Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 14 de noviembre de 2010 Num: 819

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos estampas
AURA MARTÍNEZ

Dos poemas
YANNIS DALAS

Alí Chumacero, lector y poeta
JOSÉ ÁNGEL LEYVA entrevista con ALÍ CHUMACERO

La herencia del poeta
NEFTALÍ CORIA

En contadas palabras, Alí
RICARDO YÁÑEZ

El guía de los escritores noveles
RICARDO VENEGAS

Dilma y las manos de Danielson
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

La otra escena
MIGUEL ÁNGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Rogelio Guedea
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El origen de la violencia

Cuando era secretario actuario del Tribunal de Justicia me tocó embargarle a un hombre la maquinita con la que hacía obleas, una mañana de junio. El hombre vivía en los límites de La Estancia, en una casa que apenas era un cuarto de lámina de asbesto, el suelo de tierra y las paredes agujereadas. El hombre nos vio llegar, al abogado que llevaba el caso y a mí, y siguió con lo suyo, como si ya supiera justamente a lo que íbamos. Le hice saber el motivo de la demanda y le pedí que señalara bienes para el embargo. El hombre dijo que lo único que tenía era esta maquinita con la que estoy haciendo obleas, señores, y que era el solo instrumento que tenía para vivir. Miré al abogado y, antes de decir cualquier cosa, el abogado se adelantó diciendo que nos lo teníamos que llevar. Entonces el hombre sacó la oblea que hacía, metió en una bolsa negra la maquinita y me la extendió. Yo levanté el acta correspondiente y al cabo de un par de minutos regresamos por donde habíamos venido. Hoy, después de casi quince años del hecho, me sigue desmembrando los huesos. La diligencia fue algo legal, es cierto, pero jamás justa, como casi todo en mi país. Todavía hoy creo que debí haber pagado con los cinco pesos de salario que tenía los tres pesos que debía ese hombre, cuyos ojos me siguen todavía por la espalda, a donde voy. Los siento ahora mismo que escribo estas palabras.