Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 31 de octubre de 2010 Num: 817

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La pasión del reverendo Dimmesdale (la carta escarlata)
ROGER VILAR

Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

Escritura y melancolía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

La política económica
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

Leonard Brooks y un mural de Siqueiros
INGRID SUCKAER

Heinrich Böll y la justicia
RICARDO BADA

Relectura de un clown
RICARDO YÁÑEZ

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Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

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ROGELIO GUEDEA

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Heinrich Böll
y la justicia

Ricardo Bada

A un cuarto de siglo de la muerte de Heinrich Böll, inevitablemente recuerdo una exposición de hace algunos años aquí en Colonia, Alemania, en la sede de los Juzgados Regionales, dedicada al Premio Nobel de Literatura y a sus relaciones con la justicia. Precisemos –antes de seguir– que Heinrich Böll, a quien se deben obras maestras como Casa sin amo, Diario irlandés, La colección de silencios del Dr. Murke, Billar a las 9:30, Opiniones de un payaso y Retrato de grupo con señora, es un autor demasiado grande como para ignorarlo por razones fonéticas, que es lo que sucede en nuestro mundo hispánico. Donde se pasa por alto la diéresis que campea sobre la o de su apellido, y éste se pronuncia lisa y llanamente Boll, por la sencilla razón de que la fonética castellana no conoce el sonido equivalente al de la germana “ö”. Pero también es verdad que en Alemania, al nada aristocrático Gabriel García Márquez, se lo suele nombrar Marqués. Váyase lo uno por lo otro.

Pues bien: “Böll (o Boll) y la justicia” es un tema per se. No es extraño, y sí muy elogiable, que a alguien se le ocurriese la idea de hacer una exposición sobre él. Además se da la circunstancia de que don Enrique (como tuve el privilegio de llamarlo) era coloniense y vivió largos años a la vuelta de la esquina del imponente edificio donde se llevó a cabo esta muestra. Böll mismo lo describe en un texto localmente famoso: “Domina este barrio el gran palacio con una extensa fachada: atrae a muchos visitantes porque en él reside la gran dama de los ojos vendados. Sería injusto decir que la dama sea improductiva en su palacio, es completamente seguro que hay algo que se produce en sus dominios: polvo, ese polvo especial que se acumula sobre los legajos.”

Los responsables de la exposición que les cuento decidieron soplar ese polvo especial acumulado sobre varios legajos. Y gracias a ello nos pudimos enterar (“la vida te da sorpresas”, dijo Rubén Blades) de que el Premio Nobel de Literatura del ’72 fue reportero de juzgados en 1955, en el juicio seguido en Kaiserslautern contra un presunto uxoricida, el Dr. Müller. Así lo documentan las crónicas de Böll, los recortes de cuyas publicaciones originales, del 5 al 9 de diciembre de aquel año, amén de sus cuadernos con las notas manuscritas tomadas durante el proceso, se expusieron en una vitrina.

Y también gracias a ello volvimos a recordar, quienes ya lo conocíamos, pero nunca viene mal que nos refresquen la memoria, el papel que jugaron los informes periciales de Heinrich Böll en la exoneración judicial del gran poeta austríaco Erich Fried y del escritor alemán Günter Wallraff, especializado en reportajes intravenosos... por llamarlos de alguna manera: Wallraff acostumbra infiltrarse con una falsa personalidad en las fortalezas de las compañías de seguros, de los bancos, de los consorcios alemanes, para estudiar, descubrir y revelar al público sus métodos a veces muy emparentados con los de la mafia. (Entretanto, y partiendo del apellido de este escritor, en varios idiomas –entre ellos el sueco– existe ya el verbo “wallraffear”, consagratorio de ese método del periodismo investigativo). Ambos dictámenes solicitados a Böll por la justicia alemana, a fin de que estableciese desde un punto de vista lingüístico si en los textos del poeta y del reportero había material susceptible de ser relevado jurídicamente contra los autores, ambos, figuraban asimismo en aquella exposición.


Foto: Sven Simon/ Picture-Alliance

Como también figuraba la documentación sobre el juicio mantenido por Böll contra un comentarista de la TV alemana que lo acusó pérfidamente de ser un incitador al terrorismo de izquierda, la luego famosa banda Baader-Meinhof. Se trató del capítulo quizás más importante de la muestra, y aunque sólo fuese con base en esta “reconstrucción de los hechos”, es bueno y congruente que ella tuviera lugar nada menos que en la sede de los Juzgados Regionales.

Porque pocas veces ha habido en la historia de la literatura un autor más calumniado y perseguido que Heinrich Böll. Siendo ya Premio Nobel, y una persona íntegra e insospechable desde siempre, su casa y las de dos de sus hijos fueron una y otra vez blanco de la violación policíaca (no policial). Una violación a veces noticiada incluso antes de que hubiese tenido lugar, ¡pero como trámite ya sucedido!, por un diario amarillista, siempre el mismo, lo que no habla precisamente en favor de la imparcialidad de la policía frente al inculpado, en un Estado dizque de derecho; la prensa, cierta prensa, estaba ya informada de antemano.

Se me puede tachar de cínico por lo que voy a concluir ahora, pero en el fondo estoy contento de que así sucediera: ello nos deparó una obra maestra más de Böll, su narración titulada El honor perdido de Katharina Blum, donde desenmascaró de manera magistral el modus operandi (criminal) de semejante prensa. Y dicho sea de paso, sería bueno que la estatua de la diosa Justicia, en el palacio de los Juzgados Regionales de Colonia, ostentase de una vez para siempre el rostro de Katharina Blum, y que detrás de su proverbial venda nos mirasen invisibles los ojos “claros, serenos” de esa heroína de Heinrich Böll.

“Nosotros también fuimos Colonia”
(de una entrevista con Böll, el 16/XI/1982)

–Hace poco, en su última estadía en Alemania, Borges repitió por enésima vez que los latinoamericanos, en el fondo, son europeos de ultramar. ¿Qué piensa usted al respecto, cómo cree que ello –si es que fuera verdad– ha influido sobre la literatura de América Latina?

–Creo que en ella existen elementos europeos, digamos que impuestos –en el sentido de inserción forzosa– por la colonización, por la evangelización. Pero pienso que se ha desarrollado algo muy, muy propio, muy genuino, que no es europeo ni tampoco tiene que ver con problemas europeos. Mi impresión es que en ella se mezclan bastantes elementos, pero que la dominante es específicamente latinoamericana. Por cierto que los europeos también somos hijos de una colonización. Nosotros, los alemanes, lo somos de todos modos, y los de esta zona de la Renania de una manera muy especial. Somos el producto final de la colonización romana, que fue dolorosa pero que hizo que fuésemos lo que somos. En realidad somos colonizados, y el nombre de la ciudad en la que nos encontramos ahora es algo que lo dice expresamente: Colonia, fuimos una colonia. En ello no veo nada denigrante, y después de cuatro, cinco siglos de colonización de América Latina, no es la influencia europea un elemento perjudicial para lo específico latinoamericano de la literatura del continente. Sucedieron cosas que fueron terribles, dolorosas: la Conquista y, vinculada a ella, la cruel evangelización. Y sin embargo, también llegó forzosamente de Europa lo que con seguridad era digno de ser asimilado, de ser integrado.

–Sí, pero no sólo llegó aquello que era digno de ser –para emplear su misma expresión– “transportado”, también otros elementos muy negativos, por ejemplo el militarismo, el machismo, tan españoles, y ahora tan latinoamericanos.

–Sí, ya dije que no sólo veo cosas buenas en ello. La ridiculez, la absoluta ridiculez de la parafernalia militar es (diría yo) una España simiesca, ¿me comprende?, simiesca. ¡Cuando veo cómo discurren esos desfiles! ¡y esos uniformes!, como una función de marionetas..., eso también es europeo. Pero con el idioma europeo, con el español, llegó igualmente al otro lado el espíritu español en lo que no era negativo. Del mismo modo que nuestro idioma está lleno de palabras latinas, del mismo modo asimilamos también algunas cosas absurdas de los romanos. Por ejemplo la destrucción del derecho germánico, que comparado con el romano era mucho más democrático. Todas esas son cosas que las hemos incorporado a través de la colonización.

–En el volumen Mi libro de lecturas, usted dedica íntegramente el cuarto apartado a testimonios de la conquista del Perú, y al testimonio de la minera boliviana Domitila, así como a tres autores latinoamericanos contemporáneos: Eduardo Galeano, Ernesto Sábato y Gabriel García Márquez. Vamos a concentrarnos en este último nombre, siquiera sea porque usted le precede diez años en el Nobel, porque la editorial alemana de GGM es también la que publica su obra, y tercero porque si usted lo incluye en su libro de lecturas debe haber una razón de peso para ello. ¿Cuál es la opinión que le merece la obra de García Márquez?

–La considero un fenómeno excepcional. Excepcional por cuanto en ella coinciden plenamente lo que nosotros llamamos compromiso y lo que nosotros llamamos poesía. Esta diferenciación tan específicamente burguesa entre literatura comprometida y literatura dizque pura, diferenciación que a mí me parece esquizofrénica, es algo que no existe para nada en la obra de García Márquez. Esto es lo que la hace excepcional, y para mí es también excepcional en el seno de la literatura latinoamericana. En los casos de Sábato, de Vargas Llosa, a quienes tanto estimo como autores, se puede percibir aún esa separación, típicamente europea, entre literatura pura y literatura comprometida. En García Márquez está eliminada por completo, ambos elementos conforman una unidad, y en ese sentido configuran un mentís total a la separación en literatura de uno y otro tipo. Esto me parece excepcional en él, porque él es total en ambas direcciones: poesía y compromiso. Una figura sorprendente en la literatura.

–¿Qué lenguaje le resulta más atractivo, el conciso, lapidario, de El coronel no tiene quien le escriba, o el barroco de El otoño del patriarca?

–Para mí, El coronel no tiene quien le escriba es una obra maestra perfecta, pero eso tiene que ver con la extensión, esto es algo que puedo decirle como autor. Cuanto más extenso se vuelva usted, posiblemente podrá expresar más, podrá abarcar más –digámoslo así– de la historia, de los antecedentes, pero una narración escueta tiene más probabilidades de convertirse en una obra maestra. Por ejemplo, El viejo y el mar, de Hemingway, es literariamente superior, muy superior, a Por quien doblan las campanas. Léalas de nuevo y encontrará en ésta algunos pasajes pesados. Creo, que tiene que ver con la extensión.

–Y yo creo que no hace falta irnos tan lejos, a Estados Unidos, podemos quedarnos en Colonia...

¿Sí?

–Sí, El honor perdido de Katharina Blum también es una obra maestra.

No lo creo.

–Bueno, eso no pasa de ser nada más que la opinión de usted. ¿Por qué le parece que es tan difícil encontrar un sentimiento religioso en los autores latinoamericanos; por qué, cuando se enfrentan a la problemática religiosa, lo hacen casi siempre desde un planteamiento satírico?

–Me parece que, teniendo en cuenta la historia de América Latina, es algo inevitable. Quienquiera que se considere vinculado al continente, formando parte de él, no puede aceptar el papel desempeñado por la Iglesia hasta hace, digamos, unos diez años. Pero tengo la impresión de que lo religioso, quizás incluso lo católico, regresará purificado a nosotros algún día, desde América Latina, ese continente cruelmente evangelizado. Lo que veo, lo que oigo de los pocos sacerdotes y obispos verdaderamente comprometidos de América Latina, me da la impresión de que el cristianismo tal vez comience algún día. También aquí.

–Creo que sí. Y usted, ¿cree usted posible que se produzca alguna vez una influencia de la literatura latinoamericana en la europea?

–Sí, cuando se le conozca de veras acá, podría llegar a tener más influencia de la que ejerció sobre nosotros, después de 1945, la literatura estadunidense. Naturalmente estuvimos influidos por Hemingway, Faulkner y todos los grandes; Dos Passos también. Fue una suerte para nosotros, una especie de liberación de una literatura alemana cuyo carácter era bastante penoso. Y si la literatura latinoamericana es tomada en serio, como se merece, creo que puede llegar a tener esa eficacia liberadora.