Opinión
Ver día anteriorMiércoles 24 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Condón habemus
Y

la Iglesia se mueve. El uso del condón, dice el Papa, se justifica en algunos casos. Y aunque debería ser en todos, la declaración de Benedicto XVI muestra por qué la Iglesia católica ha sobrevivido como pocos estados.

El Vaticano, ese Estado más allá de cualquier Estado, es el más antiguo del mundo y el más terrible en muchos casos. Piénsese en la Inquisición, en los siglos que tardó para reconocerles alma a los indios, algunos derechos a las mujeres, en su acercamiento al nazismo, en callar ante el holocausto y más recientemente por haber protegido en sus atrios y lugares santos a personajes tan del submundo como Marcial Maciel, más cercano a la imaginería medieval del infierno que a las cortes de santos que según esa Iglesia existen.

¿Los jerarcas de esa Iglesia terminarán diciendo en cien años que no existieron santos ni vírgenes ni un oscuro infierno a pesar de sus llamas, y recomendarán el uso del condón como ahora recomiendan la lectura de la Biblia que condenaron en la época de Lutero? Por lo pronto ya abjuraron del limbo.

La lucha contra el uso del condón ha sido una bandera de partidos como el PAN, en cuyas filas, al parecer, son más papistas que el Papa (¿eso será producto del analfabetismo funcional?) ¿Qué harán ahora sin esa bandera inamovible? ¿Cuál será el eslogan de sus próximas campañas? ¿Seguirá siendo di sí a la vida sin aclarar que se refieren a aquella más allá de la muerte?

Para Benedicto XVI Marcial Maciel fue un falso profeta. ¿Existirán otros más dados a la fiesta que al ayuno, a la simonía que a la humildad, a la carne que a la meditación teológica? ¿Los conocerá Onésimo Cepeda? ¿El cardenal Rivera? Lo pregunto porque el Papa dijo que el caso de Maciel lo conocían desde hace tiempo.

Bien hizo Juárez en separar la Iglesia del Estado. Bien harían los partidos en separar de sus plataformas políticas los credos de la Iglesia. Eso no significa que los políticos renuncien a sus creencias. Equívocas para unos o certeras para otros, todos tenemos, al fin y al cabo, derecho a equivocarnos. Pero no con cargo a los recursos públicos, como hace una vez y otra el gobernador de Jalisco, que ahora pretende curar con terapias a los gays de una enfermedad que no existe porque cada quien tiene la preferencia sexual que le apetece.

Hay asuntos de salud pública, como el uso del condón y el derecho a la maternidad voluntaria, que es un crimen criminalizar. Y peor aún con recursos públicos. Con recursos que aportan judíos, budistas, protestantes, musulmanes e incluso ateos, los sin dios que han resultado ser muchas veces más tolerantes, como pedía el Cristo, con sus semejantes.

Es cierto que la lucha contra el sida no se ganará sólo con el uso del condón, pero también es cierto que se perderá irremediablemente y a costos sociales y económicos altísimos, como ya los vislumbró el pontífice de Roma.

Justificar el uso del condón en algunos casos es una medida insuficiente pero, en efecto, un primer paso de responsabilidad. De responsabilidad del individuo frente al otro y de una Iglesia que tarda siglos en reconocer sus yerros.

¿Por qué no las buenas conciencias se ponen a hacer buen pan y no inflan con la levadura del odio a quienes promueven el uso del condón y la maternidad voluntaria?

¿No será hora de que los católicos con recursos vuelvan a los orígenes de sus mandamientos y que resumió el Cristo al que dicen seguir en uno? ¿Que amen al prójimo como a sí mismos, sin asquito ni rabia o sin la altanería que da el poder político y el dinero?

Una de esas buenas conciencias desapareció un noticiario, otra bloqueó la publicidad de algunos diarios para tratar de desaparecerlos, otra más intentó censurar a una de las mejores revistas hispanoamericanas, Vuelta, sin éxito.

Es tiempo de que el zapatero vuelva a sus zapatos y el panadero a sus panes. Que hagan buenos cortes y verdaderas hogazas, que no nos den gato por liebre y no anden condenando el uso del condón o criminalizando a las mujeres que quieren decidir sobre su maternidad. Condón habemus.