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Ver día anteriorDomingo 14 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Poncerías y antitaurinadas

J

avier Villán, crítico taurino del diario El Mundo, de Madrid, luego de ver al Divo de Chiva escribió: Enrique Ponce tiene un problema, taurinamente hablando, que pone la muleta donde tiene que ponerse él, en alusión al prudente manejo de las distancias y quietud del diestro valenciano con relación a los pitones. Eso en España, donde indiscutiblemente ha sabido mantenerse, a lo largo de dos décadas, en un sitio de figura ante toros con edad y toreros de competitividad.

Pero si Villán y el resto de los críticos serios de aquel país hubiera visto lo que esta-figura-de-época viene haciendo y deshaciendo en la Plaza México hace casi 20 años, se iba de espaldas o de plano se infartaba, no obstante que el reputado matador come o cena con mandatarios taurinos de closet que por extranjeras indicaciones han calificado a la fiesta de los toros como políticamente incorrecta.

No es que el maestro valenciano sea un aprovechado y un ventajista por naturaleza, sino que acá se encontró con un país hace años al margen de la legalidad, donde se relacionó con poderosas malas compañías que confundieron amistad y admiración con acatamiento y alcahuetería, al grado de que el romance entre Ponce y un público tan conocedor como ocasional en la plazota, a la postre es ficticio, por no decir taurinamente ilícito. A falta de hazañas, poncemanía onanista.

¿De dónde tamaña afirmación si el maestro, además de ser de los espadas españoles más queridos de la empresa y el público del coso de Insurgentes, es el torero que está tirando del carro y el que está haciendo fiesta (en plazas de América), según la sesgada apreciación del publicronista José Carlos Arévalo, quien de pasada acabó por reventar en México la revista 6 toros 6, propiedad del mexicano Carlos Peralta, gracias a su necedad de incluir apenas información y análisis de la manoseada fiesta en nuestro país?

Pues del hecho fomentado y reiterado de las incontables ventajas, abusos, informalidades y descarada falta de torería del valenciano en la Plaza México a lo largo de 18 años de venir a triunfar en fechas de inauguración o aniversario, de siempre exigir encierros anovillados y descastados, con alternantes a modo; de rechazar reses con edad o poner cara de sorprendido cuando por fin le protestan y el juez debe regresar bureles impresentables (como su segundo de la bueyada inaugural); o estando de espectador bajarse al callejón a saludar mientras un compañero torea o, en el colmo de la grosera complicidad con la empresa, cambiar y lidiar un toro no reseñado ni sorteado, a ciencia y paciencia del público, ganadero afectado, alternantes, empresa y autoridad, cuya sanción, que le impedía torear en la México los siguientes 12 meses, pudo burlar gracias a una abyecta orden superior. Eso, más la acomplejada zalamería de mexhincados y comunicadores variopintos.

Como cereza en tan empalagoso pastel de triunfos fáciles en la plaza de sus complacientes y perjudiciales amigos, estos tuvieron a bien adquirir otra mansada de San José para que en la corrida inaugural Ponce cortara de nuevo orejas y rabo, como si el arte de la lidia fuese acto circense y mecánico con el cual extasiar a la gente bonitonta y villamelona mediante faenas de relumbrón pero sin bravura, aunque con pasecitos genuflexos interpuestos. Con tanto cachondeo, ¿quién necesita antitaurinos?

Explicable entonces que el valenciano haya declarado días antes de la deslucida inauguración que venir a la Plaza México siempre ha sido una ilusión constante y hacer el paseíllo en esa plaza siempre me ha dado motivación. México y la México tienen un lugar muy especial en mi corazón. Es mi plaza preferida porque lo que siento en la México es único. Sobre todo por la comodidad brindada y el abuso sistemático de un alelado público, omitió decir.

Felizmente, al final del bochornoso desfile de novillones descastados de hace ocho días, saltó a la arena un toro de regalo del hierro de Santa María de Xalpa, cuyo trapío y bravura pusieron otra vez en evidencia tanta demagogia y ventajismo del maestro consentido y sus autorregulados amigos.