Opinión
Ver día anteriorSábado 13 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Muestra

Submarino

H

umor negro de la Providencia. Con un arranque tan dramático y lírico como la primera secuencia del Anticristo, de su compatriota Lars von Trier, Submarino, la película más reciente de Thomas Vinterberg (Festen/La celebración; Dear Wendy) explora también el tema de la culpa y los innumerables tropiezos en el camino a una redención improbable.

Dos adolescentes atienden al hermano menor, un bebé de pocos meses, mientras la madre prolonga una juerga alcoholizada. Luego de alimentar al infante, los jóvenes lo olvidan para jugar desquiciados y saturarse de música de rock; poco después descubren al bebé muerto. Entre sus pequeñas ceremonias de guardianes mayores figura la de haberlo bautizado. Esta imagen final y esta tragedia doméstica los perseguirá en su vida adulta en una espiral de fatalidades que incluye la drogadicción, la violencia sexual y la cárcel.

A diferencia de su cinta más célebre, Festen/La celebración, donde la revelación en una cena del abuso sexual de un padre contra sus dos hijos provocaba una conmoción en una familia burguesa, lo que hoy presenta Vinterberg es un drama, cargado de tintas, sobre la disfunción familiar en un medio obrero de Copenhague.

Lo que relata medularmente es la obstinación de uno de los hermanos, Martín (Gustav Fischer Kjaerulff), desempleado y heroinómano, por cuidar a su pequeño hijo de seis años e impedir que las autoridades lo separen de él.

La caída brutal del personaje en el mundo de las drogas y su torpeza para manejarse él mismo como traficante, lo convierten en un ser menesteroso y patético, observado con pudor e inocencia por su propio hijo. De modo paralelo, el hermano mayor, Nick (Jakob Cedergren), a quien vemos salir de la cárcel, se abandona al alcoholismo y ejerce la brutalidad física contra casi todo mundo por cualquier motivo. Planteado así, parecería adentrarse el espectador en las turbiedades urbanas que presenta una cinta como Biutiful, de Alejandro González Iñárritu, con su carga excesiva de culpas, violencia y sus atisbos de ternura delirante. Sin embargo, nada más alejado que el filme de Vinterberg de aquel tremendismo vistoso que sólo admite la conmiseración como expresión moral definitiva.

La mirada del danés sobre el medio social que describe es aguda y perspicaz, pero donde brilla su talento es en la fina exploración de las emociones de los personajes, con una sobriedad y sutileza fuera del alcance del realizador de Babel y otros cataclismos sentimentales.

Basada en una novela homónima de Jonas T. Bengsson, Submarino combina la adversidad que se empecina sobre los dos hermanos que prolongan en su vida adulta la miseria moral compartida en la infancia, y la difícil redención de uno de ellos a través del cariño tan extremo como torpe que profesa por su hijo. Al lado de esto se articula una interesante descripción del mundo del narcotráfico en la ciudad nórdica, impersonal y laboriosamente pulcra, que registra uno de los índices de suicidios más altos en el mundo.

Vinterberg incursiona en un terreno difícil y los riesgos de caer en el melodrama tremendista son múltiples. Por fortuna, su buen oficio de director, la solvencia de sus actores, en particular los infantiles, y la sensibilidad con que trasciende el oscuro realismo urbano, confiere a la cinta una dimensión moral que mucho tiene de alegoría religiosa.