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Ver día anteriorDomingo 24 de octubre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Una afición sensible y multiplicadora

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De izquierda a derecha: Fermín Espinosa Armillita, Domingo Ortega y Manuel Rodríguez Manolete
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ay individuos que transitan por la vida como rumiantes al lado de la carretera o pastan sin idea mientras el ferrocarril de la fortuna transforma fugazmente su monótono horizonte. Y hay también –son los menos– aquellos seres que vienen a este plano con la luz y la pasión para darse, dar y recibir una energía positiva y prolífica que va del amor a la vocación, pasando por la transmisión puntual de saberes y sentires. Son esa egregia minoría que contribuye a ensanchar la conciencia de la Tierra.

Gaspar Chávez Hernández, originario de Morelia, donde nació hace 82 años, no sólo estudió medicina y se especializó en otorrinolaringología; se enamoró y formó una familia, a cuyos cinco hijos supo heredar el gusto por la vida, el estudio y las artes y, para colmo, les inculcó una afición pensante y sensible por la fiesta de los toros y la tradición taurina de su país, que hoy algunas plumas famosas suponen que es lo mismo.

Con una lucidez y una memoria que reflejan la congruencia de su vida vivida, don Gaspar refiere: “A mí la afición me llega por la cercanía de mi casa a una plaza de toros construida toda de cantera rosa en 1844, que estaba entre las calles de Amado Nervo y Aquiles Serdán. Pero a la primera la rebautizaron como El callejón de las peluquerías, donde sólo se hablaba y leía de toros. El inmueble fue construido también para el ascenso de globos, pero tras una accidentada inauguración quedó exclusivamente como plaza de toros. Allí desfilaron las principales figuras de la época, y la primera corrida que presencié fue un mano a mano de Jesús Solórzano y Pepe Ortiz”.

“Pero ya antes otra escena me había deslumbrado. Una ocasión –tendría seis o siete años– vi descender del coche a Fermín Espinosa Armillita antes de la corrida. Aquel traje de oro resplandecía más con el Sol y yo creí que era la imagen de un santo. Al término del festejo lo volví a ver con el terno impecable, pero las zapatillas y las medias cubiertas de tierra y en la mano izquierda un rabo.

“En 1943, Morelia –continúa el doctor Chávez Hernández– se quedó sin plaza pero no sin afición, por lo que al Rancho del Charro le instalaron barreras y callejón. Allí llegó Antonio Velázquez, que con toros de Santa Marta armó gran alboroto y, obviamente, lo repitieron. Más que el dinero, que lo ganaban, era la entrega del público y el celo lo que estimulaba a estos toreros. Vi también a Garza, que le dio la alternativa a José Antonio El Chatito Mora, a Silverio, a Ricardo Torres y Gregorio García, auténtico ídolo en Portugal, entre otros.

“En esa misma plaza, un maletilla colombiano, Gonzalo Andrade, sufrió tremenda cornada en la femoral y murió en la Cruz Roja. Como siempre, fue la falta de criterio para dar falsas oportunidades a principiantes. La plaza monumental de Morelia fue levantada en sólo ocho meses, gracias a la afición del maderero Emilio Fernández y al ingeniero y arquitecto Jaime Sandoval. El 2 de marzo de 1952 la inauguraron Carlos Arruza, Rafael Rodríguez y Julio Aparicio, con toros de La Punta. En esa plaza mi señora, aficionada de toda la vida, siendo novios una tarde le arrojó a Antonio del Olivar un rebozo que yo le había regalado. Observé la escena desde el tendido de Sol, pues no habíamos ido juntos, y mi contrariedad fue doble.

“La fiesta brava no está enferma, está en coma. Lo ve usted en los tendidos semidesiertos que en otro tiempo estuvieron repletos. Lo atribuyo en parte a las figuras que en años recientes impidieron el paso a otros toreros y a otros toros. Ojalá disminuya el protagonismo y aumenten los estímulos, tanto a los toreros como al público. A finales de los años 40 y principios de los 50, de Morelia nos veníamos en camión el sábado, llegábamos en la mañana al DF, paseábamos, íbamos al futbol y luego a los toros.

“Todos mis hijos –concluye don Gabriel– son aficionados, aunque con diferente grado de paciencia. Daniel, el mayor, fue novillero y hoy es músico de flamenco; Lucía es poeta y escritora; Maricarmen es taurópata y socióloga; David, lingüista y percusionista, y Angélica Marbella, sicóloga, bailarina de flamenco e integrante del grupo La Forja, que formó con sus hermanos músicos.”