, sucede en muchos países del mundo (en algunos detrás de bambalinas). Lo difícil es comprender el apoyo a figuras que representan la más vieja política, ésa que Lula y los suyos siempre condenaron. Ni Santiago ni Vitalzinho, candidatos por un estado nordestino, son miembros del PT. Pertenecen al PMDB, un partido oportunista formado por un gran número de caciques, dueños y señores de amplios territorios, y otros que no ven en la política algo más que una forma de hacer negocio.

Políticos así son importantes aliados del lulismo. Antiguos rivales, como el ex presidente José Sarney, propietario de una buena porción de las tierras de Maranhñao, o el efímero Fernando Collor –quien después de renunciar a la presidencia por corrupción es hoy candidato al Senado por Alagoas–, se encuentran entre los hombres que darán al futuro gobierno mayoría en el Legislativo. Para muchos, eso admite una severa condena moral. Para João Pedro Stédile, líder del MST, “Lula se ha convertido en un político más, preocupado sobre todo con la gobernabilidad”. Y quizás Stédile tenga alguna razón. Sucede, sin embargo, que Lula fue el único presidente de izquierda en América Latina que gobernó durante ocho años en clara minoría para su partido. A veces eso se pierde de vista.

Cuesta comprender que la fuerza política de un presidente tan popular sólo haya alcanzado a controlar un 20 por ciento de las curules durante sus dos mandatos. Pero tales son las vicisitudes del sistema político brasileño, donde ningún partido alcanza a dominar el Parlamento. Por eso los presidentes, para pasar sus iniciativas, no tienen otra alternativa que formar amplias coaliciones. Para lograrlo, suelen actuar como los primeros ministros europeos: distribuyen puestos en el gabinete a cambio de votos en el parlamento. Pero como eso no les basta a las aves de rapiña, también es necesario negociar grandes tajadas del presupuesto para garantizar su respaldo... o comprar votos cuando tampoco eso basta.

No fue fácil para Lula formar alianzas durante su gobierno. Reacios y siempre en busca de algo a cambio, el gobierno no tuvo otra opción que montar un mecanismo para comprar los votos de partidos pequeños. Un inmenso escándalo de corrupción resultó de todo ello, lo que obligó a renunciar a algunos de los hombres más cercanos al presidente. Pero hay que aclarar que la compra de votos no fue inventada por el PT. Ha existido desde tiempos remotos. So pena de caer en el cinismo, la corrupción es y ha sido el aceite que permite la gobernabilidad dentro del sistema político brasileño.

Al llegar a su segunda administración, Lula entendió que no tenía otra alternativa que formar una alianza sólida con el PMDB, el partido de mayor capilaridad en el país y primera fuerza en el Congreso. Para ello le entregó seis ministerios: la presidencia del Senado y la de la Cámara de Diputados. Aseguró así una coalición capaz de darle viabilidad a su administración. Pero los aliados de Lula, que cobraron su apoyo a precio de oro, no le dieron un cheque en blanco.

La mitad de los diputados del PMDB, por ejemplo, pertenecen a la bancada ruralista, un grupo de interés que aglutina a latifundistas que se oponen fervientemente a cualquier distribución de la tierra. Por eso en gran parte fue imposible impulsar la reforma agraria, uno de los compromisos históricos del PT. Tampoco fue posible aprobar una reforma tributaria clave con la que se pretendía volver progresivo el cobro de impuestos. Así, unas 10 mil familias brasileñas, responsables por el 40 por ciento de toda la riqueza nacional, habrían pagado contribuciones sobre el valor de sus propiedades. Naturalmente, los intentos por promover una reforma política capaz de alterar las perversiones del sistema brasileño fueron también obstaculizados por aliados de Lula y el PT en el Congreso.

La izquierda del PT está convencida que las cosas podrían haber sido distintas si Lula hubiera utilizado su carisma y su fuerza entre los movimientos sociales para presionar al Congreso y lograr así reformas estructurales (un poco a la manera de Evo Morales o del siempre denostado Hugo Chávez). No piensan así, sin embargo, los sectores más moderados del partido. “Nuestra decisión”, dice un funcionario de la presidencia, “no fue hacer un gobierno de confrontación sino de negociación. No quisimos instalar un gobierno de crisis porque los sectores conservadores se hubieran levantado inmediatamente en contra. La derecha en este país es muy poderosa…”