Opinión
Ver día anteriorSábado 23 de octubre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Infancia y sociedad

Enfermos de impunidad

L

os hombres decentes no nacen, se hacen. En cambio, los genios nacen, no se hacen. Pero incluso, para que el genio se desarrolle es necesario un ambiente determinado: tal vez hayan nacido muchos Mozart en las islas salvajes, pero nunca conocieron un piano.

Aunque cada individuo posee carácter propio, puede decirse que todos nacemos con tendencias hacia el bien y hacia el mal, y dependerá en buena medida de la educación convertirnos en seres éticos o no. La próxima revolución en México tiene que hacerse con niños y jóvenes, una revolución ética y cultural que transforme la sociedad antes de que el caos institucional acabe con ella.

Esto pensaba cuando –como tantos mexicanos– tenía emociones encontradas ante el rescate de mineros chilenos. Como seres humanos nos sentimos parte de esa lección de grandeza y civilidad, pero como mexicanos fue inevitable sentir vergüenza por nuestros mineros en Pasta de Conchos o nuestra guardería ABC, de Hermosillo; ambas experiencias ocurridas por la corrupción, el cinismo, la indolencia.

Cada golpe de impunidad en el país nos deja más empobrecidos como sociedad; disminuye nuestra cultura y ensucia nuestro espíritu. Por ello, más tristes nos puso el hecho de que antes de terminar el rescate de los mineros, en México ya circulaba por Internet una larga lista de chascarrillos acerca de por qué aquí las cosas son diferentes; de por qué no somos capaces de rescatar mineros, pues si ni siquiera pudimos encontrar una niña muerta debajo de su cama. En este caso, nuestro sentido del humor resultó patético: nos burlamos de nuestras miserias, para no llorar. No somos éticos, pero hacemos buenos chistes: estamos enfermos de impunidad. La asumimos, la digerimos, aprendemos a vivir con ella, participamos de su devenir y la convalidamos.

Tiene razón AMLO cuando señala que una mafia se ha apoderado del país, de sus instituciones, de sus recursos y de su espíritu; vivimos una inmoralidad de la que participamos por acción o por omisión; el poder corrupto también ha corrompido al pueblo: ya nada lo sorprende ni lo indigna. Nuestra moral es elástica y en México, dicen algunos con tonto orgullo, todo se vale. Vivimos entre la inmoralidad de la pobreza y la de gastos millonarios de funcionarios, legisladores e instituciones ineficientes y pervertidas.

Los hombres no son buenos por naturaleza, como creía Rousseau, pero leyes justas, instituciones sólidas y gobernantes dignos pueden acotar impulsos negativos de los individuos y hacer que el malestar en la cultura freudiano sea, sin embargo, una experiencia que engrandezca. La decencia se construye. (¡Viva Chile, mierda!)