Opinión
Ver día anteriorMiércoles 20 de octubre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Malestar francés
E

l juego de ecos, reflejado entre los muros del laberinto de callejuelas entre el Sena y la plaza Maubert, me deja escuchar al mismo tiempo el rumor del silencio y un ruido sordo cuando salgo a la calle. Silencio inhabitual del chirrido de motores, sosiego de las calles sin autos. Susurro de miles de pasos sobre el bulevar Saint-Germain por donde desfilan los manifestantes contra las reformas al estatuto que rige la jubilación en Francia.

El itinerario de las marchas, de la plaza de la Republique a la de Nation pasando por la de Bastille según costumbre de las manifestaciones de trabajadores, recorre otros bulevares, un desfile de cada dos: pasa, así, por el barrio latino y otras zonas estudiantiles de París.

En efecto, los alumnos de liceos se han sumado al movimiento contra la nueva legislación sobre las jubilaciones. Según las organizaciones laborales, el proyecto no se sometió a discusión alguna entre las partes concernidas. Así, el aumento de los años de trabajo y de la edad de jubilación serán impuestos por la actual mayoría legislativa.

Cierto, el gobierno ha hecho algunas concesiones (a la mujeres con tres hijos, a los trabajos penosos, a los enfermos por el uso en su labor), pero éstas son mínimas y, previstas de antemano, sólo tienden, según los observadores, a permitir que los dirigentes sindicales guarden la compostura frente a la rebelión de la base, de lo contrario incontrolable. Pero, la obcecación del presidente Nicolas Sarkozy, quien repite que no cederá, el desprecio de las autoridades que disminuyen con insolencia las cifras de manifestantes, los escándalos financieros que salpican al partido en el poder y a integrantes del gobierno, los regalos financieros a las grandes fortunas (devolución de millones de euros de impuestos gracias al escudo fiscal so pretexto de impedir la fuga de capitales), frente a las exigencias a los trabajadores, no han hecho sino radicalizar la protesta.

Huelgas de transportes, de centrales de carburantes, escasez creciente de gasolina, operaciones de los camiones de carga para embotellar las carreteras... Sin contar con los paros de li-ceos y, ahora, universidades. Paros y mítines que constituyen el gran temor de las autoridades: a diferencia de los trabajadores –quienes temen por su empleo y pierden su salario los días de huelga–, los estudiantes no sufren estas amenazas y pueden alargar un movimiento de protesta indefinidamente. Así, se trata de desprestigiar a éstos mediante provocadores espontáneos (vandalismo) o de las autoridades. Las interpelaciones policiacas se multiplican, la violencia crece. Los socialistas recuerdan que todavía hace un año Sarkozy prometía no tocar las jubilaciones, la prensa extranjera habla de posible parálisis de la economía francesa.

Se sabe que está en juego la sucesión presidencial. Sarkozy no puede echar marcha atrás sin perder. Pero él mismo se ha encarcelado en un dilema, pues su victoria será la de Pyrrhus: los perdedores de hoy tienen derecho a votar mañana y a obtener reivindicación en las urnas.

Algunos comentaristas se preguntan por qué continúa un movimiento condenado al fracaso, pues la ley será votada. Por qué protestan estudiantes tan lejos de la jubilación. Se escuchan algunos discursos justificativos: más tarde se jubila la gente mayor, más tarde se consigue un empleo. Pero el descontento es más profundo. No es sólo descontento de Sarkozy y su gobierno, de una actitud insolente. Es la rebelión profunda ante la evidencia de ser una simple mercancía que se usará hasta volverse inservible antes de arrojarse a la basura.

Durante siglos, la longevidad fue una condición digna de alabanza y de un descanso merecido. En muchas civilizaciones, las palabras de los ancianos eran escuchadas como oráculos. Ahora, son simples instrumentos desechables. Una vida más larga deja de ser una aspiración cuando sólo se prolongan enfermedad y vejez, y la jubilación se convierte en antesala final.