Opinión
Ver día anteriorSábado 20 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Infancia y Sociedad
M

al nacido, mal parido, que tiene poca madre, son formas populares de identificar a quienes carecen de ética, son insensibles al dolor de los otros y que, además, experimentan cierto goce ante la violencia y el crimen. Esas expresiones son por demás acertadas y precisas, ya que los patrones de crianza infantil determinan, en gran medida, la personalidad de adultos agresivos y autoritarios, como los dictadores y los sicópatas.

Es una lástima que cierta modernidad haya dejado fuera del interés científico y, por tanto, sin financiamiento, estudios antropológicos como los que le dieron fama a Margaret Mead, pues falta mucho por averiguar acerca de cómo educar para la salud mental y cuáles son realmente las condiciones indispensables para el desarrollo humano.

En el estudio de culturas vírgenes, en Nueva Guinea, Mead encontró que existe una relación directa entre el amor a la vida y las primeras experiencias orales. Así, por ejemplo, entre los Arapesh, que se empeñan en proporcionar a los niños una primera infancia feliz y que los alimentan generosamente, cómo y cuando lo deseen (lo que nosotros llamamos de pecho disponible), el suicidio es desconocido. En cambio, entre los habitantes de las islas Marquesas, cuyas mujeres alimentan a sus niños con un mínimo de tiempo y sin mostrarles mayor afecto, el suicidio es muy frecuente.

En el caso de los Mundugumor, la antropóloga americana encontró que las mujeres amamantaban a sus hijos, pero con tanto rechazo y frialdad que, ya de adultos, ellos a su vez rechazaban a los niños. En su vida de adultos, para los Mundugumor hacer el amor es llevado como el primer round de una pelea, y morder y rasguñar son parte del placer previo. Cuando capturan a un enemigo, lo devoran y se ríen al contarlo. Un Mundugumor puede enojarse tanto que su propia furia se vuelva contra él y se vaya a la deriva, en su canoa, río abajo, para ser comido por la tribu más próxima. Esta es su forma más común de suicidio.

Por algo se ha dicho que el pecho materno es un arma de paz: hay que promover una lactancia sin prisas y llena de ternura; entender que las leches industriales podrán sustituir la leche de la madre, pero nunca la experiencia del tibio pecho materno, porque éste asegura un pleno desarrollo afectivo y, quizá, pueda salvar a las sociedades de dictadores y gobernantes insensibles, de esos que disfrutan más con la violencia que con la cultura y la belleza: seres que no pueden amar la vida, ya que en el inicio de su existencia han sido simplemente niños malqueridos.