Opinión
Ver día anteriorMiércoles 10 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Crisis de idiosincasia o sistémica?
A

finales de los años ochenta la economía estadunidense fue testigo de una crisis bancaria de grandes proporciones. Entre 1986 y 1991 más de 700 instituciones de ahorro y préstamos cayeron en la bancarrota. Para 1994 el rescate con recursos federales ya había rebasado los 120 mil millones de dólares.

En un famoso artículo de 1991 Hyman Minsky se preguntaba si se trataba de una crisis de idiosincrasia o de una crisis sistémica. Hoy su reflexión es de gran relevancia pues la recuperación depende de manera crucial del diagnóstico que se haga.

Para Minsky hay dos grandes visiones sobre el funcionamiento de una economía capitalista. La dominante es la llamada neoclásica y se deriva de la metáfora de la mano invisible: sin necesidad de un ente regulador, el mercado funciona convenientemente y asigna los recursos de una economía de manera eficiente. Una crisis sólo es posible cuando intervienen causas externas o estorbos al buen funcionamiento del mecanismo de mercado.

Pero para que esa visión deje de ser una simple creencia se necesita un modelo teórico que le proporcione sustento racional. El esfuerzo más desarrollado para cimentar esa visión es la teoría de equilibrio general (TEG). Minsky conocía bien el estado del debate sobre la TEG y sabía que las cuestiones de estabilidad y de unicidad del equilibrio no habían sido demostradas. Minsky también estaba al tanto de que la TEG, la teoría más desarrollada del mercado, no tiene cabida para la moneda. No vaya usted a creer que las cosas han mejorado mucho desde que Minsky escribiera esas líneas sobre el desastre en el que se encuentra la teoría económica.

Frente a esta visión Minsky opone una perspectiva que atribuye a John Maynard Keynes. De acuerdo con este enfoque, las crisis serían el resultado de un proceso en el que el endeudamiento llega a sobrepasar la capacidad de enfrentar las cargas financieras. Para llegar a la crisis, esa tendencia debe mantenerse durante un tiempo suficientemente prolongado, afectando un número grande de empresas hasta adquirir dimensiones sectoriales o incluso macroeconómicas. Y nada en el mecanismo de mercado permite corregir esta deficiencia o exceso de inversiones.

Esto es lo que Minsky denomina crisis sistémica. Es decir, el colapso es provocado por procesos intrínsecos, relacionados con la estructura de variables esenciales en el sistema económico cuya dinámica conduce a la inestabilidad y a la crisis.

Para Minsky, el mejor ejemplo de lo anterior constituye el paso de una situación de tranquilidad a una en la que domina la especulación y la inestabilidad. En su análisis la crisis se gestaba en la fase de tranquilidad (Minsky rechazaba la noción de equilibrio) porque la estructura de tasas de interés induce al apalancamiento y al endeudamiento excesivo. Las empresas invierten más porque sus expectativas optimistas se ven reforzadas por el frenesí colectivo. Aumenta el endeudamiento con instrumentos de corto plazo para cubrir posiciones de largo plazo. La fragilidad también se agrava y los márgenes de seguridad en el sistema bancario y financiero se van achicando cada vez más. La crisis sobreviene cuando aumentan las tasas de interés o cuando las expectativas se ven desmentidas por la realidad. Aumenta la cartera vencida y se desencadenan las quiebras, lo que provoca una caída en la demanda agregada. La crisis termina en una depresión.

En contraste, una crisis idiosincrática es provocada por elementos secundarios o circunstanciales. Puede tratarse de aspectos institucionales y de regulación, o relacionados con la irresponsabilidad de los despreciables personajes que intervienen en una crisis. Esos y otros elementos constituyen el principal componente idiosincrático. Son una dimensión contingente en la serie de circunstancias que rodean la crisis. No son indispensables y no sirven para explicar el mal desempeño de las variables que encarna la crisis. Y en la medida en que pueden explicar algo, su poder explicativo se agota en su función ideológica.

Hasta ahora el paquete de políticas aplicadas en Estados Unidos y Europa para enfrentar la crisis consiste en un ramillete de parches enfocados a la visión de que el colapso de 2008 es una crisis idiosincrática. Las tímidas reformas al sistema financiero van en esa dirección: hay que controlar la irresponsabilidad. Los cambios en la política fiscal son el regreso al dogma de la austeridad, como si la crisis hubiera sido provocada por el gasto excesivo. Y los cambios en política monetaria, incluyendo la inyección masiva de liquidez recientemente anunciada por la Reserva Federal, sólo sirven para apuntalar las reservas de los bancos, no para impulsar la economía.

Todos estos cambios responden a la idea de una crisis idiosincrática. Nada más alejado de la realidad. Lo menos que se puede decir es que la crisis es sistémica en el sentido de Minsky (y aún ese diagnóstico es limitado, pero eso es tema de otro artículo). El no reconocerlo conlleva un enorme costo.