Opinión
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La gran niebla de 1952
E

n unos cuantos días, entre el 5 y el 9 de diciembre de 1952, ocurrió una de las mayores catástrofes ambientales del siglo pasado. Una densa niebla cubrió la ciudad de Londres en Inglaterra. Pero no se trataba de la tradicional neblina a la que se referían con romanticismo y orgullo Charles Dickens o Claude Monet, sino de una espesa capa de humo que cobró la vida inicialmente a más de 4 mil personas, y luego a un número indeterminado que se estima en no menos de 13 mil.

Las informaciones de esa época, describen lo que se vivió en esos días. No hubo alarma o pánico entre la población, pues la niebla es un fenómeno habitual en esa ciudad. Pero esta vez se trataba de algo diferente. Durante el día, la visibilidad en las calles se redujo a unos cuantos metros y por la noche era prácticamente nula. El transporte estaba desquiciado o suspendido. Los automóviles se encontraban abandonados en las calles y las ambulancias que trasladaban a las víctimas avanzaban penosamente por las avenidas. Las clases en la mayor parte de las escuelas fueron suspendidas. Los conciertos y espectáculos fueron cancelados. El humo invadía el interior de los edificios y era difícil transitar incluso por los pasillos de los hospitales. Las crónicas de la época y los testimonios recogidos señalan que la persistencia con la que se veían los ataúdes y arreglos florales circulando por las calles, indicaban la frecuencia con la que se sucedían las víctimas fatales.

La catástrofe se debió a la combinación de varios factores. Por un lado, la presencia de un frente frío con intensidad mayor a la de años anteriores, así como una actividad anticiclónica, en la cual el aire desciende al suelo desde las capas altas de la atmósfera. Por otra parte, la actividad humana, que en la mayor parte de las fábricas empleaba como fuente de energía la combustión de carbón. Las bajas temperaturas, obligaban a la población al uso intensivo de la calefacción, cuya materia prima era también el carbón. Esto produjo lo que conocemos ahora como inversión térmica, en la que el aire caliente queda atrapado por una capa fría en la parte superior de la atmósfera.

Se ha documentado por diversas fuentes que durante cada día de ese episodio se liberaron a la atmósfera mil toneladas de partículas de humo, 2 mil toneladas de dióxido de carbón, 140 toneladas de ácido clorhídrico y 14 toneladas de compuestos de fluorina. Adicionalmente, 370 toneladas de dióxido de sulfuro, que al combinarse con oxígeno y agua se convierten en varias toneladas de ácido sulfúrico. En otras palabras, lo que se respiraba en Londres en esos días era veneno puro.

El número preciso de muertes ocurridas durante la Gran Niebla de 1952 (Great Fog o Great Smog) es muy difícil de establecer y ha sido motivo de controversia. En un trabajo publicado en 2004, Michelle L. Bell y sus colaboradores, señalan que la mortalidad no retornó a sus niveles normales aun varios meses después del suceso. Un reporte del Ministerio de Salud del Reino Unido, publicado en 1954, propuso como hipótesis que una epidemia de influenza añadida fue la responsable de la elevada mortalidad en los meses que siguieron al episodio.

Sin embargo, en el trabajo de Bell publicado en la revista Environmental Health Perspectives, se señala que las estimaciones sobre muertes por la gripe realizadas mediante múltiples aproximaciones metodológicas, contradicen la hipótesis de la influenza e indican que más personas de las que originalmente se pensaba, fallecieron en los meses subsecuentes por la polución del aire. El número de decesos en la semana de la Gran Niebla fue de 4 mil 500 (adicionales a las ocurridas en el mismo periodo del año anterior). La tasa de mortalidad fue 80 por ciento mayor para diciembre de 1952 respecto del mismo mes del año previo; y fue también mayor 50 y 40 por ciento en enero y febrero de 1953, respectivamente. Otros efectos difíciles de cuantificar, son las secuelas en la frecuencia de enfermedades respiratorias y cardiovasculares, y de otras incluso más raras, como la intususcepción en niños, asociada a causas virales y que han sido reportadas por autoridades médicas como J. Black, responsable de admisión en el Hospital for Sick Children, de Londres, durante el suceso y en los meses siguientes. En suma, una catástrofe sanitaria.

La Gran Niebla tuvo efectos muy importantes para la ciencia, la percepción pública sobre la contaminación del aire y en las regulaciones gubernamentales. En Londres se establecieron leyes para abatir y eliminar la combustión de carbón como fuente principal de energía. Pero la lección que nos deja es muy clara: la utilización de tecnologías obsoletas es un riesgo permanente para el medio ambiente y la salud humana.

En diciembre, al cumplirse 58 años de la Gran Niebla, se realizará en Cancún la Cumbre Mundial Sobre Cambio Climático. Ya no se emplea el carbón, pero si otras fuentes de energía que hoy resultan obsoletas, y que han convertido al planeta en un territorio de alto riego, no sólo para la salud humana sino para la supervivencia de todas las especies… Una versión ampliada de la tragedia londinense.