Opinión
Ver día anteriorLunes 8 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Obama en su enredo
C

uando Barack Obama ganó la elección presidencial levantó esperanzas en amplios sectores de la sociedad estadunidense y del mundo. Apenas dos años después es derrotado severamente en las elecciones intermedias: ¿qué pasó mientras? ¿Qué ocurrió con la sociedad que primero lo eligió y después lo defenestra?

Barack Obama fue elegido en condiciones excepcionales, después de que George Bush dejó su periodo presidencial con uno de los ratings más bajos en la historia para cualquier presidente de Estados Unidos: sus guerras fracasadas (sí, aplicó la pena de muerte a Saddam Hussein, pero jamás encontró las armas de destrucción masiva; con cualquier criterio fueron muy altas las cifras letales de uno y otro lado; violentó además las normas jurídicas de la administración de justicia y creó por el mundo varios campos de concentración ilegales, como Guantánamo; la tortura será una de las marcas más siniestras de su presidencia, así como las violaciones a la Carta de Naciones Unidas y a su propia Constitución).

En este clima de desastre no parecía imposible que un liberal estadunidense, incluso afroestadunidense, de indudable inteligencia y atractivo personal (un elegante orador) llegara a la presidencia (el más liberal de la historia, según ahora se dice). Las expectativas subieron al máximo y, por fin, parecería que tendría lugar en Estados Unidos esa transformación liberal que redujera a su mínima expresión a los grupúsculos cavernarios que son la matriz de las posiciones racistas y cuasifascistas de ese país. Es decir, la mayoría violenta e incivilizada que durante años apoyó a Bush pareció por un momento regresar a sus cuevas y dejar brillar en el panorama la real democracia en América que definió Alexis de Tocqueville.

Pero no fue así. Claro, para Barack Obama los problemas resultaron mayúsculos: no sólo retornar a la vigencia de la norma, sino enfrentarse a una de las crisis económicas más graves que ha vivido Estados Unidos y la humanidad. Respecto a esta última (crear empleos, el control de la economía de casino, el aliento a las finanzas, que resultó en un apoyo desmedido y unilateral a las grandes corporaciones y grupos financieros), Obama asumió las reglas más obvias del librito, que resultaron keynesianas y enfurecieron a buena parte de la población.

Gasto público y mayor influencia del Estado en la economía, en síntesis. He aquí entonces que los supuestos grupúsculos cavernícolas marginados salieron multiplicados y vociferantes de sus refugios diciendo que Barack Obama es un bolchevique al que hay que destazar, que es casi compañero de cama de Fidel Castro y que el bien del país consiste en triturarlo (escuché éstas y otras lindezas de estadunidenses ingenuos y civilizados). La extrema derecha levanta sus estandartes y con ideólogos como Sarah Palin y los líderes del Tea Party, más trogloditas aún que George Bush, se impone en las elecciones de la mitad del camino y nos muestra también el grado de descomposición al que han llegado algunos sectores estadunidenses, y tal vez el país entero.

En un programa de televisión escuché decir a Tony Garza, ex embajador estadunidense en México, que ganaran los demócratas o los republicanos, la izquierda o la derecha, el electorado estadunidense esperaba que su actuación fuera apenas de centro izquierda o de centro derecha, norma que no habría cumplido Barack Obama. Explicación relativa porque el rebase de George Bush del centro derecha hacia el fascismo, con entusiasmo popular, nos hizo pensar más de una vez que el sustrato más permanente y amplio de la sociedad estadunidense resulta profundamente conservador.

También se ha repetido que los estadunidenses necesitan un enemigo interno y externo: el externo fue durante décadas la Unión Soviética, y ahora Al Qaeda. El interno es el que se erige en disidente, en políticamente incorrecto, como Barack Obama, que resulta ahora un musulman-comunista disfrazado, que engañó a los ingenuos electores estadunidenses, dándoles gato por liebre.

No hay espacio para tratar algunas medidas y promesas a medias de Obama en política externa. Pero no es posible silenciar su fiasco latinoamericano: el golpe de Estado en Honduras, los cuasigolpes en Bolivia y Ecuador, su política anticubana como siempre, su proliferación de bases militares en América Latina, comenzando por Colombia y siguiendo en el Amazonas, en el Caribe, en distintas regiones del Cono Sur, y la movilización de la Cuarta Flota. Su cuartel general estratégico no ha bajado la mira y menos retirado las armas que apuntan a Latinoamérica. Y mucho menos cuando el área vive un tiempo de transformaciones importantes.

¿Quiere decir que Obama resultó un empedernido simulador y, en el fondo, un liberal de utilería, como hubiera dicho en su época el canciller Raúl Roa? Quiere decir sobre todo que un país como Estados Unidos está gobernado por la mafia más alta del dinero. Significa que la voluntad y las necesidades ciudadanas están postergadas ante las necesidades del dinero y su acumulación. Y significa que en Estados Unidos se vive la más escandalosa distorsión de la historia en cuanto a los principios democráticos: lo importante son los negocios y no el desarrollo y el bienestar humano, y menos la voluntad popular en la toma de decisiones. Obama cayó en las fauces del dragón y ahora resulta, al mismo tiempo, una de sus víctimas propiciatorias y uno de sus ejecutores más severos. ¿Y para México? Lejos de venir lo mejor.