Opinión
Ver día anteriorSábado 27 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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México, capital federal
Q

uienes hayan leído el artículo La capital, entidad federal coincidirán conmigo en que su autor, el constitucionalista de izquierda Arnaldo Córdova, además de conocedor del tema, es un caballero y un maestro, que escribe para ilustrar a sus lectores, entre los que me encuentro.

Como bien lo dice el doctor, no se trata de una interminable polémica entre él y quien esto escribe; en el fondo, ambos queremos lo mismo; que los ciudadanos del Distrito Federal alcancemos la plenitud de la ciudadanía, que dejemos de ser ciudadanos de segunda como dejamos de serlo de tercera hace ya algunos años.

Ambos pretendemos que esta entidad pueda tomar con autonomía sus propia determinaciones, en especial en cuanto a la economía y las finanzas, actualmente supeditadas en buena medida a las autoridades federales, facultadas, entre otras cosas, a autorizar el techo del endeudamiento; también que se cuente con el pleno derecho en cuanto a los nombramientos del procurador de justicia y del jefe de la policía capitalina, que aún requieren del visto bueno del titular del Ejecutivo federal.

Pretendemos que la Asamblea del Distrito Federal y no el Congreso General, sea el órgano que se ocupe de la legislación local en todos los órdenes, en especial su propio estatuto.

En este cambio de puntos de vista, la litis radica en que él está convencido de que la ciudad de México debe ser un estado más de la federación, mientras que por mi parte pienso que, sin menoscabo de los derechos políticos de sus ciudadanos, debe seguir siendo una entidad diferente a los estados y tener, como lo tiene, un estatuto especial, precisamente de capital de la República.

Esta cuestión ciertamente, no la resolveremos quienes intercambiamos en la hospitalidad de La Jornada nuestros puntos de vista, la resolverán el Congreso federal y los congresos locales en su calidad de órgano revisor de la Constitución y con las mayorías y proporciones que se requiere para ello; pero no sobra, ni mucho menos, que el tema se discuta públicamente. Hasta un tiro se ennoblece, dijo Chesterton, si se dispara en duelo.

Es cierto, como dice Arnaldo Córdova, que es pura retórica decir, como lo he dicho varias veces, que la ciudad de México es la ciudad de todos los mexicanos; ciertamente lo es, en tanto no constituye un frío razonamiento jurídico, pero no hay que olvidar que el derecho se nutre de la realidad social y de la cultura y México es una ciudad de todos, hospitalaria y abierta, lo saben bien los ciudadanos de los estados que aquí se encuentra como en su casa y esa circunstancia, entre otras, será factor a tomarse en cuenta cuando el punto jurídico se resuelva.

Quedó claro que cuando se fundó la Federación Mexicana, en 1824, el Distrito Federal no existía y el territorio necesario lo cedió el estado de México, cuyo gobierno tuvo su asiento, primero, en el centro de la capital, en el hermoso edificio que fue del Tribunal de la Inquisición y después en la población de Tlalpan; cabe aclarar ahora, que en la Constitución de 1857 se determinó en el artículo 46, que el Estado del Valle de México se formará del territorio que en la actualidad comprende el Distrito Federal; pero la erección solo tendrá efecto cuando los supremos poderes federales se trasladen a otro lugar.

Siendo que tales poderes federales siguen aquí no hay tal estado del Valle de México, que como dirían los escolásticos, se encuentra en potencia más no en acto. Disposición igual contiene la Constitución de 1917, que en este punto no ha sido modificada.

Un tema interesante sobre el estado de excepción que sufrimos los capitalinos es el de sus municipios; sobrevivieron hasta 1928, cuando los caudillos sonorenses resolvieron suprimirlos, argüyendo, entre otras razones, que con ello se suprimía en el Distrito Federal, el peligro de la democracia (Exposición de motivos de la reforma).

Finalmente, dando por mi parte por concluido este diálogo, me felicito de haber intercambiando puntos de vista con Arnaldo Córdova, le reconozco su saber, su patriotismo y su convicción. Espero que todo esto sirva de algo, pues siempre es buena una aportación honrada a favor de la democracia.