Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 14 de noviembre de 2010 Num: 819

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos estampas
AURA MARTÍNEZ

Dos poemas
YANNIS DALAS

Alí Chumacero, lector y poeta
JOSÉ ÁNGEL LEYVA entrevista con ALÍ CHUMACERO

La herencia del poeta
NEFTALÍ CORIA

En contadas palabras, Alí
RICARDO YÁÑEZ

El guía de los escritores noveles
RICARDO VENEGAS

Dilma y las manos de Danielson
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

La otra escena
MIGUEL ÁNGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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LA CERCANÍA SORPRENDENTE

RICARDO GUZMÁN WOLFFER


El reino de este mundo,
Alejo Carpentier,
Edit. Lectorum,
México. 2010.

En edición conmemorativa de los primeros sesenta años de haberse publicado El reino de este mundo, la lectura de Carpentier muestra que la fuerza de su prosa sigue vigente. Con este texto, Carpentier introduce el concepto de “lo real maravilloso” para referirse a aquello que no deja de sorprender en América. Más que una fantasía, como después establecería García Márquez con la saga de los Buendía, este concepto se ubica en nombrar lo que se establece como nuevo para los lectores de esta nueva América que el escritor cubano piensa que debe mostrar.

La historia de El reino... gira sobre la independencia en Haití, pero esta trama, que apenas resulta cercana, se vuelve una fuente de prodigios literarios ante la mirada de Carpentier, quien logra evidenciar que ante los ojos del que sabe ver toda acción humana puede ser sorprendente y épica. Los personajes centrales no son sólo Ti Noel con su negritud entre bárbara e inocente, y Mackandal con sus deseos separatistas del mundo blanco y de lo humano en general; ante el paisaje geográfico que define el interior, la selva se vuelve espejo de las aspiraciones colectivas de liberación. En el ánimo por establecer a América como fuente de maravillas, el discurso narrativo pasa por comparar a los peleles reyes europeos, apenas capaces de tener un hijo al que apodan delfín, “un pez tan inofensivo y frívolo”, o de cazar ayudados por sus lacayos, con los poderosos reyes negros de África y de otras latitudes, casi deidades en su fuerza reproductiva y guerrera. Ante la primicia de la raza, no sorprende que aparezca una bruja que influye en el envenenamiento de blancos y de animales que sirve de primer paso para la liberación de los negros mediante el miedo que cunde más rápido que los muertos. En escenas que recuerdan los cuadros europeos donde la peste campeaba entre arbustos de cadáveres, Mackandal y sus seguidores gozan viendo a los blancos opresores caer en el miedo. Hasta que éstos descubren la fuente del poder aparentemente mágico y cazan al rebelde. Como sucede en las gestas sociales, la leyenda puede más que las acciones: Mackandal se vuelve la selva misma y los negros lo ven en cada transformación animal y vegetal: se ha encarnado el anhelo y disfrutan con su paso por el recuerdo y la esperanza. La violencia incubada en generaciones reprimidas brota con fuerza, magnificada por esa mirada literaria, que tanto coloca la realidad “objetiva” en su lugar histórico como recrea lo grandioso del cambio, a pesar de los caminos salvajes que pueda tomar.

Leer a Carpentier muestra los pasos de esa literatura que no sólo no decae, sino que avanza en sus alcances, y que no debe perderse para las actuales generaciones de lectores.

Según el diario español El país, el reciente Nobel literario Mario Vargas Llosa trabajaba sobre El reino... cuando recibió la noticia del premio. Para muchos esto será significativo del poder de la obra de Carpentier y de ese mundo que nos dejó para regodearnos.


FARABEUF CUMPLE CUARENTA Y CINCO AÑOS

RAÚL OLVERA MIJARES


Farabeuf,
Salvador Elizondo,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2009.

En la producción narrativa de Salvador Elizondo (1932-2006) es posible destacar dos intentos fundamentales de novela, Farabeuf o la crónica de un instante, acometida a los treinta y tres años, y El hipogeo secreto. A partir de la edición de Alfaguara de 1999, la primera de ellas perderá el subtítulo, si bien conservará un par de emblemáticas erratas en voces extranjeras, como aves por avec; inter vagina por inter vaginam; ad copula por ad copulam; sub sigillum por sub sigillo; dum juvenis sumus por dum juvenes sumus. El subtítulo era en verdad iluminador, una clara referencia joyceana al Ulises, que es la crónica de un día, y a El despertar de Finnegan, que es la crónica de una hora. El proyecto se vuelve aún más ambicioso, ni siquiera es minuto o segundo, sino un instante, es decir, nada y todo, el inapresable momento presente. Deudor de una tradición más de cuño francés que otra cosa, no sólo por la novela pura de Flaubert o los ideales de Paul Valéry, sino por el influjo de autores como Alain Robbe-Grillet, Michel Butor y Nathalie Sarraute.

Varias historias se entrelazan en la narración, ocurridas en tiempos cronológicos y emplazamientos geográficos contrastantes. Fundamentalmente se trata del médico y cirujano francés, Louis Hubert Farabeuf (1841–1910) y su Enfermera, y dos personajes más, uno masculino y otro femenino, que se erigen en narrador y narratario de manera ambigua e intermitente. Se da un juego de espejos y prismas en estos cuatro personajes, cuasi evocaciones metaforizadas de Salvador Elizondo y Michèle Alban, su primera mujer que luego lo sería de su amigo y casi hermano de leche Juan García Ponce. Entre uno y otro autor existe una base común de inclinaciones sensuales y tendencias literarias. De Sade y Bataille son dos referencias en ese Eros y Tánatos de la novela, el amor físico y la sangre, las perversiones casi profesionales del maduro doctor.

Cada lector debe hacerse su propia historia. Ese es precisamente el objeto del laberinto que representa la novela. Salvador Elizondo, profundo admirador de las artes plásticas y sobre todo del cine, tuvo buen cuidado de tejer con el mejor lenguaje, un español que sería perentorio calificar de clásico, pero cuyas premisas se han vuelto la plataforma de lanzamiento para los actuales e innovadores narradores de hoy, cuyas obras presentan igualmente grandes yuxtaposiciones de elementos antagónicos, síntesis no digeridas, propuestas abiertas que apelan a la coautoría del lector. La tentativa experimental, que en 1965 publicara la editorial Joaquín Mortiz, ha adquirido con el paso de los años el carácter de un texto de veneración y lectura obligada para todos aquellos que quieran hacerse una idea acerca de las posibilidades actuales de la escritura. Laberinto per se, crucigrama abigarrado y lúbrico, hexagrama del I Ching, juego de retratos y espejos, rayano en momentos en lo pictórico y cinematográfico, Farabeuf, a sus cuarenta y cinco años, continúa siendo un texto imprescindible en la narrativa de lengua española.


DE VIEJAS INTOLERANCIAS

ADRIANA CORTÉS


Los cuarenta y uno: novela crítico-social,
Eduardo A. Castrejón (seudónimo),
estudio crítico de Robert McKee Irwin; prólogo de Carlos Monsiváis,
Dirección de Literatura, UNAM,
México, 2010.

El 19 de noviembre de 1901, El Diario del Hogar registra un hecho: la interrupción de una fiesta clandestina de sólo hombres, por la policía de Ciudad de México, la madrugada del 17 de noviembre en la cuarta calle de la Paz. Veintidós asistentes portaban ropa masculina y diecinueve prendas femeninas: “Hombres vestidos con corpiños y enaguas –puntualiza el diario–, y pintados con colores y algunos hasta con aretes sobrepuestos.” El Popular describe su atuendo con lujo de detalle: “Vestían trajes elegantísimos de señora, llevaban pelucas, pechos postizos, aretes” y en la cara tenían pintados “grandes ojeras y chapas de color”. El rumor que ha perdurado es que la presencia del cuadragésimo segundo hombre, Ignacio de la Torre, yerno del presidente Porfirio Díaz, tuvo que borrarse. Los cuarenta y uno, hombres de familias “ilustradas”, fueron llevados a la delegación donde se les acusó de ofender a las buenas costumbres. ¿El castigo? Barrer las calles de la ciudad y su deportación a Yucatán como trabajadores de rancho para el Ejército Nacional en su lucha contra los insurgentes mayas. El suceso, objeto de burlas y críticas encomiadas, no tardó en volverse novela. En 1906, Eduardo A. Castrejón (seudónimo del autor), publicó Los cuarenta y uno: novela crítico-social que durante años permaneció en el olvido. Después de ciento cuatro años, la Dirección de Literatura de la UNAM publica la primera edición completa de la novela. Tras su primera aparición en 1906, se publicó una edición trunca en Estados Unidos (2003). En el estudio introductorio de la edición actual, Robert McKee Irwin refiere: “Lo interesante del escándalo de los 41, el que marca entonces la primera representación importante de la homosexualidad masculina en el imaginario nacional mexicano, es que se acepta inmediatamente, aunque sea con desdén.” Si bien Castrejón es, a decir de Carlos Monsiváis en el prólogo, “un moralista sin talento literario”, funge como escaparate de una sexualidad invisible hasta entonces: antes del Baile de los cuarenta y uno, según Monsiváis, “sólo hay chistes salvajes, o menciones espantadas de los ‘invertidos’, especie que no alcanza registro en los (muy desinformados) libros de psicología”. Después de 1901, “le corresponde a la Gran Redada quebrantar el silencio del tradicionalismo”, concluye el escritor.

Con la complicidad inquisidora de la sociedad del porfiriato, los cuarenta y uno son ridiculizados por Castrejón: uno de ellos parecía “un clown de circo de barrio”; otro asemejaba una “hembra gorila, bulliciosa y dislocante”. El autor hace una crítica devastadora de la fiesta: “El corazón degenerado de aquellos jóvenes aristócratas prostituidos palpitaba en aquel inmenso bacanal.” Asimismo, narra cómo las novias de dos de esos “seres degradados” deciden abandonarlos y temen ser objeto de las burlas de la sociedad. Estela “maldecía las fórmulas de la sociedad hipócrita” a la que Ricardo (llamado Judith por el autor), su novio, pertenecía. Decepcionada, se enamora de un mecánico “honrado, sin vicios, pobre”. Castrejón muestra así la doble moral de la sociedad del porfiriato donde los gays, según Monsiváis, “anhelan el equilibrio entre la hipocresía (que es sobrevivencia) y el apetito sexual que al desatarse hace añicos las imposiciones de la Decencia”.

La portada del libro reproduce un grabado de José Guadalupe Posada con la escena de los cuarenta y uno barriendo las calles. Muy poco después del Baile de los cuarenta y uno aparece una hoja volante del taller de Arsacio Vanegas Arroyo donde vienen “unos versitos pésimos –escribe Monsiváis– que describen el ‘aquelarre’”. Cito algunos de ellos: “Cuarenta y un lagartijos/ disfrazados la mitad/ de simpáticas muchachas/ bailaban como el que más.” El grabado de Posada y la novela de Castrejón fijan el acontecimiento en la memoria colectiva. Los cuarenta y uno marcan la señal “de la existencia de la tribu”, primera visibilidad que “es definitiva”. Lo dijo Carlos Monsiváis después de un siglo de publicada por primera vez Los cuarenta y uno: novela crítico-social; ahora que esa visibilidad es cada vez más evidente, tanto en los espacios públicos como en los privados.



La multitud errante,
Laura Restrepo,
Alfaguara,
México, 2010.

Imposible saber cuántos otros ejemplares de esta edición padecen el imperdonable defecto de ofrecer en blanco total las páginas 34-35, 38-39, 42-43, 46-47, 50-51, 54-55, 58-59 y 62-63, equivalentes a más del diez por ciento del total de los 109 folios que la componen. Flaco favor se le hace a la autora; más flaco aún para el lector, que puede recurrir a la búsqueda de la edición original de esta breve y buena novela, publicada por primera vez en 2001.