Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de noviembre de 2010 Num: 820

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Claros de luna

Por razones inherentes a alguna limitación personal, nunca entendí el título de la Sonata para piano 14, en do sostenido menor, Quasi una fantasia, op. 27, número 2, mejor conocida como Claro de luna, de Beethoven. Lo de “casi fantasía” me quedaba esclarecido, lo mismo que la secuencia de extraños numerales: sonata 14, obra 27 del autor, pero la segunda compuesta dentro de ese opus 27… ¿Qué era el “claro de luna”? Durante mi lejana infancia ignoraba que Ludwig Rellstab, “musicólogo” alemán, había tenido la (im)prudencia de bautizar obras de Beethoven y Schubert con ocurrencias que pasaron a la posteridad: el “claro de luna” beethoveniano, el “canto del cisne” schubertiano… Títulos que los autores nunca imaginaron para sus respectivas producciones personales.

Puesto a rastrear en mi competencia lingüística durante esos remotos años en que conocí la sonata beethoveniana, entendía que si un “claro del bosque” era un lugar donde raleaba o disminuía la cantidad de árboles (un descampado), ¿un “claro de luna” sería el lugar donde se atenuaba la luz de la Luna, mero reflejo de la del Sol? ¿O se trataría de un claro del bosque iluminado por la Luna (lo cual era fruto de una imaginación romantizada, llena de frondas nocturnales)? Al cabo de los años descubrí con perplejidad que, en astronomía, “un claro es la luz que un astro refleja sobre algún satélite o planeta, lo cual disipa las tinieblas de la noche en estos últimos: el claro de luna es la iluminación nocturna de la Tierra por la luz solar reflejada en la Luna”. Por tanto, la conclusión es que cualquier noche de plenilunio –en la ciudad, en el mar o en el bosque– puede llamarse “claro de luna”.

¿Por qué Debussy bautizó como Claire de lune a uno de sus momentos más recordados de la Suite Bergamasque (para decirlo en español: Suite de máscaras de Bérgamo)? ¿Era un choteo a Beethoven –de quien, alguna vez, Debussy dijo que “hablar bien de él era un lugar común, pero también lo era hablar mal de él”– o una conciencia de que el “claro” astronómico es el reflejo de la luz solar etcétera? ¿Por qué, en inglés, claire de lune se traduce, sencillamente, como Moonlight, es decir, “luz de luna”? ¿Dónde quedó el “claro”, reducido o ampliado a “luz”?

El título de la Sonata 14 no fue resultado de la voluntad de su autor y el del movimiento correspondiente de la Suite Bergamasque, sí. Ambas músicas comparten una suerte de ímpetu nostálgico, contemplativo, parsimonioso, así como una extraña belleza; ambas son obras para piano solo. Sin embargo, como con muchas piezas musicales, ocurre que el “título” verbal no aclara ni declara lo insondable de la sustancia sonora. Y, al revés, la materia de los sonidos –la red del pentagrama, la cama de sonidos– tampoco esclarece el asunto “nominalista”. Sin saber nada acerca de esa música, ¿cualquiera podría deducir del primer movimiento de la sonata de Beethoven y del tercer movimiento de la suite de Debussy que nos enfrentamos a una lectura artística del “claro” astronómico, de la “luz lunar” reflejada sobre la Tierra? Debe admitirse que, por lo menos en el caso de Rellstab, la música de su tocayo le sugirió la imagen de un plenilunio, pero también debe aceptarse que la capacidad de sugerencia de la música supera la producción de una imagen momentánea.

En este punto, el lector y el auditor se enfrentan a los límites y posibilidades de las artes del tiempo y el espacio: la literatura dice y la música sugiere. En un propósito estético más amplio, la literatura desdice y la música impone. Rigurosamente hablando, ambas son formas del tiempo (leer un poema, un cuento o una novela exige darle paso a los signos durante una sucesión de instantes, no se diga la audición de cualquier obra musical) y del espacio (¿no se inunda un lugar con la sonoridad de la música?, ¿no es un objeto en el espacio una hoja de papel o un libro?); y ambas se atraen mucho y se rechazan un poco. Si el título de una obra pretende decir o traducir lo que expresa un texto musical, debería respetarse la intención original del autor: dejarla bautizada o sólo descrita “técnicamente”: sonata número tal, pues la intervención de una “traductora mano negra” tiende a afectar el imaginario de los demás auditores.

Entre las músicas del ilustrado alemán y el impresionista francés, lo que me queda es un azoro que me lleva al mundo infantil donde títulos, erudiciones y divagaciones son innecesarios, pues ahí se produce un gusto instintivo: “me gusta”, “no me gusta”.  Al final, puedo decir con más sencillez: “me gustan los dos claros de luna”