Opinión
Ver día anteriorViernes 29 de octubre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Obama, ¿el ocaso del héroe?
D

urante su campaña para obtener la candidatura de los demócratas a la presidencia de Estados Unidos, Barack Obama fue irónicamente criticado por una de sus principales cualidades: la oratoria; la facilidad de palabra del senador por Illinois se convirtió en uno de sus puntos débiles. Se dijo que detrás de la distinguida figura del candidato, de las bellas palabras, las frases elegantes y la voz impostada, no había sustancia. Se le acusó de ser un altoparlante que repetía con tono de estadista, y con voz modulada y convincente, lo que todos querían escuchar; lo que el país y el mundo necesitaban: alejarse de la pesadilla de George W. Bush, de su obsesión por las armas de destrucción masiva, y de sus guerras petroleras para intentar una nueva retórica de paz y seguridad. Era imprescindible mitigar los efectos de la peor crisis económica mundial.

Obama prometió terminar la guerra de Irak. Y aunque lo hizo más de un año después de la toma de posesión, cumplió su promesa. Pero antes de abandonar Irak, y fiel a su creencia de que el verdadero peligro para Estados Unidos residía en Afganistán, en las escarpadas montañas de Tora Bora (la cueva de Osama Bin Laden), se enfrascó de lleno en otro conflicto armado iniciado por Bush. Afganistán se convertiría entonces en la guerra de Barack Obama: ¡el flamante aunque inverosímil premio Nobel de la Paz!

En medio de la peor recesión mundial desde 1929, y agobiado por la caída del mercado residencial, y la cascada de quiebras de bancos e instituciones financieras, Obama declaró la guerra a Wall Street, el mercado donde se desató el fraude monumental de las hipotecas subprime; las hipotecas basura otorgadas a la ligera y destinadas a caer irremediablemente en cartera vencida tras haber sido vendidas al mayoreo en todos los mercados bursátiles.

Obama se lanzó contra los banqueros y regresó a los discursos heroicos, que cayeron en oídos sordos, porque los banqueros, que fueron rescatados con enormes sumas de los contribuyentes, regresaron poco tiempo después a la viciada práctica de repartirse bonos multimillonarios. Así comenzó a desdorarse la figura del primer presidente afroestadunidense, cuya oratoria fue incapaz de convencer a la codiciosa British Petroleum de que reparara de inmediato el daño ecológico causado en el golfo de México.

Sin embargo, mientras Obama luchaba a un tiempo contra la crisis económica, contra la banca y los generales que se resistían a abandonar Irak, la derecha recalcitrante había iniciado desde el primer día de su mandato una guerra a muerte para impedir su relección. Bill O’Reilly, Dick Morris –asesor de Felipe Calderón–, Karl Rove –principal estratega de Bush– y Sarah Palin, ahora convertida en comentarista política (los oráculos de Fox News), decidieron que Obama sería presidente un solo periodo. Los resultados de esa guerra se verán el próximo 2 de noviembre, cuando se celebren las elecciones legislativas. (Todos los pronósticos apuntan que los candidatos demócratas serán derrotados.)

Dicen que quien mucho abarca poco aprieta, y en el caso de Obama el presidente decidió a un tiempo terminar la crisis económica (aún no sucede), pelear contra los señores de Wall Street (que van ganando la partida), derrotar al talibán (tarea en la cual han fracasado las principales potencias), castigar a British Petroleum y lograr la aprobación de una ley de salud que le arrebató la popularidad y se quedó a mitad del camino. Todo eso ha hecho que el hombre que parecía invencible el día de su elección esté ahora sufriendo para ganar los próximos comicios legislativos. Necesita la victoria para cumplir su programa de gobierno y tener credibilidad en 2011 para lanzar su relección.

Es verdad que la derecha ha contribuido a socavar la popularidad de Obama de muchas maneras, pero nadie como quienes comienzan a insinuar sotto voce que Estados Unidos no estaba preparado para un líder afroestadunidense. Algunos más comienzan a repetir un trillado argumento que le hizo considerable daño en la campaña: la tesis de que su exitosa experiencia como líder comunitario en los barrios pobres de Chicago no lo preparó para asumir la presidencia de Estados Unidos. Ese argumento es especialmente convincente ahora, cuando la supremacía estadunidense está cuestionada por el surgimiento de China y de las potencias asiáticas. Todas las predicciones aseguran que el crecimiento económico sostenido en los próximos 10 años se dará en Asia.

Yes we can” (sí se puede), fue el estribillo que Obama repetía insistentemente en todos sus discursos, y el que eventualmente lo llevó a la Casa Blanca: ¡sí se pudo! Pero como hacer campaña y gobernar son dos cosas totalmente diferentes, el hombre que gobierna hoy un país dividido, agobiado por problemas económicos, con una nueva guerra tan impopular como la de Irak y con toda la derecha en contra, lucha por conservar la base del electorado demócrata. No quiere ser presidente de un solo periodo. Un Jimmy Carter que se convierta en estadista internacional tras su fracaso en la Casa Blanca. Es demasiado joven para retirarse a la vida privada.