Opinión
Ver día anteriorJueves 4 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ecos del Cervantino en la capital
S

olamente desde el punto de vista escénico puedo hablar, y poco, del controvertido montaje de la ópera Montezuma de Carl Heinrich Graun realizado por Claudio Valdés Kuri, ya que son nulos mis conocimientos musicales. Cabe recordar que ya con Moctezuma II, la guerra sucia Juliana Faessler nos había presentado 14 escenas de la ópera de Graun en las voces de Lorena Glinz, Karla Muñoz y Verónica Alexanderson con un deseo semejante al de Valdés Kuri de acercar el pasado al presente, aunque la versión completa de la ópera constituye, según parece, un hito entre nosotros en este arte. La escenificación del talentoso director tiene momentos de gran esplendor, como sería el de la notable Lourdes Ambriz como Eupaforice subiendo la escalera descoyuntada para confundirse con la Coyolxauhqui y en cambio tiene otros, sobre todo en el tercer acto, en que existe cierto abuso del gag a contrapelo de lo que se expresa, pero de cualquier manera hay que destacar que los cantantes, como actores y especialmente Flavio Oliver que encarna a Montezuma, tienen cualidades sobresalientes. Hay mucho más que decir y lo han hecho los especialistas.

Como ecos del Festival Internacional Cervantino, además de esta ópera y del grupo chileno Teatro en el blanco, al que ya me referí con anterioridad, los capitalinos pudimos disfrutar por tercera ocasión al Deutches Theater Berlin que anteriormente vino con Emilia Galeotti de Lessing y La Orestiada de Esquilo, ambas dirigidas por Michael Talheimer. Ahora es Andreas Kriegenburg el que dirige Ladrones de la dramaturga Dea Loher de quien teníamos como antecedente la escenificación de su durísimo texto Tatuaje, dirigida por David Olguín en 2005. La obra toma su nombre de un parlamento que dice uno de los personajes, Ira Davidoff: Cree usted que hay muchos de mi clase. Personas como yo, que viven como si no vivieran. Que andan por su propia vida, cautelosos y esquivos, como si nada de ella les perteneciera, como si no tuvieran derecho a permanecer en ella. Como si fuéramos ladrones. Seres anodinos y sin centro, muchos apellidados Tomason sin tener parentesco entre ellos, como para subrayar que son o pueden ser cualquiera.

En una escenografía, debida también a Kriegenburg, que reproduce un molino que al girar muestra diversos espacios –algunos vacíos, otros con unos cuantos muebles– se van dando escenas aisladas, a veces dentro de la modalidad de teatro narrado, a veces tradicionalmente dialogados. Vemos sucesivamente a Finn Tomason que ya no desea levantarse de la cama, a su hermana Linda que vio a un lobo y al padre de ellos, Erwin, que añora a su hijo. Vemos a Monika, vendedora de tienda a la que ofrecen un puesto en Holanda y a su marido Thomas Tomason, el policía a quien después encontraremos en hilarantes escenas con Ira Davidoff y con Gabi Nowotny que tiene por novio a Rainer Machatchesk. Veremos al señor y la señora Schmitt, que escuchan a alguien en su jardín y a Mira Halbe que no desea un hijo, aunque le gustaría conocer quién donó su esperma para que ella naciera, y a Josef Erbarmen, el padre del niño nonato de Mira.

Las historias se irán entrelazando poco a poco hasta dar un desolado fresco de vidas casi sin sentido en medio del ácido humor negro de la autora que es acentuado por el director en alguna escena de gran brutalidad realizada de manera festiva, aunque los tempos están graduados de manera que se alternan lo cómico y la melancolía, si no es que la profunda tristeza. Las actrices y los actores del extenso elenco (Jörg Pose, Judith Hofmann, Markwart Müller-Elmau, Daniel Hoevels, Barbara Heynen, Bernard Moss, Anita Iselin, Helmut Mooshammer, Olvia Gräser, Susanne Wolf, Peter Moltzen y Heidrun Perdelwitz) son excelentes y la dirección, aun en escenas sin palabras como la última aparición de Thomas Tomason aparece en sus contrastes completamente al servicio de un texto muy interesante en su construcción dramática y aun en su despiadada temática. Es, pues, una escenificación que a los que ignoramos alemán y nos atenemos a los letreros nos complace a pesar de la mala proyección de los mismos, pero que a los conocedores del idioma indigna en cuanto a lo que sostienen que es una pésima traducción a la que no se da crédito.